El escritor presenta 'San Romero de los derechos humanos' (San Pablo)

Luis Aranguren: «Romero fue a lo fundamental del Evangelio en un contexto de injusticia y represión»

"A Romero y Francisco les une una pasión por el Evangelio y por hacerlo creíble en cada contexto"

Luis Aranguren: "Romero fue a lo fundamental del Evangelio en un contexto de injusticia y represión"

Para toda la gente que está trabajando en la acción social o en el medio educativo, tratando de trabajar en valores y promocionar valores éticos en unos contextos bien difíciles como los que tenemos ahora, Romero tiene muchas cosas que seguir diciendo

(Jesús Bastante).- «Saberse descubrir ante el rostro del otro, el de la gente que sufre», y «fiarse de la gente empobrecida, y que esta gente empobrecida se organice». Son las dos grandes lecciones para hoy de la vida de monseñor Óscar Romero, según el escritor Luis Aranguren, quien acaba de «actualizar» el legado del asesinado arzobispo de San Salvador en un nuevo libro San Romero de los derechos humanos. Lecciones éticas, desafío educativo (San Pablo), y quien habló con RD días antes de que se supiera la noticia de que el Papa hará santo a Romero antes de acabar este año.

Hoy nos acompaña un buen amigo de la casa, Luis Aranguren. Bienvenido a Religión Digital.

Muchas gracias.

Antes de las entrevistas solemos hablar. Y nos lo pasamos bastante bien con los amigos que llevan toda una vida trabajando por, desde y con la Iglesia. Y con el Evangelio, que al final es casi más importante que la institución.

Hoy vamos a hablar de alguien que era institución, pero también era un representante muy fidedigno del Evangelio y que dentro de muy poquito, falta la confirmación oficial de Roma, le veremos canonizado. Nos referimos a monseñor Óscar Romero.

Has publicado un libro que se llama San Romero de los derechos humanos. Lecciones éticas, desafío educativo en la editorial San Pablo.

Pero antes de empezar la entrevista, Luis me ha comentado una trampa que tiene la portada, muy significativa. Se puede ver la imagen del chico con el nombre de Romero. Pero si desplegamos la solapa aparece, en la misma línea del nombre, la palabra «vive», porque Romero vive, sigue viviendo.

Cuando hace doce años visité San Salvador por primera vez y preguntaba a la gente si recordaban a monseñor Romero -ya hacía treinta años que lo habían matado- siempre, la respuesta común, de más de una persona, era «Romero vive». Era como el asentimiento de todo un pueblo que tiene a monseñor Romero como su santo. De ahí lo de «San Romero» del título. Lo de la canonización será el paso que la Iglesia tendrá que dar ahora pero, desde el primer momento, el pueblo le hizo santo en El Salvador y en toda Latinoamérica.

Por eso, también queríamos que la cubierta del libro fuera no tanto de monseñor Romero, sino su actualización; un adolescente, o un joven de estos momentos, del siglo XXI, que en las circunstancias en las que nos encontramos sigue manifestándose, movilizándose en las calles de El Salvador, con el rótulo de «Romero vive», que es la gran pancarta de allá.

Es como decir que Cristo vive, que siempre lo hemos dicho en las parroquias. ¿Por qué es santo, Romero? Tú los has dicho antes: el pueblo le hizo santo. Y antes, además, las canonizaciones se hacían así, vox populi.

Claro, es la voz del Espíritu que habla a través del pueblo. Ignacio Ellacuría, en el funeral que hizo en la UCA por Romero, dijo aquello de que con monseñor Romero Dios había pasado por El Salvador. Creo que es una bella expresión de lo que significa ser santo. Pienso que siempre hay que diferenciar lo fundamental de lo anecdótico. Y monseñor Romero fue a lo fundamental del Evangelio en un contexto totalmente indeseable de injusticia, de opresión y de represión; palabra que tantas veces utilizó en las homilías: de dictadura militar, de oligarquía…

Creo que fue una de sus últimas homilías.

La que le condenó. Tenemos que situarnos en ese contexto: cómo es ser cristiano en ese momento, con quién hay que estar. Al lado de quién. Y por eso es santo; porque se puso al lado de los que peor lo tenían, con una postura eminentemente evangélica. Todo eso pasa por encima de cualquier sospecha de tipo ideológico, doctrinal, etc.

Que, curiosamente, han sido las grandes razones por las que Romero no fue beatificado hasta hace bien poco; hasta que Francisco desbloqueó esa parte del proceso que era la de encontrar cuestiones teológicas o de conducta, más allá de un posible milagro o no.

Precisamente, monseñor Romero no se caracteriza por ser un autor teológico. Él no produjo teología; toda su teología está en sus homilías, que se han estudiado de cabo a rabo porque ahí hay un material impresionante. Pero nadie ha podido probar que en las lecturas y las actualizaciones que él hace de Evangelio, semana a semana, en un contexto de opresión, injusticia, violencia y muerte absolutas, haya algo herético. Más bien todo lo contrario. Con esas homilías la gente sencilla, que estaba siendo masacrada, se sentía avalada y defendida.

También hay un libro que compilaste tú, en PPC, y que utilizo como libro de cabecera para orar, «365 días con monseñor Romero», que se compone de trozos de sus homilías para cada día del año.

Hablas en el libro del san Romero de América, de san Romero de El Salvador, y puede dar lugar a pensar en un Romero que es santo para un determinado modo de entender la vida en la Iglesia. ¿Por qué puede ser considerado Romero un santo universal?

Creo que es también una de las intenciones, al menos en lo pedagógico, del libro. Es verdad que siempre se ha situado a Romero como san Romero de América, que es un verso de Pedro Casaldáliga, y que se ha inmortalizado.

La causa de la canonización es una buena oportunidad para universalizar el valor, la santidad de una determinada persona. En este sentido, de todos los valores éticos que él promueve en una sociedad como la actual, en el siglo XXI.

Cuando escribía esto, pensaba en la gente que está trabajando con migrantes aquí, en los barrios de Madrid o en toda España. En las dificultades que están teniendo, en las situaciones de jóvenes que ni trabajan ni estudian, en las mujeres con el tema de la violencia doméstica, etc. Para toda la gente que está trabajando en ese área de acción social o en el medio educativo, tratando de trabajar en valores y promocionar valores éticos en unos contextos bien difíciles como los que tenemos ahora, en una situación de crisis social y económica, monseñor Romero tiene muchas cosas que seguir diciendo.

¿Qué nos ofrece Romero hoy?

La primera gran lección que tiene es la de saberse descubrir ante el rostro del otro, el de la gente que sufre; que se convierte en nuestra maestra y va por delante de nosotros. Monseñor Romero lo descubrió muy tarde; a partir del asesinato de Rutilio Grande y de los curas que empiezan a ser asesinados, y por lo que él se plantea qué está pasando aquí.

Fue una especie de conversión, porque no estamos hablando de un hombre que siempre fue el prototipo de cura-profeta.

Claro, él era un hombre sensible a las circunstancias; escribía cartas a los jefes del Estado cuando era obispo en otros lugares, pero no se atrevía a dar el paso de la denuncia pública; con el asesinato de Rutilio Grande, da ese paso. Y creo que hace ese ejercicio de considerar a la gente que sufre como su maestra de vida. Y esto es una lección para todos nosotros hoy, aquí y ahora. La gente que está trabajando en barrios, en grupos, etc., de alguna manera son los que nos van marcando el camino.

Y a mirar la realidad a través de sus ojos.

Claro. Y ese marcar el camino: «sigan por ahí, sigan adelante». Él tiene esa expresión, «sigan adelante», que utiliza varias veces y que es un «adelante» en una perspectiva también de Reino; pero de Reino situado y contextualizado en lucha contra la injusticia, lucha contra la violencia, denuncia y trabajo organizado entre los pobres.

La segunda gran lección que da monseñor Romero es el fiarse de la gente empobrecida, y que esta gente empobrecida se organice. Lo que llamamos nosotros ahora el «empoderamiento» del personal que peor lo pasa, como diciendo: yo no voy a salvar esta situación, no voy a solucionar nada, pero sí que voy a facilitar todo lo que pueda el que vosotros os organicéis. Y tenéis el deber de organizaros, y además de una manera autónoma, sin que dependa de mí, del obispo.

Hubo varias mediaciones que ayudaron en eso; una, la creación de la Oficina de Socorro Jurídico, de derechos humanos, que tenía que levantar acta todas las semanas de las matanzas que habían ocurrido para que el domingo, en la homilía, él pudiera denunciar: esta semana han matado a fulano, a mengano…, y así hasta que decía todos los nombres.

Y la otra gran mediación fue la radio comunitaria, donde pusieron bombas cuatro veces pero que era la manera de que esa misa única, que él decidió hacer, fuera escuchada por todo el país. Fue una cosa bien curiosa: el hacer una única misa era jugarse, un poco, los cuartos desde el punto de vista del Derecho canónico; quién es él para hacer solo una misa, cuando se supone que hay que hacer varias en domingo. Pero, precisamente, en una situación de extrema gravedad, una misa única va a congregar más gente, se va a escuchar una sola misa y esto es un factor también de movilización y de agrupamiento de la comunidad cristiana, en contra de lo que muchos obispos pensaban.

Él era consciente de que podía ser asesinado en cualquier momento, pero, ¿cuándo toma verdaderamente esa conciencia? ¿Cuándo sabe que la suerte está echada en ese sentido?

Yo tuve, este verano pasado, la oportunidad de hablar con su asistente personal, Angelines, que era su secretaria personal de siempre en el obispado. Y ya llevaba, monseñor Romero, prácticamente todo el año 79 y parte del 80 (los tres primeros meses) con amenazas de muerte escritas, etc. No olvidemos que mataban curas cada dos por tres; la pintada más normal era «Haga patria, mate un cura». Él sabía que estaba en el punto de mira. Había habido un golpe de estado, digamos blando, de los coroneles en 1979, de gente amiga suya, y él pensaba que eso iba a reconducir la situación del país. Y todo lo contrario; fue cuando se acentuó muchísimo más la represión y las amenazas de muerte.

Pocas semanas antes de que lo mataran tenía tal cantidad de amenazas escritas que Angelines se las llevó y le preguntó que hacían con ellas. Y él dijo: archívelas. Y las puso en un frasco de cristal. Luego él reunió a toda la gente de la oficina del obispado para decirles que era verdad, que estaba recibiendo muchas amenazas de muerte, que posiblemente aquello iba a terminar mal, pero que quería que todos siguieran bien y que por favor, si ocurría, que no llorasen. Fue lo único que dijo.

Visitar la casa de Romero (ahora que tanto se critican los palacios de los obispos en Europa) es una experiencia que yo le recomiendo a todo el mundo; es dura, es complicada, pero también muestra esa sencillez con la que vivía: esa cama de ochenta, ese banquito, la máquina de escribir…, el lugar donde vivía y donde casi enfrente fue asesinado, muestra también la decisión de un estilo de vida pobre y con los pobres también en la práctica diaria. Era un hombre frugal, un hombre que no tenía nada propio, que vivía con lo justo y que demostraba que así también se acercaba a los más desfavorecidos. No solo de palabra, que es necesario, sino de vida.

Sí, es uno de los tantos gestos que tuvo. Y que los tenía ya desde el principio, antes incluso de esa «conversión»; hizo lo mismo en los otros lugares donde había estado como obispo. Incluso en esa casa que hoy conocemos, que fue construida ex profeso. Pero los primeros seis meses estuvo en un cuartucho de la sacristía. Porque ni siquiera tenía sitio para él. Él quiso ir al Hospitalito, que ya conocía y donde era capellán, pero las monjas no tenían donde ponerle, y por eso estuvo los primeros meses, como arzobispo de San Salvador, en la sacristía.

Has hablado antes del «vamos adelante», que tiene muchas connotaciones de Romero pero también, hoy, muchas connotaciones de Francisco. Es una de las expresiones que ha acuñado y que ha importado de monseñor Romero. ¿Cuál es relación? Porque también lo tratas en el libro; hablas de dos caras de una misma pasión.

Sí. Yo creo que esa misma pasión es el Evangelio. Creo que tanto Francisco como Romero, con sus errores y sus mediocridades como cualquiera de nosotros, son dos apasionados del Evangelio que no se han casado con ninguna doctrina ni con ninguna ideología de turno. No se han casado con ningún posicionamiento, sino que han intentado escrutar la verdad del Evangelio. Y eso, yo creo que es fundamental, porque cuando vienen las críticas de heterodoxias y demás, siempre se nos olvida que la perspectiva y lo absoluto siempre es el Evangelio, y que lo demás son mediaciones.

Y ellos tienen la valentía de criticar tantas mediaciones, que son, a veces, absurdas como, por ejemplo, Romero, que dice «no», -en un contexto en el que están matando a tanta gente- «vamos a pasar de cinco misas a una y que se oiga». Puede que fuera algo ilegal desde el punto de vista del Derecho Canónico, pero absolutamente necesario y, en justicia, había que hacerlo así. O, por ejemplo, tantas críticas que Francisco pueda hacer a la curia, a las enfermedades de estar encerrados en nosotros mismos, etc.

Pienso que estos gestos son los que vinculan a Romero y Francisco; esa pasión por el Evangelio y por hacerlo creíble en cada contexto: en 1980, en una situación de dictadura militar. Y en la situación del siglo XXI y siendo obispo de Roma, en el caso de Francisco.

A los dos les une que no son teólogos de profesión -esto es muy bueno- y que son muy leídos y muy seguidos por sus homilías. También su lugar de nacimiento, Latinoamérica, el ser la expresión de la voz de la Iglesia joven de Latinoamérica.

Y Latinoamérica es, probablemente, la región del mundo que mejor ha entendido el Concilio Vaticano II. Es la que se ha atrevido con las conferencias episcopales latinoamericanas, empezando en Medellín (que ahora cumple cincuenta años) hasta Aparecida, donde Francisco tiene un protagonismo importantísimo. Es la región del mundo que se ha atrevido a apostar por actualizar, con sus errores posiblemente, lo que el Concilio Vaticano II quiere decirnos hoy; cosa que la Iglesia europea no ha sabido hacer.

Hablas, también en el libro, de los desafíos educativos. Tú eres un experto en pedagogía; has trabajado muchos años en educación. Muchos de los libros en los que hemos estudiado, tienen el sello de Luis Aranguren. ¿Qué puede ofrecernos Romero hoy en el ámbito de la escuela, de la educación? En el ámbito de los chavales que están empezando a entender determinados valores y que no saben cómo utilizar.

Yo intento hacer un análisis de los textos de Romero y hay auténticas pistas de lo que Ignacio Ellacuría llamaba la «historización de los valores». Él hablaba de que no se puede hablar de paz como pacifismo; de desenmascarar los valores. Desenmascarar el valor de la convivencia entre diferentes cuando estamos juzgando, al mismo tiempo, al que no es de nuestro color o al que no es de nuestra religión.

Hablaba de desenmascarar las falsas concepciones de los valores para luego apostar por ellos y realizarlos. Si no realizas un valor es como si tienes una copa de vino y la estás catando pero, si no te la bebes, no sabes a qué sabe ese vino: pues no sabes a qué sabe el valor de la convivencia hasta que no convives en positivo con los diferentes de tu entorno, de tu colegio, de tu clase; con el gordo, con el gafotas, con la persona discapacitada intelectual, con el que es de otro país o de otra religión. Por lo tanto, en Romero hay un potencial, para actualizar hoy todo eso que hemos llamado educación en valores, brutal, extraordinario. Y en todas sus homilías hay una carga muy grande de todo eso.

Y también, en la educación en valores dar la voz al que no la tiene; a los invisibles, a los más empobrecidos, que estos son los protagonistas de cualquier tipo de cambio social.

Es decir que los cambios no van a venir por arriba, ni por las legislaciones; vendrán desde abajo y desde las trincheras, desde donde se está trabajando pacíficamente -porque también Romero era una apasionado de la no violencia- para salir adelante desde los poderes.

Se ha hablado mucho de Romero, pero tú has sacado, al menos en dos ocasiones, la figura de Ignacio Ellacuría, que es otro de esos santos reconocidos por el pueblo que todavía no han sido canonizados. Y no solo él, también sus compañeros jesuitas y Elba y Celina. ¿Tú crees que veremos a estos santos reconocidos?

En realidad tienen el mismo potencial y la misma importancia, en el contexto de los años 80, para que así sean reconocidos.

Ellos van recogiendo el testigo igual que Romero recoge el testigo de Rutilio que, de alguna manera, es quien hace saltar la espoleta. Ellacuría, que ya estaba y ya trabajaba, también asume el testigo y el destino.

Y asume, además, de una manera muy valiente, quién es el maestro y quién es el discípulo.

Acusaron a los jesuitas de manipular a monseñor Romero, de domesticarlo y hacer lo que quisieron con él. Cuando los jesuitas le hicieron doctor honoris causa de la UCA in memorian, Ignacio Ellacuría hizo el discurso como rector de la universidad. Tiene unos textos maravillosos donde reconoce: nos acusan de haber manipulado a monseñor Romero, pero que nadie se engañe; todos sabemos quién es el maestro y quién es el discípulo, quién es la voz y quiénes somos el eco.

Esas palabras, en boca de Ellacuría, son decir muchísimo. Decir que él es el eco, que no es la palabra; que la palabra la tiene monseñor Romero y que todos están detrás de monseñor Romero.

Lo mismo dice el propio Jon Sobrino en el acto de desagravio en Puebla, de Aguilares, cuando el ejército ha entrado, ha destrozado todo aquello, ha hecho una matanza enorme. Ha entrado en la iglesia y provocado destrozos. Monseñor Romero entra allí, recoge todos los restos, hace una procesión de desagravio y se coloca delante de todo el pueblo. Detrás estaba Jon Sobrino, y refiriéndose a ese momento Jon Sobrino dice: ahí reconocimos quién era el pastor. Y que el pastor iba delante de nosotros.

Esto significa que Jon Sobrino tenía sus sospechas de si Romero realmente estaba con el pueblo o no, porque tenía esa trayectoria de que era muy conservador, un espiritualista. Y cuando, en ese acto de desagravio, se coloca delante del pueblo, mira para atrás y dice: «adelante», Jon Sobrino reconoce, en ese «adelante», que quien va delante es el pastor, monseñor Romero.

Has hablado de domesticar a Romero, de la acusación a los jesuitas de haberlo domesticado. ¿No corremos el riesgo justamente de lo contrario ahora? Porque ahora que se ha aceptado que Romero es una figura que puede ser santo, que queramos vestirlo como alguien también apegado a la ortodoxia, incluso en la forma de vestir… No sé.

Bienvenido sea que haya sido beatificado, que se intente canonizarlo y, por tanto, que sea un bien de la Iglesia universal, de un sector de la Iglesia.

Creo que es una noticia magnífica que toda la Iglesia nos sintamos bajo la protección de él. Pero es verdad que, al menos en El Salvador, sí que tuve la ocasión de asistir a ciertos actos donde gente de Iglesia, digamos que se hacían eco de la voz de Romero para luego seguir con su discurso absolutamente espiritualista, pecaminoso, de regañar a la gente…, estas cosas que vemos. Y sí que me llevé una mala impresión. Es verdad que corremos ese riesgo.

Por eso, es importante situar siempre a Romero como santo, pero también tener claro de qué santidad estamos hablando; por qué se da este santo y en qué contexto. No vale cualquier cosa. No vale abaratar el precio de la santidad diciendo, como un jefe, aquello del precio de la gracia. No se puede abaratar el precio de la santidad de Romero que costó su vida y la vida de tanta gente, que se ha hecho por causa de la justicia y para trabajar por la justicia del Reino.

Y, no nos olvidemos, es un mártir porque ha sido asesinado a manos de católicos. Quiere decir que ha sido muerto en nombre de la fe. Pero ¿de qué fe? Pues de la fe que trabajó por la justicia, y una fe que, para mucha gente, parte de la Iglesia o que siente Iglesia, cree que eso, que la fe, no lleva a trabajar por la justicia.

Esto es importante no olvidarlo, porque es donde hay que situar a monseñor Romero. Y eso nos supone, a todos los que nos acerquemos a él, hacer este acto de conversión. Es decir, que la fe nos lleva a trabajar por la justicia y si no, no merece la pena hablar de él. Que para hablar de él y nombrar otras cosas es mejor no mencionarle. No mancharle.

San Romero de los derechos humanos. Lecciones éticas, desafío educativo, editado por San Pablo.

Romero vive: Luis, muchísimas gracias, un auténtico placer. Tenemos que charlar más.

Muchísimas gracias a ti, Jesús.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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