Aquí, trabajamos precisamente para eso: para que ningún pobre se quede sin acceso a nuestro banquete
(José M. Vidal).- «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Lc 7,22). Como inicio del Adviento, los Ciegos Españoles Católicos (CECO) se reunieron en la iglesia madrileña de San Antón del Padre Ángel, en una celebración, que contó con la presencia, entre otros, del cardenal Osoro y del cardenal Amigo.
El nuevo cardenal de Madrid centró su reflexión en cuatro palabras, relacionadas con la Virgen y con el tiempo litúrgico que se inicia: permiso, promesa, conversación y compromiso. El primer término significa que Dios llama y pide permiso: «No es alguien que nos atosigue, nos pide que lo dejemos entrar en nuestras vidas». De ahí la necesidad de «no sentirse atosigados por nadie ni siquiera por Dios».
La promesa es la de la encarnación de Jesucristo: «Dar rostro a Dios, hacer presente en esta tierra y en esta historia al mismo Dios». Por eso, la promesa es «que también nosotros podemos dar rostro a Dios en este mundo». Un Dios, que, «como no se cansa de repetir el Papa, es misericordia y nos quiere tal y como somos y de una forma incondicional».
Una promesa que, según el cardenal Osoro, nos conduce a pensar que «podemos cambiar este mundo y hacer posible que, en vez de enemigos, veamos hermanos en los demás». Porque, «los creyentes no tenemos enemigos, sólo tenemos hermanos».
El tercer término es la conversación o el diálogo con Dios. «Por muy desastres que seamos, podemos sintonizar con Dios en nuestras penas y en nuestras alegrías, cuando las cosas nos van bien o cuando las lágrimas asoman a nuestros ojos».
Y, por último, el compromiso, que, según el neocardenal, consiste en «ponerse ante Dios y decirle: ‘Aquí estoy, con mis miserias, pero aquí me tienes'». Como Madre Teresa que, «cuando las cosas no le salían como había soñado, fue capaz de decirle aquí estoy y aquí me tienes». Y el cardenal bajó del ambón y se sentó, entre la gente, al lado del Padre Ángel.
Entre reflexión y reflexión, lecturas evangélicas y cantos de Mariano Fresnillo, con su guitarra. Antes del cardenal Osoro, había intervenido el cardenal Amigo, arzobispo emérito de Sevilla, con una glosa llena de sensibilidad y poesía. «San José tenía frió; la Virgen María, no, porque de su vientre santísimo estaba naciendo Cristo», comenzó diciendo el purpurado.
Y es que, «cuando venga el Hijo de Dios, le vamos a regalar lo mejor: una madre, una madre virgen». Una madre para el Señor de la Historia, para el padre de la Misericordia. Porque «Dios nunca nos va a poner, donde su brazo no pueda sostenernos y este brazo se llama misericordia, que consiste en hacer propias las heridas de los otros».
Una misericordia, que «no tiene medida», como el amor de esa madre que ofrece su vida a Dios, para salvar la de su hija enferma de cáncer. «En eso consiste la misericordia del que pasa por la vida sembrando luz y dejando huella», concluyó el purpurado.
Por su parte, el anfitrión de la vigilia de oración, el Padre Ángel, presidente de Mensajeros de la Paz, comentó el pasaje de las bodas de Caná: «Jesús dejó el vino bueno para el final, y esto siempre me recuerda que los ancianos necesitan que sus últimos momentos, los años finales, sean los más dignos de su vida».
«Más aún, que tenemos que defender rabiosamente la participación de las personas mayores en nuestra sociedad, en nuestro banquete. Integrarlas y de ese modo asegurarlas protección contra la vulnerabilidad. Ellos, que han plantado las semillas y se han encargado de su cuidado durante años, han llegado a una etapa de fragilidad», explicó el Padre Ángel
Y añadía: «Cuando somos mayores, nos volvemos más frágiles, y nuestro derecho es que nos cuiden y nos permitan disfrutar del mejor vino. No estamos borrachos por ser viejos. No somos como niños inconscientes. No somos tontos por tener Alzheimer ni somos torpes por tener menos fuerza. Del mismo modo que no vemos menos que los demás por ser ciegos. Sencillamente, porque somos mayores, nos hemos ganado lo que dice el Eclesiastés: ‘Anda con tu pan con alegría, bebe tu vino con buen ánimo, que Dios ya se ha agradado de tus obras'».
Dignificar al pobre y al excluido es, como recordó el Padre Ángel, el objetivo de Mensajeros y de la iglesias de San Antón. «Aquí, trabajamos precisamente para eso: para que ningún pobre se quede sin acceso a nuestro banquete. Las mesas de nuestro desayuno, que no pueden estar más cerca de la puerta cuando las colocamos por la mañana a primera hora, tienen sabor a hogar, porque llevan manteles de ganchillo y vajilla de verdad, no de plástico. Sabor a hogar y a banquete también, porque son largas como los bancos de la iglesia».
Porque, «aquí cabemos todos. No de pie, tomando el café a lo nuestro, sino sentados todos juntos, compartiendo el pan y el zumo.Tenemos que asumir todas las dimensiones de la persona pobre: que tiene hambre, necesita escuela, salud, higiene, trabajo y espacio para el tiempo libre».
En San Antón, Mensajeros de la Paz trabaja todos estos asuntos a la vez. «Compartimos el banquete al amanecer y en la cena. Programamos actividades culturales de ocio; excursiones a la playa o al Vaticano. Repartimos productos de higiene y tenemos abiertos nuestros baños a todo el mundo, porque todo el mundo necesita usarlos y hay gente que no tiene ni para papel higiénico.Y por último predicamos con el ejemplo: hemos dado trabajo a dos personas en situación de calle, que ahora nos ayudan y es una gozada verlas felices de ganarse el pan y el banquete».
Y, en San Antón, volvió a sonar la voz y la guitarra del invidente Mariano Fresnillo.Y los demás invidentes se sumaron a su canto, para dar gracias, como dijo su capellán, padre Simón, a Dios que, «en medio de nuestra oscuridad física nos ha llamado a la luz». Porque «nuestra estrella es la fe, nuestros pajes, los bastones blancos y nuestros camellos, los perros».