El jesuita escribe cartas a sendos amigos: Uno independentista y el otro, no

José I. González Faus: «Nada le hace más daño al amor patrio que los fundamentalismos nacionales»

"Tanto derecho como tienes tú a no ser independentista, lo tienen otros a serlo"

José I. González Faus: "Nada le hace más daño al amor patrio que los fundamentalismos nacionales"
La bandera y la senyera

Me parece más honesta (aunque le cueste votos) la actitud de Pablo Iglesias cuando dice: "yo no quiero que Cataluña se vaya de España, pero quiero que eso lo decida ella misma en un referéndum válido"

(José Ignacio González Faus sj).- Carta a dos amigos catalanes. 1- A un amigo independentista. Déjame proclamar, de entrada, tu pleno derecho a ser independentista, dicho sea con todo respeto a dos cardenales españoles que proclaman lo contrario. Pero hoy no hablaremos de eso ni de las razones que tengas para ello. Quisiera hablar sólo de un serio peligro que tienen todas las grandes opciones humanas: el llamado fundamentalismo.

El fundamentalismo deforma y corrompe la fe religiosa, como deforma y corrompe el amor humano: muchas parejas fracasan porque su amor no era una aceptación lúcida de la otra parte sino una apropiación fundamentalista de ella. Una de las historias más trágicas que me ha tocado convivir es la de un señor que un buen día decidió dejar de golpe a su mujer para irse con otra: recuerdo sus proclamas («he encontrado la mujer de mi vida»…) y las respuestas de sus amigos («no estás enamorado, estás encoñado; ¿cómo no te das cuenta?»…). Pues bien: al cabo de un mes regresaba de la aventura con el rabo entre piernas y, lo más trágico de todo, entre medio se había suicidado su mujer.

Los fundamentalismos convierten la fe en seguridad y la entrega en apropiación. Añade, si quieres, al ejemplo anterior el error de tantos obispos que, creyendo amar a la Iglesia, optaron por no desenmascarar casos de pederastia y han hecho a esa Iglesia amada un daño casi irreparable.

Pues bien: creo que también cabe un fundamentalismo en los nacionalismos. Y más hoy: porque una falsa globalización sólo mercantil nos hace vivir a la intemperie; y una sociedad consumista no nos da razones ni metas para las que vivir. Eso crea inseguridad o necesidad de amparo, y hace que así como muchos fundamentalistas religiosos se toman la Biblia al pie de la letra y pretenden que Dios creó el mundo «en seis días», también muchos nacionalistas tomaron al pie de la letra las promesas de los políticos y creyeron que Catalunya iba a ser independiente «en seis días»… Hasta ir a dar en aquella confesión de Marta Pascal: «creímos que era muy fácil lo que sólo era posible».

Pero en todo lo que afecta a las relaciones humanas, la inseguridad sólo la superamos humanamente con la confianza, no con la seguridad. Desde mi óptica cristiana suelo decir que la mayor tentación contra la fe no es la incredulidad sino la seguridad. Porque la confianza siempre es riesgo, por razonable que sea; mientras que la seguridad es un acomodo egoísta y cobarde. Eso lo percibe y lo teme confusamente nuestro inconsciente; por eso produce aquella actitud que definió muy bien A. Sajarov: «la intolerancia es la angustia de no tener razón».

Y, bajando del cielo a la tierra, creo que así como nada le hace más daño a la fe que los fundamentalismos religiosos, también nada le hace más daño al amor patrio que los fundamentalismos nacionales. La vida te habrá enseñado que los humanos tenemos dos maneras de amar una realidad: hay quienes aman de tal manera que hacen amable a todos los demás aquello que aman. Y hay quienes llegan a hacer odioso a todos los demás aquello que aman. Si esto segundo se quedase sólo para el fútbol, para el Barça y el Real Madrid etc. nuestra sociedad marcharía bien: porque tendría bien puestas sus cañerías para todo lo menos presentable de nosotros. Pero cuando las cañerías se desbordan la sociedad se ensucia.

Para que lo veas mejor fuera de ti, fíjate cuánto daño ha hecho a España ese patrioterismo vulgar, agresivo y «joseantoniano» de los que pretenden que «ser español es una de las pocas cosas que vale la pena» o (citando otra vez al maestro Machado) son de esa España que «te hiela el corazón», «la que embiste y la que reza cuando se digna usar de la cabeza». La que cantaba la malograda Cecilia como «España viva España muerta» y la censura franquista le obligó a poner «España mía, España nuestra», como si eso arreglará las cosas. Los dos cardenales a que aludí al comienzo, creo que han caído en un fundamentalismo hispánico.

No es que todos los españoles sean así, como tampoco lo son todos los catalanes independentistas, aunque cada cual tiende a creer eso de la otra parte. Pero piensa qué trágico será, y qué falso, si tú das una imagen de Catalunya como la que ellos dan de España. Dije antaño en una encuesta que, por la que ha sido mi trayectoria, si tuviera que hacer la lista de las personas que más quiero, el 80 o el 90% serían catalanas: porque hay miles de catalanes admirables, de una fidelidad a prueba de bomba, de un espíritu creativo y realista a la vez, de una discreción algo tímida y de una mirada irónica y burlona sobre las cosas, como la de Capri, La Trinca y tantos otros humoristas catalanes. De ellos, puede ser que unos sean independentistas y otros no. Pero ninguno es fundamentalista en sus posiciones. Y lo que hoy te invito a que te preguntes es si muchos de vosotros no habréis hecho un gran daño a esos otros.

Ningún amor nos dispensa de la lucidez: en realidad, cuando es muy verdadero nos da más lucidez. Aprendamos pues todos: amar, a cualquier realidad que sea, no es considerarla impecable y la mejor de todas, sino aceptarla tal cual es y, en todo caso, desear ayudarla a que sea aún mejor. No sé ya quién dijo que no era nacionalista porque «todos los nacionalismos son contra algo».

De entrada rechazamos eso; pero hagamos un esfuerzo por bajar hasta el fondo de nosotros mismos, allí donde uno está obligado a ser sincero consigo, y preguntémonos si no será que yo también soy así.

Para ayudarnos ese esfuerzo, déjame que te cuente algo de lo que he aprendido en la Biblia. La mayor división que ha habido en la historia humana no es la que hay hoy en Cataluña entre separatistas y no separatistas, por aguda que ésta pueda ser. Es la que hubo hace siglos entre judíos y paganos. San Pablo escribió una famosa carta a los romanos, que eran una comunidad constituida por cristianos judíos y gentiles. Siempre me ha llamado la atención que, para reconciliarlos, no les exhorta a un gesto de esos de darse la mano y hacerse una foto. Al revés: Pablo comienza su carta con una dura crítica de los dos grupos, para terminar diciéndoles que lo que tienen más en común es que los dos son pecadores y necesitan el perdón y la fuerza de Dios.

Después he comprendido que los sentimientos humanos son algo tan hondo y tan fuerte que no se arreglan con el abrazo y la foto: eso podría reconciliar a los políticos (que nunca están del todo enemistados porque se necesitan) pero no reconcilia a los ciudadanos que son lo importante. La psicología que hay tras la actitud paulina es que, cuando al enemigo cuyos defectos conocemos tan bien, le sabemos reconciliado y dignificado, quizá nos animamos nosotros a reconocer también nuestras faltas. El judío que conocía los fallos del paganismo, al ver a Dios llamando incondicionalmente a los paganos, podía animarse a reconocer también sus propios defectos.

Y generalizando: sólo cuando cada cual ha reconocido su propia culpa, en el seno de una acogida absoluta por parte de Dios, pueden disolverse los sentimientos y estamos en camino del encuentro fraterno. Me parece que algo de eso es lo que haría falta hoy en Catalunya entre las más arrimadas y los Mas separados (con perdón por el mal chiste): sólo un reconocimiento reconciliado de la propia culpa permitirá un encuentro en el que se llegue a la fórmula feliz de Pasqual Maragall: una situación suficiente para los unos y aceptable para los otros. Lástima que Puigdemont no tuviera valor para convocar él las elecciones con aquel argumento tan válido de «no quiero ser presidente de sólo la mitad de los catalanes» (aunque no quiero juzgarle pues creo entender lo que puede afectar esas presiones que te llaman traidor).

También sé que, como somos libres, esa vía paulina no es mecánicamente infalible. Incluso hay historiadores que sostienen que algunos de aquellos judíos cristianos de Roma no aceptaron las críticas de Pablo y fueron ellos (no el imperio romano) quienes lo mataron. ¿Por qué dicen eso? Porque sólo así ven posible explicar que Lucas no narre la muerte de Pablo en su libro de los Hechos (cuya segunda mitad es casi una biografía de Pablo), y que ese silencio no puede deberse a que concluyó el libro cuando Pablo todavía vivía: pues parece establecido que la obra lucana es posterior a la muerte del Apóstol. A pesar de esas razones, a mí me cuesta creer esa hipótesis, y prefiero quedarme con que no sé explicar porque el libro de Lucas no narra la muerte de Pablo.

Pero como ejemplo sí que me vale por aquello que «se non é vero é ben trovatto».
Así que repito lo de antes: ojalá consigamos todos esa total y absoluta (y a veces brutal) sinceridad con lo más hondo de nosotros mismos. Y que se cumplan así aquellos versos que tú y yo habremos visto bajo la cruz del Matagalls: «no es trenqui mai la sardana que ens lliga els cors i les mans»

2.- Carta a un catalán no independentista

Huelga decir que lo de la carta anterior sobre los fundamentalismos vale igualmente aquí. Huelga decir también que podemos estar de acuerdo en algunas cosas: una nación no independiente del estado al que pertenece no puede poner sus propias leyes por delante de la Constitución de ese estado; ni puede actuar quebrantando sus propias leyes (el Estatut exige 90 votos -no 72- para una ley electoral, y una sindicatura para celebrar un referéndum). Y nadie puede poner en acto un referéndum cuyos resultados sólo han sido validados por la autoridad que lo convocó y no por alguna instancia exterior. Pero podemos también disentir sobre la manera de aplicar el 155 y en eso de la acusación de «rebelión» que ya critiqué otra vez…

Pero estas son cuestiones de procedimiento. Criticar al Govern, o al Gobierno, cuando crees que lo ha hecho mal, y sabiendo que eres sólo una voz, no es lo mismo que criticar a aquellos a quienes esos gobiernos representan. Por eso, quisiera que habláramos de otras cuestiones más de fondo y más amplias que la de los procedimientos la cual, por desgracia, se ha llevado demasiado espacio.

Tanto derecho como tienes tú a no ser independentista, lo tienen otros conciudadanos tuyos a serlo: no puedo compartir entonces esa actitud excluyente que se niega a todo diálogo y negociación con ellos. No es ético ningunear esos dos millones de catalanes que están obsesionados por ser independientes como sea; y no sacaréis nada intentado sólo vencerlos, sino que hay que intentar convencerlos o hacer comprender vuestra causa.

Me parece más honesta (aunque le cueste votos) la actitud de Pablo Iglesias cuando dice: «yo no quiero que Cataluña se vaya de España, pero quiero que eso lo decida ella misma en un referéndum válido». Eso implica que deberíais sumaros a todas las voces y fuerzas que reclaman una búsqueda conjunta de caminos para que haya en España un referéndum legítimo. Porque todos los análisis indican que, sin eso, nunca habrá paz sino sólo victoria (retomando una vieja distinción lingüística del abad Escarré).

Para eso, creo que deberíais trabajar todos juntos por un diálogo público y científico sobre las consecuencias de una independencia legal: ¿es mejor o peor para Cataluña?, el afán de independencia ¿es pura avaricia insolidaria o es algo más?, ¿cuál es el momento en que Cataluña vivió en España mejor que ahora y que funciona como ideal y justifica el malestar actual?, ¿está garantizada la continuidad en Europa en el caso de una independencia legal?… Estas preguntas y otras similares habrían de responderse con datos objetivos, no con polémicas televisivas que suelen quedarse en la retórica o el insulto. Yo no tengo respuesta segura a todas esas preguntas; pero tengo la impresión de que tampoco la tienen quienes van dando esas respuestas, y las dan más desde el sentimiento que desde el dato objetivo.

Creo también que vosotros deberías desmarcaros más de todos esos que sólo saben contraponer al nacionalismo catalán otro nacionalismo hispano violento y trasnochado. Y esto no lo habéis hecho bastante. Sobre el encarcelamiento del Govern dije en otro lugar que me parecía políticamente imprudente aunque sea jurídicamente defendible; y cité el viejo adagio romano: «summum ius summa iniuria». ¿Coincides tú en eso?

Ten en cuenta que, en realidad, lo que quieren muchos catalanes no es independizarse de España sino independizarse del PP. Y, aunque los futuribles nunca los conoceremos, me pregunto cómo hubiera sido nuestro 2017, si en el 2016, la mayoría que no votó al PP hubiera sabido unirse para impedirle llegar al gobierno: recuerda que fue el problema catalán lo que más impidió esa unión. Temo que hoy cosechamos los frutos de aquella intransigencia vuestra.

Mientras vosotros discutíais sobre la independencia, un montón de niños inmigrantes, menores de edad y solos, se pudrían en un centro donde tenían que dormir por los pasillos en colchonetas y sin ninguna atención, mientras la Generalitat no tenía tiempo para ocuparse de esas pequeñeces… hasta que la cosa llegó a la misma ONU. Este no es un caso único, y a mí me evoca una frase del Evangelio que he citado mucho: «Esto es lo que habría que haber hecho, aunque no se olvidara lo otro».

Vosotros y ellos os dedicasteis sólo a eso otro, olvidando lo que era primario. Y yo mismo creo que he dedicado demasiados espacios a este problema, impulsado porque es el que nos servían los medios como desayuno, comida y cena, mientras el asunto de la Gürtel y la caja B del PP pasaban como notas al pie en letra pequeña. Espero que este sea mi último escrito sobre el tema, visto que el dichoso choque de trenes que ya se ha producido. Pero conste que ahora importa evitar otro choque de trenes entre catalanes.

Concluyendo esta carta, oigo la noticia de que Rajoy ha respondido a la apelación de Podemos al Constitucional sobre el 155: «lo que quieren es que no haga nada».

¡Hombre! No tengo competencia para juzgar sobre el contenido de esa apelación: el 155 es muy breve y vago y sólo habla de adoptar «las medidas necesarias», sin especificar cuáles deben ser éstas. Pero parece claro que el recurso no se presenta por haber hecho algo sino por no haberlo hecho bien. Alguien dijo que, en las guerras, la primera víctima es la verdad; y una vez le añadí que en estas otras «guerras» sin bombas, el primer enemigo es la lógica. Y Rajoy arguye ahora que en Catalunya hay más confianza y más normalidad, sin darse cuenta de que lo que hay son muchos sentimientos reprimidos y resentidos, de esos que pueden estallar cualquier día.

En cualquier caso, vale también aquí no sólo la primera sino la última frase con que concluí la carta anterior, sobre la sardana. Catalunya es en estos momentos «una sardana rota». Si no recuerdo mal, los versos de la cumbre del Matagalls comienzan así: «oh santa creu catalana, vencedora d’huracans». La Catalunya en que he vivido tantos años se ha convertido hoy en un huracán. Déjame decir que, amén de otras razones, quizá es porque falta esa «santa cruz», aunque eso parezca clerical. Y sugerir a los cristianos de uno y otro lado esta oración tradicional al Espíritu Santo, para ser rezada en común: «visita mi mente»: si en algo me engaño haz que vea bien. «Llena mi corazón»: si algo no es limpio en mis afectos purifícamelos.

Y mutis por el foro

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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