José Ignacio Calleja

La oportunidad se llama Francisco

No todo está podrido

La oportunidad se llama Francisco
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¿Disculpas? Deseo que la Fiscalía, y las Instituciones Civiles más solventes en la verificación de los delitos de lesa humanidad, intervengan en lo que atañe a la Iglesia, y pongan a cada uno en su sitio

(José Ignacio Calleja ).- Escribo a vuela pluma para un interlocutor anónimo, que no imaginario, hombre o mujer bien reales y escandalizados por los casos de pederastia en la Iglesia. A ellos me sumo y entiendo sin disculpas. Luego, punto, ¿no se puede decir una sola palabra más? ¿Es poner en marcha el ventilador? ¿Será embarrar el campo? Es arriesgado, lo sé, pero la añado.

Discrepo de las generalizaciones extremas en cualquier acusación. Me recuerda el caso del terrorismo; en momentos de atentados, todo es terrorismo y todos los de una etnia o religión, las de los autores, son terroristas. Llevo sesenta años en una diócesis modesta y no he visto, en los cuarenta que me entero un poco de las cosas, no he visto toda esa criminalidad en mi entorno, ni esas teologías dogmáticas y unívocas, sin discusión posible, ni lecturas acríticas de la Escritura, ni una Curia obscena, ni barbaridades semejantes. Gente más o menos conservadora, sí, más conservadora y clerical que menos, pero honrada; y donde he sido Decano de teología, gente publicando lo que quiere, (¡no sin discusiones!), mujeres-profesoras a medida que han tenido títulos teológicos (¡muy lentamente, lo reconozco!), decisiones democráticas como en cualquier universidad civil…; y entre los laicos y curas, voluntarios que se implican mucho con los pobres, gente que comparte su sueldo con inmigrantes o parados, celebraciones comunitarias de la penitencia más que individuales, manifestaciones y campañas compartidas por las causas más humanas.

Indudablemente, la Iglesia tiene carencias muy serias en derechos humanos fundamentales; tiene que cambiar a fondo su identidad «clerical, machista, opaca y farisea», y hacerlo desde el sentido último de su realidad: los más pobres nos evangelizan porque nos interpelan y definen y, en el caso de la pederastia, desde las víctimas, su memoria, dignidad y justicia. Hacerlo, sencillamente, desde el respeto a la mayoría de edad de las personas, sin tutelas tan caducas como insoportables. Es así. Pero toda suerte de barbaridades delictivas, así, en general, yo no las reconozco donde he vivido y no me considero un privilegiado. Eso quería decir para no facilitarnos tanto el análisis a fondo de las iglesias reales.

¿Disculpas? Deseo que la Fiscalía, y las Instituciones Civiles más solventes en la verificación de los delitos de lesa humanidad, intervengan en lo que atañe a la Iglesia, y pongan a cada uno en su sitio. Pero eso, como hace la fiscalía. La fiscalía no dice, o no dice una y otra vez, «qué perversos», «qué criminales», «qué pederastas», sino quién, cuándo, cómo, por qué, con qué consecuencias, y en qué grado de responsabilidad y obligaciones de transparencia e igualdad para esa Iglesia. Algo así me gustaría que sucediera y poder compartirlo.

Y luego está lo del poder y la lucha por el poder. Yo entiendo el reproche: dos frentes igual de perversos en la Iglesia, o casi, por el mismo poder; pero esta visión es a menudo demasiado «idealista»; amigos, por algún poder también se lucha cuando se ejerce el contrapoder, cuando se aborrece el poder, cuando se tiene la convicción de no querer el poder; el poder de los sin poder, de los que lo rehúsan, por su libertad de palabra, por su silencio, por su honestidad, por su arrojo, es un poder;… no hay manera de evitar en algo la «lucha por el poder», porque algún poder es una parte de nuestra realidad ética y política, y eclesial, sin remedio; así es la convivencia humana; por eso lo hemos democratizado y exigido garantías en la vida civil. Es lo que le falta a la Iglesia en su organización interna: transparencia, garantías, cauces reglados, igualdad, participación, plazos precisos, personas independientes, encargos por tiempo, y tantas otras pautas morales y prácticas; pero eso, en el mundo, que no somos dioses, sino mundo y humanos. Ni Cristo mismo dejó de tener un poder, el de la debilidad y abajamiento, una realidad con efectos de poder liberador entre el pueblo, en las primeras comunidades, y hasta hoy en quien lo sigue. Juliano el Apóstata, el emperador romano (331-363), decía que «esta gente, los cristianos, van a dominarnos porque atraen a los pobres por la compasión y el respeto». Se dio cuenta del poder de la caridad (hoy, la justicia, la equidad, la transparencia, la honestidad).

Porque la gente digna y justa tiene sin duda un buen poder, un poder de calidad ética, pero tiene poder, ¡qué remedio!, ¡aunque sólo sea por la obligación de proteger los derechos de las víctimas en cualquier lugar y supuesto, hasta intervenir contra los tiranos, los privilegiados, los poderosos, los abusadores y encubridores…

Porque la lucha por la justicia y la humanidad, siempre conlleva algún poder. ¿Cuánto, cuál, cómo, para qué, de quiénes, con qué control…?, este es el problema del poder; siempre amenazado y amenazador, siempre inevitable.

Y, volviendo a lo que motiva este enredo de ideas improvisadas, no es que Francisco sea la solución inmediata a nuestros lacras de Iglesia, ¡qué va!, pero es una oportunidad, hoy y aquí, de que surja alguna realización digna ya, y otra mejor, mañana. No lo sé. Quisiera. Cada uno puede ver claro o no su apoyo a Francisco, ¡yo, sin dudarlo!; y me parece respetable discutir su proceder en el ritmo y las decisiones; mas hay algo irrenunciable: la proximidad entre cristianos no viene de si uno está más cerca o más lejos de los modos de Francisco, sino de la práctica del Evangelio de Jesús en honestidad y servicio como personas e institución. Y es que la pauta última es clara, «por la gente más sencilla, empobrecida y echada a un lado, las víctimas, a la comprensión de quién es Dios, de quién es su Cristo, y de cómo debe ser su Iglesia». Y en esto, Francisco, a fe que está siendo más claro que el común de la Iglesia que heredó.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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