José Ignacio Calleja

Ética social, siempre maltratada y rebelde

Paz y reconciliación, memoria, dignidad y justicia desde las víctimas más injustamente tratadas

Ética social, siempre maltratada y rebelde
Columnistas_José Ignacio Calleja

La justicia social tiene hoy su expresión en vivir con menos, porque solo una cultura de la sobriedad solidaria nos salvará; desde luego, será mejor que la prevista tortura de caminar a golpes contra quienes menos poder tengan

(José Ignacio Calleja).- La cuestión de los valores se ha convertido en el remedio casi mágico de los problemas sociales que nos agobian. Si a los valores se les añade la responsabilidad de la escuela en enseñarlos, ya creemos respondidas las claves casi únicas de lo que nos sucede como sociedad.

Si acaso, la familia va enseguida de citar la escuela, pero a distancia todavía de ella. Depende de los grupos sociales. Abajo, el pueblo llano piensa más en la responsabilidad de la escuela y la sociedad en general. Arriba, la gente menos llana piensa en la familia; generalmente, en la familia de los otros: ella es la responsable última de los males que nos aquejan. Luego ya tenemos un primer escollo que salvar. ¿Qué pienso de la distribución de responsabilidades entre la sociedad, la familia y la escuela en el despropósito social que nos inquieta? Y ¿qué pasa con la responsabilidad personal? Hay que darle una vuelta a estas preguntas y contar hasta diez al responderlas. ¿Según hábitos de grupo, tan repetidos como poco cuestionados?

¿Explicar lo que nos sucede? Sí, claro -decimos-, lo que aparece como un estado de ansiedad generalizado y, en su expresión material, como miedo a que el edificio social se venga abajo; o sin más, experiencia personal tangible de que nuestro modo de vida empeora. El edificio social es una manera de hablar del orden social, porque decir «orden social» ya es todo un juicio de intenciones, y en las palabras conviene dejar un margen de duda hasta ver si llevan una respuesta equivocada en la pregunta. Las palabras puede decirse que son verdaderas bombas de relojería; a menudo, se precisa con sentido crítico en su significado político y, de pronto, exigen lo que no habíamos previsto. Qué sé yo. Dignidad de la persona, de todas y en cualquier lugar. Solidaridad de la sociedad y los pueblos, de todos y en cualquier manifestación. Responsabilidad personal, con oportunidades de vida digna para aprenderla y ejercerla.

 

 

 

Paz y reconciliación, compuestas como memoria, dignidad y justicia desde las víctimas más injustamente tratadas. Verdad, como entrada en lo complejidad de la historia por el flanco de los excluidos y sin poder. Trabajo, y valoración equitativa de lo necesario para vivir como familia y su reparto público y privado. Las palabras llevadas a su justa medida, desde los más débiles -sin merma de su implicación responsable-, son armas cargadas de futuro. Por eso, nadie pierde el tiempo trabajando las palabras con mimo; con mimo hasta ajustarlas a la realidad compleja de la gente, o mejor todavía, a la justicia con la gente más desprotegida. Las palabras tienen ese poder mágico de cogernos como lazos que nos atan a compromisos concretos para no utilizarlas en vano. Las eliges, te acostumbras y mañana te estallan en la cara preguntando por tu responsabilidad en la justicia del edificio social que nos reúne. La responsabilidad proporcional a la capacidad y el esfuerzo probado en cada uno de nosotros, en todos; la generosidad ajustada al potencial de propiedad en bienes, valores y conocimientos de quienes esto debatimos.

Es muy propio que en este momento surja la cuestión de la ética personal para sanar ese estado de ansiedad generalizada y el miedo al desplome del edificio social que nos acoge, pero no está demás reclamar el valor de la justicia social. Creo en la ética de las personas y no menos, pienso más que creer, en la ética social hecha justicia en tres dimensiones imprescindibles. Cuando medito sobre la deuda pública de la economía española -miren si voy lejos y bien concreto en esa ruina por generaciones-, denuncio la ética de los políticos que nos han administrado, pero no menos la de todos los grupos sociales que han pasado por la crisis casi sin sentirla y que no se responsabilizan mentalmente siquiera del 1.6 billones de euros que la deuda de marras supone. Claro que los políticos son más responsables, pero los que han pasado por la crisis como si tal cosa, también; y son varios millones de personas y familias. Se generaliza en el abuso y nadie lo cree, pero las estadísticas están ahí.

Pues bien, pensando en esas realidades concretas -en personas, cifras y hechos-, repaso mil veces la ética de la justicia social y la reclamo en tres expresiones. Una, en las luchas sociales que tenemos a mano y son el primer camino de su realización (refugiados, migrantes, políticas sociales, derechos de dependencia, comercio justo, enseñanza, trabajo decente…). La segunda, que todo lo dicho requiere dinero y el dinero que llega a un destino es porque se resta de otro; y, además, que la respuesta exige que alcance más allá de mi Comunidad, mi Estado, mi Pueblo… lo cual reclama vivir de otro modo para vivir todos. No hay justicia sin dar cuerpo a esta dimensión de su realidad, y sin saber que, tomada en serio, exige vivir de otro modo para vivir todos. Decreciendo unos (nosotros) creciendo de otro modo (otros y nosotros), pero eso, vivir de otro modo para vivir todos. El tiempo apremia por más que las multinacionales del automóvil sean nuestra salvación en el lugar donde escribo. Y tercera, que la justicia social tiene hoy su expresión en vivir con menos, porque solo una cultura de la sobriedad solidaria nos salvará; desde luego, será mejor que la prevista tortura de caminar a golpes contra quienes menos poder tengan.

No estamos solos en este aprecio de la justicia social. Mucha gente, bastante gente, cada vez más gente, lo quiere y lo hace. Maltratada y rebelde sin remedio, la justicia social.

José Ignacio Calleja
Profesor de Moral Social Cristiana
Vitoria-Gasteiz

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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