Cumpleaños del emérito de Palencia y "profeta de la Iglesia castellana"

84 años de vida de don Nicolás Castellanos al servicio del espíritu de Villagarcía de Campos

"Para él el concilio Vaticano II sigue siendo válido porque permite favorecer una Iglesia participativa y corresponsable"

84 años de vida de don Nicolás Castellanos al servicio del espíritu de Villagarcía de Campos
Monseñor Nicolás Castellanos

Su objetivo era que la Iglesia recuperara su credibilidad como "comunidad de comunidades", especialmente en el medio rural

(Juan Antonio Delgado de la Rosa).- Nicolás Castellanos nacido en Mansilla del Páramo (León) en 1936 ingresando de adolescente en la Orden de San Agustín. Después de llevar cinco años como superior Provincial de los religiosos agustinos fue nombrado obispo de Palencia en 1978, uno de los últimos obispos españoles nombrados por Pablo VI, a través de la influencia del cardenal Vicente Enrique Tarancón y del nuncio Dadaglio. 

Desde el primer momento, el nuevo obispo manifestó su plena sintonía con el espíritu renovador del concilio Vaticano II. Su objetivo era que la Iglesia recuperara su credibilidad como «comunidad de comunidades», especialmente en el medio rural.

No pretendía tener un status ni que los cargos fueran para permanecer en una estructura jurídica, eso no tenía futuro y llevaría a la institución a extinguirse. Una de las cosas que menos le gustaba, era toda esa carga tradicional que mantenía la Iglesia y que no acababa de beneficiarla a poder interiorizar en serio las coordenadas de renovación del concilio Vaticano II, siendo los obispos parte responsable de este retraso. Para Nicolás Castellanos había que eliminar el autoritarismo, que seguía muy metido en los tuétanos del entresijo eclesiástico y el dejarse guiar por un excesivo eficacismo utilitario, que mantenía a la Iglesia atada de pies y manos.

Para Nicolás Castellanos, todos estos defectos y anquilosamiento de la Iglesia podían verse contrarrestados por el nacimiento de comunidades rurales cristianas que fueran capaces de tener un sentido crítico, creando espacios para abordar todo los aspectos del consumismo, liberándonos de todas las adherencias artificiales que nos presentaba este mundo del mercado.

 

El Proyecto de la Pastoral del Duero, que él encontró ya en marcha, suponía para él una forma de mentalizar y formar en la línea de una educación liberadora para capacitar a la gente en luchar contra las estructuras de injusticia y de dependencia.

Esto para él era una evolución hacia una socialización entendida en el sentido de los documentos de Juan XXIII, donde las estructuras de poder están al servicio no de una determinada clase sino de todos los ciudadanos, que facilite la tarea de liberar al hombre de las estructuras de pecado.

La Pastoral de la región del Duero debía cumplir para Nicolás Castellanos una dimensión evangelizadora, otra sacramental y otra profética que denunciase toda forma de opresión ideológica y política, teniendo en cuenta las aportaciones de análisis, incluido el marxismo en lo que tiene de instrumento analítico.

Nicolás Castellanos, como profeta en la Iglesia castellana, quería que los hombres y mujeres de las tierras de Castilla fueran críticos, que pensaran para recuperar la conciencia de su situación. La óptica de Nicolás Castellanos en tierras palentinas le hacía ver la ignominia de los hombres y mujeres que allí vivían. También percibía que la distribución de los recursos estaba bajo mínimos de justicia real. El quería que el Proyecto de la región del Duero, fuera un medio para una verdadera revolución ética.

La propuesta del proyecto en la Iglesia en Castilla, significó para Nicolás Castellanos meter las manos en la harina de la historia y un instrumento para preguntarse qué tipo de sociedad castellana teníamos y qué papel iba a jugar en la democracia, consciente de que había que ejercer la función utópica de la razón humana, intentando que el Proyecto Regionalista fuera una apuesta por y para el futuro.

Entendiendo la utopía no como un cómodo pretexto sino como forma crítica que provoca la imaginación para percibir en lo presente algo ignorado, que se encuentra en él y que se va a orientar hacia el futuro nuevo. Por eso tiene un campo de acción significativo en la edificación de la realidad social.

 

El Plan de la región del Duero para Nicolás Castellanos debería buscar: la igualdad, la participación, la justicia, articulando todo ello a partir de una ética, entendida como el deseo de una vida plena con y para los demás en instituciones justas. Hay que pensar y actuar localmente, para que la carga utópica se deje sentir en la dimensión ética, oponiéndose al orden existente, proponiendo ideales a los que hay que caminar. Se necesitaba una cultura de la solidaridad, donde Castilla fuera tenida en cuenta, donde hubiera una redistribución de la riqueza y desde ahí formar a sus gentes para la participación, para la capacidad crítica. El Plan de la Iglesia en Castilla debía asumir esta tarea, que no era otra para Nicolás Castellanos que la defensa de todos los Derechos Humanos.

Nicolás Castellanos proyectaba en esta forma de entender el Proyecto de la región del Duero, su marcada sensibilidad social, donde descubría que todos los hombres y mujeres de su diócesis y además de su región, son realizadores del proyecto histórico. El concilio Vaticano II, sobre todo, había posibilitado el cambio de eclesiología, recuperando el sentido de pueblo, donde prevalecía la igualdad, participación y solidaridad, entendiéndose la misión del obispo como servicio y no como poder. El obispo en Castilla debía animar a que la fe se viviera de forma militante y transformadora, donde la caridad sociopolítica fuera la forma de caridad más estructural, es decir, buscar las causas que generaran posibles exclusiones.

Para Nicolás Castellanos el concilio Vaticano II sigue siendo válido porque permite favorecer una Iglesia participativa y corresponsable con las decisiones. No podía caminar al margen de lo planteado y propuesto por el concilio Vaticano II. La Iglesia en Castilla con su pastoral y su propuesta era una llamada a vivir otra Iglesia, otra sociedad. Los obispos tienen mucho que ver con este propósito. El obispo no puede ser un mero representante del Obispo de Roma, sino que preside una Iglesia local, enmarcada a su vez, en una Provincia Eclesiástica mayor.

El mejor documento en que se concreta el pensamiento y la actitud del obispo Castellanos es el capítulo sobre la pastoral rural misionera de su libro ¿Responde la Iglesia a los desafíos de hoy?. En él recoge una serie de intervenciones en distintas reuniones tenidas con los agentes de la Pastoral de Conjunto a lo largo de sus años en Palencia. Voy a intentar presentar los puntos principales de este capítulo.

 

En primer lugar, desde la introducción al capítulo 34 del referido libro, él recuerda, sobre todo, cómo fue implantándose la Pastoral de Conjunto, atribuyendo el mérito sobre todo al grupo de vicarios de pastoral que se unieron y programaron el trabajo, con la aprobación y en estrecho contacto con los obispos, pero con iniciativa personal.

Nicolás Castellanos es consciente del esfuerzo, la presencia, la tarea humanizadora, transformadora, evangelizadora y sacramental siempre intentada y perseguida que representa la opción por el mundo rural desde la pequeña fraternidad o en forma solitaria que conlleva la propia pastoral de conjunto. El largo camino recorrido con los sacerdotes y laicos en el proyecto pastoral de la región del Duero, que define en conjunto como una dinámica de reflexión, de encuentros humanos, de fe compartida, de ensayos más o menos concertados, de formas sencillas de presencia en el pueblo, como un anuncio más adaptado a nuestra gente, que lentamente va creando, despertando posturas nuevas, una conciencia un poquito más crítica, liberadora.

Nicolás Castellanos insiste en el punto básico de la Pastoral de Conjunto, una mirada realista a la realidad. No para quedarse en ella sino para saber qué tipo de persona es la que hay que ayudar a subir escalones de humanización para que pueda acoger plenamente el mensaje del evangelio: la Castilla rural, en tiempos de progreso económico generalizado y de integración en Europa. Castilla es un mundo empequeñecido y olvidado, que padece cierta esclavitud histórica, manifestada en una situación acentuada de pobreza, en un clima socio-político de marginación y en un estado cultural de abandono. Además de ser la cenicienta y la despensa barata del país, en comparación con los otros desarrollos industriales, no tiene acceso ni se sienta en la mesa donde se toman las decisiones sobre el mundo campesino.

Un obispo según el estilo del concilio Vaticano II, sin creerse el único maestro, no tiene inconveniente en confesar lo que ha aprendido de otros colaboradores, como cuando cita el artículo El pedagogo del camino de Donaciano Martínez, vicario de pastoral antes que él llegara a Palencia y que le acompañó todo el tiempo, de quien aprendió sobre todo a escuchar al pueblo y a la gente sencilla que tiene una secular sabiduría y desconfían de quienes les cuentan en un día la solución de sus problemas que siguen largamente asfixiándoles hasta hacerles sentirse impotentes; incluso este tipo de aportaciones les deslumbran y aumentan la paralización de su historia. Acompañar significa ser solidario de una experiencia humana, eclesial; caminar con ella, aceptando sus ritmos, no de forma pasiva.

Y, finalmente, Nicolás Castellanos mostró cómo un obispo dedicado a su pueblo, sin que necesite ser un economista o un ingeniero agrónomo, debe saber entender cuáles son los problemas de algo tan importante para sus feligreses como es la tierra y los problemas de la agricultura, dando prueba así del realismo con el que analizaba una situación tan cambiante y dependiente de las políticas europeas.

Una breve columna de Nicolás Castellano en la revista RS21, revista continuadora de la antigua Reinado Social del Sagrado Corazón, de los Misioneros de los Sagrados Corazones a quienes pertenecía el Padre Damián de los leprosos. La revista en sí es ya un ejemplo de renovación en el fondo y en la forma. Y el escrito de Nicolás Castellanos es un verdadero colofón a todo lo que sobre él y los otros cinco obispos, patrocinadores de la pastoral rural de la región del Duero, hemos escrito.

Mirando desde la actual situación de crisis económica y de atonía de la jerarquía, lo vivido por ese grupo de obispos en los años setenta y ochenta, y reconoce que hoy podría ser esa la línea que devolviera a la vez esperanza al pueblo y sentido a la acción de la Iglesia: «Esta pastoral rural misionera se configuró desde la heterogeneidad de las distintas zonas pastorales, sociales y también desde el estilo de los presbíteros, religiosas, movimientos, pequeñas fraternidades apostólicas. Pero el común denominador era la opción íntimamente articulada: el Señor y el mundo rural. En estos tiempos de invernada eclesial, vale la pena desempolvar esta rica y sabia experiencia pastoral«.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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