A medida que somos 'constantes en la oración' (Rom 12,12) se apaciguan las tormentas internas. Y llegará el día en que veas que Alguien se acerca caminando sobre las aguas y dice: 'Soy yo, no tengas miedo'
Más información
(Jairo del Agua).- Cuando somos capaces de mantener la «determinada determinación» de hacer oración todos los días, como nos enseñó nuestra Teresa (y el Evangelio), entonces llega la experiencia del encuentro con el «fondo preciosísimo» que todos llevamos dentro.
Entonces los miedos al mundo interior que nos atenazaban van desapareciendo (culpabilidad, reproches, resentimientos, exigencia, tensión, voluntarismo, perfeccionismo, dudas, miedo a las dudas por si son tentaciones, desvalorización de uno mismo, imaginación calenturienta, etc.).
A medida que somos «constantes en la oración» (Rom 12,12) se apaciguan las tormentas internas. Y llegará el día en que veas que Alguien se acerca caminando sobre las aguas y dice: «Soy yo, no tengas miedo» (Jn 6,20). Incluso puede pasar que cuando ya hacías sitio en tu barca al caminante marino, «tu barca toque tierra enseguida en el sitio adonde ibas» (Jn 6,21).
A esto se refiere el verso de Juan de la Cruz: «estando ya mi casa sosegada» (1).
Hay un momento (puntual o histórico) en que la oración es simplemente REPOSO y ESCUCHA a los pies del Maestro (como María en Betania) o DESCANSO en los brazos del Amado (como Juan), o MIRAR, admirar y dejarte mirar (como tantas veces su Madre).
Llegados aquí, sólo puntualmente hierven las aspiraciones o duelen las frustraciones. El resultado práctico suele ser PAZ, LUZ nueva para comprender o actuar y ENERGÍA, es decir, FUERZA para poner en práctica lo descubierto y seguir caminando.
Para leer el artículo completo, pinche aquí.