Jairo del Agua

¿A quién oramos? III – (La necia intercesión)

"Si estuviéramos seguros de que Dios es Padre, nos daría vergüenza recomendar a alguien a su propio Padre"

¿A quién oramos? III - (La necia intercesión)
Jairo del Agua

Cuando se trata de orar por alguien, a lo más que llego es a musitar: "Señor quiero acogerle, amarle y apoyarle como Tú lo haces"

(Jairo del Agua).- Quien intercede pretende recordar a Dios «sus deberes» o que un enchufado se los recuerde. Es decir, pretende instruir a Dios y se muestra más misericordioso que Él, puesto que el «intercesor» SÍ se acuerda de hacer misericordia.

El «intercesor» se considera bueno y misericordioso (y seguramente lo es). Pero con su oración manifiesta que el Dios al que reza ya no es tan bueno y misericordioso, puesto que necesita que alguien le empuje a hacer misericordia. Considera que uno o más intermediarios aduladores le convencerán.

Esto ya sería suficiente para calificar de «necia» tal práctica. Aquí podría dar por terminado este escrito. Pero insistiré un poco más por si quiebro la terquedad de la rutina en alguna conciencia.

Cuando oigo hablar de intercesión, me chirrían todos los goznes. «Interceder», en nuestra preciosa lengua española, significa «hablar en favor de otro para conseguirle un bien o librarlo de un mal».

1. La intercesión por alguien vivo

Cuando intercedemos por una persona nos comportamos como si Dios fuese un potentado, que no conoce a nuestro colega, y «se lo recomendamos» para que le haga algún favor. Estamos rebajando a Dios a la estatura de un «poderoso hombrecillo» y a nuestro amigo a la condición de «desconocido» en vez de «hijo».

¡Qué dos errores tan enormes! Si estuviéramos seguros de que Dios es Padre, que nos conoce y cuida uno a uno («hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados» – Lc 12,7), que se vuelca permanentemente por mí y por el otro, nos daría vergüenza recomendar a alguien a su propio Padre.

Por eso la oración de intercesión me parece un disparate promocionado desde arriba (como tantas otras bárbaras antiguallas). Es una necedad de puro necio («ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber; falto de inteligencia o de razón; terco y porfiado en lo que hace o dice», RAE). Y no me da rubor alguno gritarlo a los cuatro vientos. Cuando se trata de orar por alguien, a lo más que llego es a musitar: «Señor QUIERO acogerle, amarle y apoyarle como Tú lo haces».

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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