Cuatro opciones, para intentar explicarla

¿Se puede entender la actitud del Papa con Osorno?

"Sea cual sea la razón, Osorno sufre"

¿Se puede entender la actitud del Papa con Osorno?
Manifestación en Osorno contra el obispo Barros

Osorno nos da clases de un discipulado de ojos abiertos y nos deja el desafío de ver al Cristo desnudo caminando con el pueblo pobre y menospreciado

(Pedro Pablo Achondo, sscc).- Ad portas la visita del Papa Francisco a nuestro país, cabe hacerse la pregunta por su apoyo «irrestricto», como algunos han dicho, a monseñor Juan Barros. Se me vienen a la cabeza algunas ideas que trataré de desarrollar. La pregunta de fondo es, ante todo lo que hemos visto y oído, ante la crisis de la Iglesia de Osorno y, en alguna medida, de Chile, ante el sufrimiento de laicos, laicas, comunidades y curas de la zona, ¿se puede entender la actitud de Francisco?

1. Hay información que no conocemos.

Esta es la posibilidad más benévola. El apoyo del papa a don Juan Barros vendría del hecho, para nosotros desconocido y un tanto inexplicable, de algún tipo de información que el Papa tendría. ¿Qué información? No sabemos, ¿De qué tipo? Tampoco. Pero cabe esta posibilidad. Y ella explicaría tan férrea defensa. La respuesta ante esto sería la paciencia, la espera. Un «ya se aclarará todo». Cabe decir que esta alternativa, en la que Francisco sale bien, quedando como un justo humillado o como quien ha aguantado injurias sin poder revelar otras cosas que solo se saben en ciertas esferas o para defender otros inocentes; nos parece la más difícil.

2. El Papa se mantendrá tozudamente firme en sus palabras iniciales.

Esta es la posibilidad de la soberbia. En ella entra el pecado de Francisco y lo que ya se ha dicho en otros lados sobre nuestra propia imperfección, tozudez y, en definitiva, fragilidad humana. Aquello de san Pablo respecto a hacer el mal que no queremos y no ser capaces de hacer el bien que tanto anhelamos (Rm 7, 19). En esta línea, una vez hecho esos comentarios en Roma sobre lo «zurdo y tontos» que sería el grupo de Laicos y laicas de Osorno, al dejarse manipular por intereses políticos; el Obispo de Roma se habría metido en un entuerto del cual ya no sabe (o no quiere) salir.

Es claro que esta alternativa tampoco convence del todo, pues -¡y sobretodo el Papa!- siempre se puede pedir perdón, siempre se puede retractar, revisar, volver a mirarlo todo y actuar de otra manera. Francisco no puede ser solo un tozudo lleno de soberbia.

3. El Papa ha recibido información falsa de lo que sucede o al menos, parcial.

Esta es una opción difundida o, al menos creída entre los que estiman mucho al Papa. ¿Cómo entender esta defensa de Barros, y al mismo tiempo escribir textos tan hermosos, realizar gestos tan novedosos y ser tan claro en algunas posturas? Hay algo que no encaja. Quizás Francisco confía ciegamente en gente que tiene cerca, obispos, cardenales, algún confesor o amigo de años; tal vez recibe información concienzudamente catalogada y filtrada de parte del Nuncio de Chile.

Quizás deposita mucha confianza en un tipo de prensa y desconfía de otra más contestataria y crítica respecto a ciertas lógicas presentes en la Iglesia. Tampoco lo sabemos, pero podemos aventurar que efectivamente el Papa no sabe todo, no posee claridad de cómo se gestaron las cosas para la Iglesia de Osorno y cómo fue posible llegar a estas magnitudes. De esa forma el juicio del Papa respecto a Barros y Chile, sería más bien sesgado y tendría como consecuencia una persistencia en el error.

No en su error personal, sino en una cadena de errores desde hace décadas, que suma a Karadima en sus líneas y un sin número de atrocidades que se fueron dando a lo largo del tiempo manchando comunidades e hiriendo seres humanos. Es esa cadena la que Francisco no ha podido romper para sanar. Y en eso, o falta información, claridad; o falta voluntad.

4. Prima y primará ante todo la orden, el nombramiento y la jerarquía.

Esta última hipótesis tiene que ver con el argumento de don Juan Barros: El Papa me nombró, ergo no puedo renunciar ni fallarle. Es un argumento más bien militar, basado en una manera de entender la jerarquía que poco o nada tiene que ver con la Iglesia de Jesús.

Pero pensemos que para mucha gente así funciona la cosa. Si fuera así, de esa forma rígida cimentada en una orden, en un nombramiento episcopal, no habría posibilidad de renuncia de parte de Barros y solo cabría esperar una «nueva orden» de parte del Papa. Y aquí esta lo problemático, si para Francisco su propio nombramiento o su palabra empleada tienen carácter de irrevocable o la jerarquía de la Iglesia, en el sentido de mostrar claridad en las decisiones y mantenerlas, Barros seguirá allí hasta nuevo aviso.

Sin embargo, esto último no procede, pues el Papa puede cambiar Obispos y ordenar otros cuando estime conveniente y necesario. Cosa que además, Francisco ya ha hecho con Obispos en similar situación, incluso en su círculo más próximo. Lo triste de esta cuarta opción, es la ausencia del laicado como actor e interlocutor válido. Con discernimiento cristiano, todos los Obispos siempre deberían escuchar a la gente, a los fieles, a los hermanos y hermanas en la fe. Los laicos y laicas de Osorno se han manifestado, en paz y de manera profética hace más de dos años.

Razón o no, eso se verá en un diálogo fraterno de escucha y comprensión basadas en la misericordia y el amor. Cosa que hasta hoy apenas se ha vislumbrado. Esta falta de atención, dialogo y cariño (mutuo) solo afirma la hipótesis de que prima la autoridad eclesiástica, muchas veces menospreciando al pueblo laico de Dios, infantilizándolo y no validándolo como un otro capaz. Esto, a mi modo de parecer, es lo que hoy, en la Iglesia del siglo XXI, en el mundo actual y en la reforma que Francisco ha impulsado no cabe, no se entiende y no se permite.

¿Los Obispos tienen miedo? Sería una pena y algo incomprensible, pero lamentablemente muy posible, además de contradictorio a las palabras del Maestro: «!No teman! ¡Soy yo!». ¿El hermano Papa Francisco tiene miedo? No me parece viable, no para alguien con ese manejo político, ese carisma y ese espíritu que ha ido, a veces lento y en otras rápido, generando cambios profundos en la Iglesia.

¿Quién tiene miedo entonces? ¿A qué? ¿A quiénes? ¿Quién está frenando el paso evidente? ¿El Nuncio? ¿Otros poderes, otros intereses? ¿Poder económico? Podríamos finalmente pensar, algo que también se ha dicho: que «Osorno no interesa». Que Barros seguirá hasta que sea emérito, que los laicos y laicas se cansarán, que es una Iglesia pequeña del sur del planeta, que no vale la pena armar tanto revuelo, etc… ¡Qué atrocidad sería esa posición! ¡Dios nos libre de algo así!

Sea cual sea la razón, Osorno sufre y mientras más nos demoramos en dar pasos evangélicos, seguimos todos y todas ahondando un foso del cual será difícil salir. Osorno, en este tema, nos da clases de un discipulado de ojos abiertos y nos deja el desafío de ver (y seguir viendo), de encontrar -y seguir encontrando- al Cristo desnudo caminando con el pueblo pobre y menospreciado. No se nos olvide que a Jesús de Nazaret lo juzgó la autoridad religiosa de su tiempo. Hoy nuestra autoridad puede cambiar la historia concreta del Cristo de Osorno.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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