MISTERIOS DE LA HISTORIA

La campaña secreta de Hitler para hacerse con la lanza ‘mágica’ que Longinos clavó a Jesucristo

"Quien la sostenga en sus manos, sostendrá, para bien o para mal, el destino del mundo"

La campaña secreta de Hitler para hacerse con la lanza 'mágica' que Longinos clavó a Jesucristo
Hitler y la lanza de Longinos. EP

El diabólico Adolf Hitler alimentaba en su torturado cerebro una obsesión enfermiza por las reliquias, convendido de que su poder le ayudaría a mantener en alza ese III Reich nazi que intentaba imponer al mundo.

Entre otros, uno de los objetos que deseaba tener entre sus manos era la Lanza de Longinos, el arma que un centurión romano clavó a Jesucristo en el costado y del que la  leyenda afirmaba que su poseedor no perdería jamás una batalla

«Quien la sostenga en sus manos, sostendrá, para bien o para mal, el destino del mundo».

El cneturión Cayo Casio Longinos sufría una ceguera parcial que casi no le permitía ver. No obstante, la sangre de Jesús que le salpicó a los ojos cuando le clavó la Lanza, para ver si estaba muerto, y se obró un milagro: el romano recuperó la vista en ese justo momento.

El agradecido Longinos decidió convertirse al cristianismo, señala el evangelio de Juan (19:33-34).

El Evangelio revela que los romanos planeaban romper las piernas de Jesús, una práctica conocida como crurifragium, que era un método doloroso de acelerar la muerte durante la crucifixión de los condenados a este tipo de castigo.

Sin embargo, instantes antes de que los soldados romanos así lo hicieran, vieron que él ya había muerto y por eso pensaron que no había ninguna razón para fracturarle los huesos. Para cerciorarse de que estaba muerto, un soldado le clava su lanza en un costado.

Según relata Jesús Hernández en su libro, «Enigmas y misterios de la II Guerra Mundial», Hitler dio con la lanza por casualidad en 1912, cuando no era más que un pintor fracasado que intentaba malvender sus acuarelas por los cafés de Viena.

La leyenda cuenta que un día, el joven Adolf (de tan sólo 23 años) entró en el conocido museo del Palacio Hofburg para refugiarse de una fuerte tormenta, y allí encontraría su destino.

«Deambulando por las salas, centró su atención en un objeto singular; sobre un manto de terciopelo rojo se le ofrecía la visión de una reliquia cristiana de gran poder místico perteneciente al tesoro imperial de los Habsburgo: la Lanza de Longinos».

Al ver este artefacto histórico, Hitler permaneció más de una hora abstraído en sus pensamientos delirantes, nutridos por la visión de la lanza.

El líder nazi sentía una obsesión enfermiza por las reliquias convencido de que su «poder mágico» le ayudaría a mantener en alza su imperio.

Ya en el poder, Hitler descubrió que había por lo menos otras tres lanzas santas en Europa en esa época: una estaba en el Vaticano, otra había sido llevada a París en tiempos de las Cruzadas, y una más estaba en una iglesia de Cracovia, Polonia.

La leyenda afirmaba que el poseedor de la lanza no perdería jamás una batalla, sin embargo, si el propietario se separaba de esta tendría bastantes calamidades.

Asimismo, la lanza fue un talismán poderoso para Constantino el Grande, el primer emperador cristiano de Roma; para el rey franco Carlos Martel, que expulsó de Francia a los árabes en el siglo VIII; para Carlomagno y también para el sacro emperador romano Federico Barbarroja. Según la tradición todos los que la habían poseído resultaron victoriosos. Estas cualidades místicas de la Lanza de Longinos fascinaron al líder nazi.

Obsesión de Hitler

El individuo que reveló la obsesión que tenía Adolfo Hitler, por la lanza que supuestamente había pertenecido a Longinos, era un sabio austriaco, el doctor Walter Stein, amigo del líder nazi desde antes de 1914.

Según el doctor Stein, la creencia de Hitler en los poderes sobrenaturales de la Lanza de Longinos lo llevó a la magia y el ocultismo.

Finalmente, cuando en 1938 Hitler anexó Austria al Tercer Reich, una de sus primeras órdenes fue visitar el Museo Hofburg para buscar la famosa lanza.

Posteriormente, llevó a cabo todos los arreglos para que la trasladaran a Nuremberg, donde fue ubicada en una iglesia que ordenó transformar en santuario nazi.

Cuando el Tercer Reich era derrotado, en varios frentes, las fuerzas aliadas bombardearon la ciudad, por lo que Hitler ordenó esconder la lanza en una bóveda que había mandado construir dentro de los cimientos del Castillo de Nuremberg.

Finalmente, el 30 de abril de 1945, las tropas estadounidenses entraron en Nuremberg, sacaron la lanza. Hitler, que en esos momentos se protegía en Berlín, no se enteró; horas después de suicidó.

En la actualidad, la Lanza de Longinos está de nuevo en el Museo Hofburg. Este artefacto, conocido como «La lanza del destino», no fue el único objeto que Adolf Hitler trató desesperadamente de encontrar, sino que en su lista también se encontraban reliquias de tal calibre como el Arca de la Alianza o el Santo Grial.

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