Es vital la distinción del ámbito religioso y ético con respecto al científico y jurídico, al político y la económico
(Agustín Ortega).- Actualmente, uno de los grandes males que padecemos es la falta de formación y escasa cultura, en especial en materia social y, en nuestro ámbito, teológica. De ahí que, fruto en buena medida de lo anterior- más la lacra del fanatismo-, el fundamentalismo e integrismo o el otro extremo con el que se toca, como es el relativismo, no comprendan ni asuman claves de la realidad y de la fe.
Como lo que recientemente afirmará el Papa Francisco, siguiendo la enseñanza del Vaticano II, acerca de la no conveniencia y el mal de un estado confesional. Efectivamente, la enseñanza conciliar y de la iglesia hoy deja claro que, en una sana laicidad, hay que distinguir claramente: la fe del ámbito partidista e ideológico, como son los partidos políticos; la iglesia de los gobiernos o estados.
No podemos volver, como parece que se reclama desde este integrismo, al denominado nacional-catolicismo o a un estado teo(-eclesio)crático. En donde se alían o confunden los poderes políticos y económicos con la religión e iglesia. Lo cual acaba, como nos muestra la historia- por ejemplo, la de España- en una dictadura y poder dominador u opresor que impone la instrumentalización de la religión e iglesia. Para manipular y legitimar estos poderes, los ídolos del poder y de la riqueza, con sus males y desigualdades e injusticias.
Como nos enseña la Iglesia y la teología o hasta las mismas ciencias sociales, es vital la distinción del ámbito religioso y ético con respecto al científico y jurídico, al político y la económico. Ya que la fe e iglesia o la moral, por su vocación trascendente y espiritual, debe ser siempre una instancia profética, crítica y ética ante todo poder o sistema: que quiere absolutizarse o dominar, convirtiéndose en idolátrico; que oprime y que causa el mal e injusticia, que niega el bien común y la vida-dignidad de las personas.
Esta distinción de esferas entre la fe y los planos de la realidad social e histórica, por supuesto, no significa separación ni recluir a la fe e iglesia en el ámbito de lo privado e intimista, en la sacristía. Tal como impone el espiritualismo e individualismo burgués o el actual laicismo. Como se ha estudiado, la fe y el cristianismo con su teología tienen un carácter constitutivamente público, social y ético-político. Aunque, a la misma vez como ya apuntamos, rechazan toda teologización o sacralización de un tipo determinado de sociedad y de modelo de autoridad, de gobierno y de estado…
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