"Las procesiones precisan revisión y arrepentimiento"

Los novios de la muerte

"A nuestras Semanas Santas les faltan teología, evangelio, actualización y adecuación a los tiempos nuevos"

Los novios de la muerte
Los legionarios de Málaga Agencias

A la Semana Santa le sobran sentimentalismos, teatralidad, evangelios apócrifos y monumentalidad

(Antonio Aradillas).- En cristiano, y tal y como acontece en las misas, también las «Semanas Santas» comienzan cuando terminan. Sus liturgias son poco más que otros tantos ensayos o entrenamientos de lo que deberán ser después sus prácticas en la realidad de la vida, y como actos de culto y adoración a Dios, que favorecerán antes, e inexcusablemente, al prójimo. De ahí la importancia de examinar a la luz de la fe y del evangelio, sus contenidos y programación. Tal es la intención inicial de este breve ensayo –examen de conciencia– acerca de la Semana Santa pasada.

A nuestras Semanas Santas les faltan teología, evangelio, actualización y adecuación a los tiempos nuevos, lo que sagradamente tuvieran en cuenta el Concilio Vaticano II y las orientaciones y ejemplos que con generosidad y respeto a las tradiciones aporra el papa Francisco.

A la Semana Santa le sobran sentimentalismos, teatralidad, evangelios apócrifos, monumentalidad y tantas sensaciones «religiosas» que les proporciona a su jerarquía y laicos la «seguridad» de estar, y vivir, en posesión de la única verdad existente en su relación con la Divinidad, coincidente, por supuesto, con las condiciones de «católica, apostólica y romana», descritas ya en el primer Concilio de Nicea celebrado el año 325, convocado por el papa Silverio I, con la ineludible e interesada protección y ayuda del emperador Constantino «El Grande».

La Iglesia, -Iglesias-, con la Semana Santa, hasta consigue imponer su ritmo festivo al mundo occidental, aunque las constituciones de los países independientes que lo configuran, y los partidos políticos, destaquen con plena legitimidad su sana condición de a-religiosos o laicos.

El esquema teológico que rige las procesiones y los principales actos de piedad y de culto de las Semanas Santas, y que el pueblo-pueblo activo, y sus «visitantes», aclaman y admiran, está falto de resurrección y de vida, sin proyección de futuro. Le sobran «soledades», espadas, flagelos y flagelantes, sayones, «caídas»… Después de una larga e intensa semana de dolores y de penitencias, con la correspondiente preparación cuaresmal, a la eclosión de la luz bautismal, del sepulcro vacío, y de la fe en la resurrección del Señor, -y nuestra a la vez-, apenas si se le dedica la orla del devoto y fervoroso recuerdo de una sola procesión.

De nuestras Semanas Santas, tal y como se siguen celebrando, no son ya pocos los propios cristianos que dudan acerca de su verdadera religiosidad, con insistencia en la ínclita y profunda renovación decidida por el concilio Vaticano II, por la pastoral y por el «sensus fidelium», encarnados en la figura y el testimonio del papa Francisco.

Sin dejar de valorar la labor inicial de las Hermandades y Cofradías, ejercida tanto social como doctrinalmente al servicio del pueblo, muchos echan de menos la corta, o nula, participación de la mujer en los actos oficiales de religión y de culto. La Semana Santa -jerarquía y laicos- también «es cosa de hombres». Y además, y sobre todo, «de curas», aunque sea tan patente su rechazo en el organigrama de las Hermandades y Cofradías.

Como la solemnidad no es una virtud, sino un rito, convencional para tantos, son muchos los actos y los «números» «semansanteros» que, especialmente a la luz de la doctrina social de la Iglesia, precisan revisión y arrepentimiento. Todo lo que pueda favorecer y potenciar de alguna manera el protagonismo jerárquico, y más con sus paramentos pontificales, por litúrgicos que sean y se presenten, demanda casta y ascética revisión penitencial.

A las imágenes, acompañantes y «acompañantas», les sobran riquezas. Estas jamás serán signos de religión y de piedad, por muchos esfuerzos «adoctrinadores» que se hagan para su cristianísima justificación.

Es más que anecdótico el hecho de que, ante el panorama que se vive ya hoy, con tan reducidas posibilidades de corrección, en el futuro, sean muchos los pueblos y las comarcas, de los que bien pronto desaparezcan las celebraciones de la Semana Santa. Y es que para ellos y ellas, no hay sacerdotes celebrantes. Tendrán que conformarse los fieles devotos con seguir tales actos por las Televisión Regionales, dado que, lo de que puedan hacer de «curas» las mujeres -monjas o seglares-, al paso que vamos, da la infeliz impresión de que «va para largo».

Episodios como el de los «legionarios», con su Cristo de Mena, himnos y gestos marciales, merece capítulo aparte. «El novio de la muerte»; «Nadie en el Tercio sabía», «Como un lobo el corazón»,» Cuando más rudo era el fuego», «Soy un hombre a quien la muerte hirió con zarpa de fiera»,» La muerte, leal compañera», «¡Legionarios a luchas, legionarios a morir¡», jamás serán pentagramas para las letras y los gestos de saeteros y saeteras, que desde balcones, o a pie de calle, les cantan a sus Cristos y Vírgenes, aunque hayan sido cuatro -¡cuatro!- los ministros/as del Gobierno de España quienes presidieran tan audaz ceremonia patriótico- litúrgica.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

Lo más leído