Autor de 'Nelson Mandela. Un jugador de damas en Robben Island' (San Pablo)

Javier Fariñas: «Mandela fue lo que fue gracias a toda la gente de la que se rodeó»

"Fue un hombre con un pensamiento y trayectoria vital para nosotros"

Javier Fariñas: "Mandela fue lo que fue gracias a toda la gente de la que se rodeó"
Javier Fariñas RD

Mandela es un hombre muy luminoso, un hombre que brilla, que llama la atención

(Jesús Bastante).- El periodista-colaborador de Mundo Negro, Javier Fariñas, acaba de publicar en San Pablo una nueva biografía de Nelson Mandela, «Nelson Mandela. Un jugador de damas en Robben Island». Un retrato, como explica en esta entrevista, de un hombre complejo que aportó mucho a Sudáfrica -un legado «de la reconciliación, del diálogo y del encuentro», como explica Fariñas- pero que no pudo resolver del todo otros temas como la igualdad, la justicia o la pobreza.

Hoy, para acabar el curso, tenemos un librazo y no solo por las dimensiones, sino por el personaje, la historia y el autor, al que tenemos con nosotros: Javier Fariñas, bienvenido.

Gracias.

Muchos años conociéndonos y colaborando, y no habías pisado los estudios de Religión Digital.

Esto es como el bolero; «si tú me dices ven, lo dejo todo»… Pero dime: ven. Me habéis dicho «ven», y aquí estoy.

Y has venido con un librazo, en esta nueva época de San Pablo, en la editorial que dirige Mª Ángeles López, con una historia de Nelson Mandela en el centenario de su nacimiento. Un libro gordo.

Esperemos que bueno.

Sí, lo que hemos estado leyendo nos ha gustado mucho. Nos muestra distintas facetas, algunas de ellas no demasiado conocidas, al menos para el público europeo, de Nelson Mandela.

Tu biografía profesional tiene que ver mucho con África, y supongo que la elección del personaje también tiene que ver con todo eso.

Yo creo que Mandela vino a mí y no yo a Mandela, por suerte. Fue una circunstancia casual: hace un par de años, en la revista Mundo Negro, donde trabajo, íbamos a Mozambique. Evidentemente, vuelos Madrid-Maputo no había, por lo que hicimos escala en Johannesburgo y estuvimos dos días en esta ciudad y en Pretoria. Aquellos dos días un billete de 20 rands, con el rostro de Mandela, cayó en mi cartera, y aunque no soy coleccionista, desde entonces Mandela me acompañó ahí, sin tener todavía idea de que iba a acometer este trabajo.

El año pasado, en torno a Julio, la directora de la editorial San Pablo, Mª Ángeles López, me propuso otro proyecto editorial, que no cuajó al final. Después de eso me dijo: «Javier, ¿qué te parecería escribir una biografía de Mandela?» Y ahí me tendió la trampa y me lo pensé poco; dije que sí, sin mucha constancia de la magnitud de la vida que tenía por delante.

 

No conocemos a Madiba pero sabemos quién fue: que estuvo en la cárcel, en la lucha contra el apartheid y el símbolo que representa. Y la película «Invictus», que nos ha dado una visión diferente, más personal de su vida.

En España decimos todos que somos el mejor seleccionador de fútbol, el mejor cocinero y el mejor presidente del Gobierno. También todos, de una manera u otra, conocemos a Mandela, pero solo contamos con retazos de brocha gorda. Y me parece que Mandela, sabiendo lo fundamental, que fue la lucha contra el apartheid, sus veintisiete años de cárcel y demás, tiene detrás una persona, y hay un pueblo, que es lo que he intentado colar en esta obra.

Es un símbolo de la lucha por los objetivos de forma pacífica, pero también fue un hombre que cambió a lo largo de su vida, porque no siempre fue así. De hecho, entra en la cárcel porque es uno de los líderes de una insurrección violenta.

Eso es; Mandela fue un hombre, vamos a decir, voluble y cambiante dependiendo de las circunstancias. En un primer momento él quiere formarse, quiere ser funcionario y tener una vida mejor que la de muchos de sus compatriotas, pero eso de la lucha contra el apartheid y contra la segregación racial no entraba en su planteamiento de vida.

Una vez que llega a Johannesburgo y ve que la gran mayoría de la población sudafricana son ciudadanos de segunda o de tercera, emprende un camino de lucha por los derechos humanos que no contempla en modo alguno la violencia. Pero es cierto que el sistema racial, impuesto por el Partido Nacional en el 48, cada vez es más y más hostil, y llega un momento que Mandela entiende que no hay otra forma que emprender una determinada lucha armada. Eso le costó duras peleas dentro de su propio partido; con el histórico líder Albert Luthuli, que fue Nobel de la Paz igual que Mandela, pues se oponía radicalmente, porque estaban imbuidos de la lucha no violenta de la comunidad india que vivía en Sudáfrica, que era muy potente y que también sufría los rigores del apartheid.

Eso poco a poco fue cambiando, y Mandela entendió que no había otra forma que luchar con cierta violencia contra el Estado. Crea y funda el uMkhonto we Sizwe (La lanza de la Nación), y esa es, quizá, una de las partes menos conocidas, menos publicitadas, de la que él nunca renegó. En el famoso alegato que hace en el juicio de Rivonia, en el que fue condenado a cadena perpetua, explica y no renuncia a su pasado, ni dice que no formara parte de esa historia; lo asume y lo reconoce. Pero lo explica como parte del proceso de lucha del pueblo sudafricano negro contra el apartheid.

Has dividido el libro en diferentes capítulos con diferentes nombres propios y unas fechas que van poblando la vida de Mandela desde su nacimiento hasta su muerte. El primer capítulo lleva el nombre de su madre, Nosekeni Fanni, y el resto hay algunos que se conocen. Winnie Mandela, Frederik de Klerk, etc. Pero hay otros nombres muy desconocidos, al menso para mí. ¿Cómo has elegido esos nombres y por qué?

La prerrogativa, cuando se me pide acometer esta obra, es la de una biografía para que la gente conozca la vida de Mandela. El objetivo no era hacer un relato más o menos literario aunque fiel a la historia, sino la biografía tal y como fue Mandela en el contexto en el que vivió. Por eso es rigurosa en cuanto a la cronología con la historia, desde que nace hasta que fallece, incluso el epílogo, que firma Carolina Valdehíta; es el legado y la herencia de Mandela en la actualidad. Nos pareció oportuno hacer ese apunte.

A medida que he ido investigando en la persona de Nelson Mandela- que de eso se trataba-, me he encontrado un pueblo detrás. Hay un principio en Sudáfrica, que es el principio del Ubuntu, que se puede traducir, más o menos, como «yo soy porque tú eres». O «yo soy gracias a ti, gracias a los demás, yo soy lo que soy gracias a mi comunidad». En el caso de Mandela me parece que es un ejemplo muy claro.

Pero Mandela es un hombre muy luminoso, un hombre que brilla, que llama la atención. Un hombre con un pensamiento, con una ejecutoria y una trayectoria vital para nosotros, que nos dedicamos a comunicar cosas, estupendo, porque era muy fácil fijar el foco en él.

 

Supongo que como el papa Francisco, en el sentido de que se lleva toda la atención.

Claro. La mirada se te va hacia él. Pero es cierto que al mirar a Mandela también dejamos de ver, dejamos de poner en el foco a un pueblo que hizo lo mismo que Mandela, o más, para obtener la libertad. O sea, que Mandela no pudo haber sido Mandela sin su madre, sin Nosekeni Fanni. No pudo ser Mandela sin De Klerk, sin su principal oponente político. No pudo ser Mandela sin Kobie Coetsee, ministro con el comienza las negociaciones para acabar con el apartheid. Y no pudo ser nadie sin gente tan poco conocida como Petrus Molife, la primera víctima de esa Lanza de la Nación. Un miembro del movimiento, un atentado mal perpetrado provocó la muerte de uno de los suyos.

Mandela fue lo que fue gracias a toda la gente de la que se rodeó. Por eso esta especie de «homenaje» de poner a una persona titulando cada capítulo, para decir que Mandela no fue solo él, sino las personas y las circunstancias que le rodearon.

No solo la lucha por el pueblo, sino que la biografía de una persona son todas las circunstancias que moldean su forma de entender el mundo y de actuar.

Sobre todo los enemigos. Con nuestros amigos vamos al fin del mundo y más allá. Con sus enemigos Mandela también entendió que debía de ir al fin del mundo, y que la reconciliación y la vida en paz en el país tenía que ser con los amigos, por supuesto, pero con los enemigos también. Esto le costó muchos disgustos y mucho debate dentro de sus propias filas. Sobre todo cuando sale de la cárcel, en el año 90, que se ve que va a ser presidente por aclamación del país.

En el Congreso Nacional Africano y en otros movimientos negroafricanistas como el Inkatha o el Congreso Panafricanista había lemas y proclamas que hablaban de «un colono, una bala» o de «los blancos hay que arrojarlos al mar» literalmente; había que expulsar a la minoría blanca del país. Y Mandela dijo: estos señores, a pesar de que han implantado el apartheid, a pesar de que nos han hecho trizas como pueblo, a pesar de que nos han matado, son sudafricanos como nosotros y, por tanto, si queremos construir una Sudáfrica de todos y para todos, tiene que ser también con la población blanca.

Eso se traduce, por ejemplo, en que de Klerk es nombrado vicepresidente segundo del Gobierno. En que buena parte de los ministerios y de lo cargos secundarios del nuevo ejecutivo son blancos. Buena parte de la que se rodea cuando llega a Pretoria son blancos. Los funcionarios de la presidencia sudafricana, cuando llega Mandela, estaban empaquetando para marcharse, y Mandela dice: yo cuento con ustedes, si ustedes quieren, aquí son bienvenidos. El himno sudafricano está cantado en todos los idiomas, incluso el idioma de la minoría blanca, y habla de esa historia conjunta de blancos y negros.

Yo creo que Mandela, sobre todo, construyó el país a partir de los enemigos y, por supuesto, junto a los suyos.

Eso no ha terminado de convertirse en un legado después de su muerte.

Yo creo que el legado está. Es como cuando eres menor de edad y recibes una herencia. Pues a lo mejor todavía no eres suficientemente maduro o no tienes la capacidad de gestionarlo. Mandela dejó un legado bueno y otro, vamos a decir, menos bueno u objetivamente malo. Cuando Mandela llega a la presidencia se encarga, sobre todo, de la reconciliación del país. Su gran objetivo era esa Comisión de la Verdad y la Reconciliación que presidió el arzobispo anglicano Desmond Tutu. Ese fue su gran objetivo; el resto lo dejó en manos de su gobierno: la cuestión económica, de la seguridad, del desarrollo, de las infraestructuras, de la sanidad, la educación…

Y cuando Mandela se retira en el 99, hay mucha gente que es muy crítica: Mandela es el presidente de todos, pero ha enfocado su vida política hacia la reconciliación, que no es poco, pero la gestión del país no es solo la reconciliación. O sea que sí, que estamos hablando de una desigualdad riqueza/pobreza lacerante.

Dejó la gestión en manos de sus compañeros del CNA fundamentalmente, pero también del Partido Nacional el Gobierno y, poco a poco, en el Congreso Nacional Africano la corrupción empezó a hacerse ley. Después, con Thabo Mbeki, bueno. Pero sobre todo con el gobierno de Zuma, que ha dimitido ahora en febrero, la corrupción llegó a extremos casi de sátira, casi hilaranes. Era una cosa… En la lucha contra el SIDA, al principio el Congreso Nacional Africano negó su existencia. Decían que duchándote, el SIDA no se propagaba. El propio Mandela, durante su presidencia, de alguna manera no justificó, pero no atajó el problema. Cambió una vez que se retiró, que vio lo que era la pandemia; un hijo suyo murió de SIDA. Y una vez jubilado emprendió dos luchas titánicas contra la pobreza y contra el SIDA. E incluso puso firme a sus propios compañeros de partido.

 

¿El Mandela que entra en la cárcel, en Robben Island, y el que sale es el mismo? Porque tú subtitulas el libro «Un juego de damas en Robben Island». Ese juego de damas tiene que ver mucho con esa capacidad de paciencia, de saber manejar los tiempos?

Tiene que ver con dos cosas. Lo primero es que a la hora de titular el libro, evidentemente, tuvimos que buscar algo que le significara. Y a todos nos surge, para hablar de Mandela, hablar de luchador, de paz, de reconciliación, de camino… Pero muchas de esas expresiones son ya, en el buen sentido, tópicas a la hora de hablar de Mandela. Había que buscar una pinceladita que le retratara como persona, pero que también fuera fiel a algo que hubiera sido importante, o no tan importante, en su vida. Es una pequeña anécdota: A Mandela le gustaba mucho jugar a las damas y al Monopoly en la cárcel. Él ralentizaba intencionadamente sus movimientos. Al hacerlo -tenía tiempo para ralentizarlo, claro- lo que buscaba era sacar de quicio a sus contrincantes, a sus compañeros de prisión. pero contrincantes en el tablero. Mandela ganaba muchas de esas partidas porque ponía de los nervios a la gente al demorar y demorar los movimientos.

Una vez que sale de la cárcel también, de alguna manera, sigue ejemplificando eso. Del año 90 al 94 fueron años tremendos en Sudáfrica. De violencia policial contra la comunidad negra y de la comunidad negra entre sí por el liderazgo de esa lucha antiapartheid. Hubo miles de muertos, fundamentalmente a manos del Inkatha que era el grupo negro que hostigaba al Congreso Nacional Africano. Entonces, cuando la gente pedía pasión, Mandela pedía calma. Cuando la gente pedía vehemencia, Mandela ofrecía si no silencios, sí una pausa necesaria para no responder con vehemencia.

De alguna manera esto refleja la persona pero también su forma de hacer política. El gobierno sudafricano también «jugó a las damas con él»: Mandela pedía una reunión insistentemente con el presidente, con Pieter Botha primero y con de Klerk después. Y el gobierno dejaba pasar los meses desde su petición hasta que le respondían sí o no. Era un jugador de damas, con esa prudencia y este tiempo que le caracterizaron en ese momento.

¿Qué queda hoy en Sudáfrica de Nelson Mandela?

Yo creo que queda la figura. Queda mucho; evidentemente es un legado también muy cercano: Mandela murió hace menos de cinco años. Fue una persona que tuvo una larga vida. Salió de la cárcel con casi 72 años. Fue presidente con 76. Era un anciano que tuvo que asumir un atarea hercúlea. Luego vivió unos años, sobre todo, encomendado a la lucha contra el SIDA y contra la pobreza en el mundo. También trabajó en procesos de reconciliación y de pacificación internacional en el Congo, en Burundi.

¿Qué queda de Mandela? Pues no todos los comentarios y las opiniones son favorables a su legado: para aquellos que idolatran la figura de Mandela, queda el hombre que hizo todo lo posible para reconciliar el país. Y me parece que eso es mucho. Aunque el país no está reconciliado ni pacificado. Tiene todavía una herencia, por ejemplo, muy difícil de cobrar, que es el reparto desigual de las tierras. Una de las grandes proclamas históricas del CNA ha sido el reparto equitativo de la tierra. Desde el año 1913 con la ley de tierras, la minoría blanca tiene casi el 90% de las tierras. Y la mayoría negra tiene poco más del 10%. Es un tema sangrante. Ahora el presidente Ramaphosa ha dicho que lo va a acometer, pero es muy difícil.

Junto al legado de la reconciliación, del diálogo y del encuentro queda el reto de la igualdad, de la justicia, de la seguridad, del SIDA, de la pobreza, de la desigualdad de oportunidades entre negros y blancos. Y el reto de la corrupción. Queda una Sudáfrica con un contexto muy por encima de otros países africanos, con unas infraestructuras y unas estructuras democráticas mucho más sólidas, pero es un país aún por construir y en el que todavía el tema negro/blanco no se ha resuelto del todo.

 

Y para ti, después de haber hecho esta investigación y después de haber entrado en las entrañas de Mandela, y dado que no es una hagiografía por lo que me estás contando: ¿quién es Nelson Mandela para Javier Fariñas?

Nelson Mandela es un hombre. Antes que el personaje, a nivel personal me ha gustado encontrarme con el hombre. Él dice una cosa que, para mí, a la hora de afrontar esto me ha servido y me ha gustado. Cuando sale de la cárcel, sale el mito: Nelson Mandela, 27 años en la cárcel y sale con el puño en alto de la mano de Winnie Mandela. De esa salida de la cárcel de Victor Verster, icónica, él cuenta: «el mito salió a la calle y lo que llegó a su casa fue el hombre».

Hubo problemas familiares y de todo tipo, claro.

Hubo problemas familiares y, sobre todo, un hombre que no tuvo una vida fácil: Mandela se quedó huérfano de padre desde muy joven. Luego, cuando le encarcelan y es condenado, su madre no entendía la lucha de su hijo. Ella veía en él un abogado brillante, con una vida más o menos desahogada.

Y no entendía por qué se complicaba la vida. Que es lo que hacen todas las madres con cierta razón.

Claro. Su madre muere estando en la prisión de Robben Island y no le dejan ir al entierro. Él reconoce que unas de las frustraciones de su vida es que ella muriera sin entender la causa por la que luchó. Dice que su madre murió creyendo que él era un delincuente y que se saltaba la ley. Que lo hizo, aunque fuera injusta. Su vida matrimonial y familiar fue un absoluto desastre. La relación con su primera mujer fue un auténtico fracaso porque Evelyn tampoco comprendía la lucha política de su marido. La cercanía con sus hijos era inviable.

Mandela es un símbolo y él opta por un país.

Era una persona muy vehemente y había que optar o por la familia o por la vida política. Y él optó por la segunda. No es cuestión de justificar, pero sí de entender: había un pueblo que se sentía oprimido y Mandela entendía que no podía permanecer callado. Y la opción por la vida política le apartó de la familia: el divorcio y la separación de Evelyn. Y luego el matrimonio con Winnie, del que en circunstancias normales disfrutaron poco: las visitas, la correspondencia, la cárcel… Él sentía verdadera pasión por su mujer. Las cartas que le escribe desde la cárcel y su amor por Winnie, prácticamente, fue lo que le mantuvo vivo. Pero aquello no hubo por donde agarrarlo después. Winnie también ocupó un espacio en la lucha contra el apatheid, pero su espacio, comparado con el de Nelson Mandela, era casi ridículo. La convivencia fue tremenda y la relación marital se fue al garete.

Mandela habla, al poco de salir de la cárcel, con la Nadine Gordimer, la premio nobel de literatura sudafricana. Esta mujer escribió un libro sobre cómo vivían las familias que luchaban contra el aparheid en la cárcel. Podía haber sido una novela sobre personas como Mandela: el preso dentro de la cárcel, la familia fuera. Mandela la llamó para charlar y ella pensaba -el ego de los literatos- que le iba a hablar de su libro. Y resulta que en esa conversación hablaron de lo divino y de lo humano, y él le reconoció que ya el día que salió de la cárcel supo que Winnie le era infiel. Aguantaron unos años, pero llegó un momento en que la opción era mantener el matrimonio o la lucha contra el apartheid. Y Mandela volvió a optar por la lucha contra el apartheid.

El divorcio y la separación fue muy doloroso para él, pero lo decidió porque aquello no era viable. Y a nivel personal y familiar, quizá los años más felices de Mandela fueron los últimos, cuando se se casó con Graça Machel a los 80 años. Y a lo mejor este ha sido el gran amor de su vida, en el que encontró la paz, el remanso, el poder disfrutar de una vida familiar. Y apartado también ya de la vida política, de la vida pública.

 

Vivimos una falta de líderes, de ausencia de grandes hombres y mujeres, curiosamente, en un mundo tan globalizado como tenemos. Al menos en la época en la que tú y yo nacimos teníamos la política de bloques, Reagan, Gorbachov. Teníamos a Yasser Arafat, Fidel Castro, nuestro rey, incluso. Helmut Kohl y también Nelson Mandela.

Hoy es más complicado: más allá del papa Francisco, Donal Trump ahora, etc., hay una ausencia de líderes. ¿Cómo ves esa realidad? Y luego ¿cómo le has explicado a tu hijo -que nos acompaña detrás de las cámaras- una figura tan potente como la de Nelson Mandela en un mundo como el de hoy, donde no existen estas figuras?

Los liderazgos nacen. No porque se necesiten surgen espontáneamente; esto no lo rige la ley de la oferta y la demanda. Al libre mercado se le escapa esto: podemos «fabricar» liderazgos, pero si no son auténticos y no tiene autoridad moral, al final se diluyen. Son fachada de algo que realmente no es.

A mí me parecen muy interesantes figuras como esta, como la de Nelson Mandela, porque están muy cerca en el tiempo. Tan cerca que buena parte de nosotros le hemos conocido; el año que yo entré en la facultad fue el año que liberaron a Mandela. Sabíamos, e incluso a la hora de abordar relaciones internacionales, la actualidad, que Mandela era una figura icónica. Toda la lucha de esos años 90-94 contra el apartheid fue tremenda y la vivimos en un contexto ya con uso de razón, con un interés por la actualidad. Entonces, a mí me parece interesante, porque en medio de un contexto en el que es fácil decir «no hay líderes», «esto no hay quien lo agarre» «el sistema no promueve la aparición de gente que tire del carro»… aparecen personas como él.

Que no hay otro líder mundial que el papa Francisco ahora mismo es indudable para todo el mundo, sea eclesial o no, pero me parece que al menos estos personajes nos muestran que existe la posibilidad de que surjan, que en los contextos más negativos pueden surgir, y esto al menos a mí me da la esperanza de que el ser humano es capaz de generar y proponer cosas en medio de ambientes que no son favorables. Por ejemplo el apartheid, un movimiento tan hostil, provocó la aparición de dos Premios Nobel. Yo no lo he investigado, pero me gustaría saber qué partido político tiene dos Premios Nobel en sus filas. Albert Luthuli y Nelson Mandela, del Congreso Nacional Africano. ¿Nos imaginamos un Partido Popular o un Partido Socialista o a cualquiera de los grandes partidos españoles o europeos con dos Premios Nobel en sus filas?

Y todo el proceso, que tienes que tener también en cuenta a Desmond Tutu.

Tutu también, pero en la formación política dos Premios Nobel de la paz. En el movimiento en sí, con Tutu, tres Premios Nobel de la paz.

Me parece que hay esperanza. ¿Por qué no esperar y que puedan generarse?. A mí eso me provoca mucha tranquilidad. Hay veces que nosotros vamos con prisas y queremos las cosas para ya. Porque somos de un consumo, incluso informativo, con que lo sea de usar y tirar. Pero estas cosas no son así. Nelson Mandela nace en un pueblecito, en Mvezo, en la zona casi más pobre de toda Sudáfrica, y de ahí llega a ser un gran hombre. Más allá de un estadista, más allá de un político, era un hombre que optó por la reconciliación de un pueblo. Con sus sombras, pero, desde luego, sus muchas luces. Por lo tanto, estoy esperanzado. Cuando salga, saldrá. Esta falta de líderes, sobre todo en el ámbito político, global que existe, no va a ser eterna. Surgirán, sin duda.

Esperemos. «Nelson Mandela. Un jugador de damas en Robben Island» de Javier Fariñas Martín. Editado por San Pablo. Un librazo en todas las acepciones del término. Muchas gracias, Javier y suerte.

Gracias. Y si tú me dices ven, lo dejo todo… Pero dime: ven.

Lo diremos, lo diremos. A veces no somos capaces de decir todo. Tú vente viniendo, de todas maneras, que siempre hay hueco.

Encantado. Muchas gracias.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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