Andrés Ortiz-Osés

Fracaso y salvación

"La muerte es el símbolo del fracaso vital, pero al mismo tiempo de la salvación existencial"

Fracaso y salvación
Andrés Ortíz Osés

La muerte es aquí el fracaso que nos salva, la rotura que nos endereza y la fractura que nos recompone, así pues la trascendencia de nuestra inmanencia

(Andrés Ortiz-Osés).- Fracaso significa fractura o rotura, mientras que salvación dice libración o liberación. Ciencias y religiones, ideas y creencias, el propio sentido común, concuerdan a su modo y manera en declarar este mundo como un fracaso antológico, simbolizado por la muerte en cuanto fractura o rotura total.

Personas y cosas van desapareciendo paulatinamente, pero es que todo desaparece finalmente de la faz de la tierra. El propio universo es un rompimiento de su latencia primigenia a través de su explosión inicial, hasta su implosión o impansión final.

A nivel filosófico y cultural, el fracaso del mundo se interpreta en clave de absurdo y sinsentido, tal y como lo proclama el existencialismo de todos los tiempos, por no hablar del nihilismo radical que ve en el trasfondo del ser el no-ser, es decir, la nada aniquiladora de toda realidad. Samuel Beckett, entre el existencialismo y el nihilismo, afirmaba que el fracaso es generalizado, y que solo cabía como posibilidad abierta el fracasar mejor, o sea, no tan malamente como lo hemos hecho hasta ahora. Digamos que no tan inútilmente, sino más sutilmente.

Estamos de acuerdo en que el fracaso del mundo está simbolizado por la muerte y su destrucción final. En la muerte se rompe la salud, se pierde el dinero y el amor parece evaporarse, así que la cosa no tiene remedio. Solo nos queda, parafraseando a Beckett, morir mejor o no tan malamente, ya que evitarlo resulta impracticable. Y bien, la muerte es el símbolo del fracaso vital, pero al mismo tiempo de la salvación existencial. Morir es pues ambivalente, es fracaso y salvación, fractura y libración, rotura y liberación. La muerte es la gran puerta giratoria que nos despide de este mundo, y nos adentra en la espesura del trasmundo.

 

Deberíamos entonces reivindicar la muerte pacíficamente, a modo de rito de paso o pasaje de la vida mortífera o mortal a la trasvida inmortal, revalorizando así su tránsito liminar a un estadio/estado en el que ya no necesitamos salud, no precisamos dinero y nos hemos transmutado en amor cosmogónico de carácter trascendental. La muerte representa el paso del ser al transer, o si se prefiere, el traspaso del ser a la nada, pero a una nada no nihilista o aniquiladora, sino simbólica y mística, cromática y colorista. Asumir o implicar la muerte es así asumir o implicar el más allá del más acá.

Congruentemente con lo dicho, hay una mística tanto secular como religiosa que revaloriza la muerte como tránsito salvador. La mística secular de Cioran habla del deseo de morir, pero la propia Teresa de Ávila afirma que muere porque no muere. La muerte es aquí el fracaso que nos salva, la rotura que nos endereza y la fractura que nos recompone, así pues la trascendencia de nuestra inmanencia. La muerte es una zozobra tan total que acaba con toda zozobra, una zozobra tan plena que en ella zozobra todo, incluida la propia zozobra. Se trataría pues de zozobrar mejor o menos malamente.

Sin la realidad y realización de la muerte, la vida resultaría insoportable. El deseo de morir, propio de un nihilismo místico, es el deseo de un tiempo sin tiempo, o sea, de un amor espacioso y extático, transpersonal. En el psicoanálisis de Freud, el deseo de morir es un deseo regresivo a la placenta cósmica, un regreso placentero por cuanto placentario al origen matricial del mundo. Pero también puede entenderse progresivamente como un deseo de apertura radical, un amor del amor sin trabas mundanas, un amor transmundano. Así que al final todo fracasa y todo se soluciona, al través paradójico de su propia disolución y resolución.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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