¿Qué hemos hecho tan mal en la Iglesia en Mallorca para merecer este trato?
(Gregorio Delgado, catedrático).- Nos cuenta José María Iribarren que Emilio Arrieta vivía en una casa de huéspedes de la calle Desengaño en Madrid. Al entrar en ella, se percibía cierto aroma nada ambarino, procedente del excusado. Para paliar tan desagradable olor, Doña Blasa, la posadera, solía quemar azúcar. El remedio al parecer no produjo el efecto deseado. Un día, al entrar en casa, el famoso músico navarro, cansado ya de lo que se veía obligado a tolerar cada día, le gritó a la posadera: ¡Doña Blasa! ¡Con azúcar está peor!
El mal ya estaba hecho. La «actuación ingenua y hasta imprudente del obispo» (R. Perera) fue una evidencia para todo el que quiso ver. Fue lo más suave y menos subido de tono que se pudo escuchar en aquellos días. ¡Qué cosas se dijeron! Todo el mundo -también el clero y los religiosos- fue consciente de la gravedad de la situación creada. El daño para la imagen, credibilidad y fiabilidad de la propia Iglesia en Mallorca fue innegable y, de alguna forma, irreparable. Ciertamente, olía muy mal.
Al pretender dulcificar lo ocurrido, al buscar explicaciones y disculpas, al querer arreglar lo que no tenía remedio, todo se complicó más de lo que ya estaba. Apareció, en el proceso de toma de decisiones respecto de lo ocurrido, el negativo clericalismo de siempre. No se tuvo en cuenta el carácter sinodal de la Iglesia diocesana. Es más, en el Consejo presbiteral -única instancia que se convocó- se disimuló, se guardó silencio, se miró para otro lado, no se ejercitó la libertad de los hijos de Dios, se tuvo miedo a la verdad. Tan elocuente silencio se instrumentalizó convenientemente en su momento y se convirtió de hecho en complicidad manifiesta! ¡Con azúcar, está peor!
Una vez tomada la decisión en Roma, se pensó de nuevo, como remedio, en azucarar la situación. Se aprovechó todo lo aprovechable: la fiesta de los sacerdotes; la celebración del Año Llull; la presencia circunstancial en Mallorca del Obispo africano y la insustancial exhibición de otro obispo peruano, retirado en un convento franciscano mallorquín; se invitó a los movimientos laicales; y hasta se ejercitó, supuestamente, la influencia en ciertos medios de comunicación.
Todo un montaje y toda una hipocritona ceremonia de la confusión, que nada tenía que ver con el único y verdadero motivo, que justificaba la presencia del Card Müller en Mallorca. La verdadera razón de ser de la presencia en Palma de tan controvertido personaje cardenalicio -así como de la ceremonia en San Francisco- no fue otra que la de respaldar a Mons Salinas.
Pero, al mismo tiempo, tal motivo tampoco se quiso explicitar ni explicar a nadie de los invitados y participantes en la misma. Se optó por preferir azucarar el discreto disimulo (no dar pie ni tan siquiera a hablar del tema) y así evitar juzgarse a sí mismo.
Nuevamente se demostró que con azúcar está peor. Se sabía qué se escondía detrás de tan calculada ceremonia. Por ello, muchos sacerdotes, amantes de la verdad, se sintieron libres y decidieron no participar. La presencia del santo pueblo de Dios fue escasa y, en modo alguno, consciente de los entresijos de lo que estaba en juego.
No menos significativa fue, en un día supuestamente dedicado a ellos, la ausencia de una gran mayoría de sacerdotes. La Iglesia diocesana, en definitiva, no se implicó en el verdadero y ocultado trasfondo de la ceremonia. No se puede, por ello, acusarla -con las excepciones de rigor- de haber hecho el paripé.
En todo este mal hacer, se ha de significar -aunque se ha ignorado a propósito- la no participación de Obispo alguno de la Provincia eclesiástica ni siquiera del Card Cañizares, como tampoco de la Conferencia episcopal o de la Nunciatura apostólica. ¡Todo un síntoma elocuente! ¡Con azúcar esta peor!
En todo este inmenso montaje, sólo queda por formular una pregunta, que nadie ha querido hacerse y que no recibirá respuesta: ¿Qué hemos hecho tan mal en la Iglesia en Mallorca para merecer este trato? Sin duda, ¡con azúcar está peor!