Josemari Lorenzo Amelibia desvela tres casos que reflejan una cruda realidad

¿De verdad nuestra jerarquía quiere vocaciones? ¿Por qué se desprecian tantas?

"Mientras unos se desgañitan por fomentar y mantener las vocaciones, otros desprecian incluso las que tienen"

¿De verdad nuestra jerarquía quiere vocaciones? ¿Por qué se desprecian tantas?
Celibato sacerdotes

Cada vez, tenemos menos curas... ¡ley del celibato!; cerrazón por parte de muchos jerarcas de nuestra Iglesia. ¡Que la Iglesia no es solo de ellos!

(Josemari Lorenzo Amelibia).- Es curioso: la jerarquía de la Iglesia lamenta la disminución drástica de vocaciones sacerdotales. Desean que aumenten y buscan iniciativas para ello. Algunos obispos hacen lo imposible por lograrlas, y sin embargo, a la hora de la verdad, otros desechan vocaciones buenísimas, incluso confirmadas por el sacramento.

Como suena. Escribo este artículo con la esperanza de que llegue al mismo papa Francisco. Espero que alguna persona que lo lea en el Vaticano, se lo ofrezca al Pontífice.

En los últimos meses me ha correspondido acompañar y orientar a varios ex clérigos. Voy a citar tres casos: los denomino con nombres supuestos, pero si me los piden los dirigentes eclesiales, creo que los interesados, estarán dispuestos a que se revele su identidad. Son personas reales.

Mateo vive hoy su cincuentena de edad. Salió del clero para contraer matrimonio. Hizo varias tentativas y no lo ha conseguido. Después de un largo camino, ha habido en su existencia un retorno a la estricta vida de piedad. En los cuatro últimos años le he acompañado en ese itinerario. La prueba ha sido fructuosa. Su vida interior de fe, oración, sacramentos y amor al prójimo, la hemos considerado evidente. En esta situación de nuevo nacimiento, y recomendado por varios sacerdotes de la diócesis en que reside, pide nuestro amigo audiencia al señor obispo con el fin de reingresar en el ministerio sacerdotal. Se la concede con este resultado: lo recibe el vicario general: una vez expuesto el caso detallado, lo pasa el vicario al prelado. Nuestro amigo entra en el despacho y encuentra al Señor Obispo poniéndose la gabardina para salir; y mirándole le dice: «Yo a usted no le conozco». Y lo deja empantanado.

 

 

Advertido dos veces este prelado para que tome el caso, investigue, escuche y atienda a este sacerdote exiliado, no contesta y no quiere llamarle.

Segundo caso, Marcos. He seguido a este sacerdote durante más de diez años. Tuvo la ligereza de tontear por Internet con algún adolescente. Un policía – fingiéndose un jovenzuelo – detecta al cura, lo denuncia y es sometido a juicio civil. Se celebró la audiencia y salió absuelto nuestro compañero, porque se demostró que no hubo ninguna mala intención de pederastia. Pero, al saltar el caso a la prensa local, el obispo de la diócesis, sin formarle juicio eclesiástico, sin darle oportunidad de defenderse, sin tener en consideración su inocencia en el juicio civil, pidió y obtuvo la secularización del sujeto. Ha intentado de muchas maneras que se haga luz sobre su caso. Sigue célibe, piadoso, íntegro. Nada ha conseguido. En mi correspondencia con él advierto su vida íntegra, su espiritualidad acendrada, su amor a la evangelización. ¡Otra vocación despreciada injustamente!

Tercer caso. Lucas. Era un diácono normal, o sea que terminó la carrera eclesiástica y prácticamente – no entramos en detalles – le dijeron que debiera pedir la secularización. Lo hizo de mala gana y pronto la obtuvo. Él se lamenta con estas palabras: «sólo recuerdo cómo «negué» al Señor cuando me hicieron renunciar al Ministerio… te confieso que no deseo más que amar a Cristo. Vivir para Él».

Después, sí, al ver que no tenía vuelta de hoja su problema, se casó. Vive una vida íntegra de entrega a su familia, a la parroquia, a la gente y sobre todo a Dios; con trabajo civil. Y es mano derecha del cura. Y de tal manera que el propio obispo quiso tenerlo en la diócesis como diácono permanente. Me escribía este compañero, yo le animaba. Y ahora él mismo me dice:

«Mi obispo habló personalmente con la Congregación para el Clero, escribió… y estuvo en persona en Roma…. Y Roma ya ha hablado: ni ahora ni nunca seré rehabilitado como diácono permanente. Aluden que, en el resto de casos que ha habido en la Iglesia, en todos ellos el veredicto es el mismo. Aluden a que no es conveniente porque no es lo mismo el diaconado transeúnte que el permanente… que soy joven, que me dedique a mi mujer, que viva como seglar…. Pero que me olvide ahora y siempre de ello. ¡Qué duro es escuchar esto de los labios de la Iglesia, mi madre…!»

 

 

Este hombre sufre al ver a los dirigentes de la Iglesia tan cerrados, tan contradictorios. ¡Ojalá vivieran como este compañero muchísimos clérigos que actúan como meros funcionarios! Y este mismo diácono me decía en una carta: «Es curioso que cuanto más me humilla la Iglesia más fuerte me siento en mi amor a Cristo».
Tercera vocación confirmada… y despreciada.

Todo esto ignora nuestro papa Francisco. Pero tengo esperanza de que pueda leer estas líneas; que alguna persona con finura de fe se las haga llegar. Porque ¡no hay derecho! Mientras unos se desgañitan por fomentar y mantener las vocaciones, otros desprecian incluso las que tienen. Se repite la historia: en el último medio siglo se despreció la vocación de más de cien mil sacerdotes, por el hecho de haber contraído matrimonio. Y cada vez, tenemos menos curas… ¡ley del celibato!; cerrazón por parte de muchos jerarcas de nuestra Iglesia. ¡Que la Iglesia no es solo de ellos!

Me he limitado a narrar un poco a vuelapluma estos casos. Los he ido siguiendo semana tras semana, mes tras mes. Mantengo esta correspondencia en mi mente y corazón. Es una pena que no puedan leerla un número indefinido pero real de prelados y monseñores de curia. Roguemos al Señor, sí, por las vocaciones… y por todos cuantos dirigen el destino de esta Iglesia, que – como decía el entonces cardenal Ratzinger – «hace aguas».

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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