Recemos a Dios, para que la memoria de los pecados pasados nos ayude a estar siempre vigilantes contra toda forma de odio y de intolerancia
(José M. Vidal/RV).- Amenaza lluvia, hace frío y el cielo está encapotado, pero la plaza de San Pedro vuelve a estar abarrotada de peregrinos. Es el «efecto Francisco» que perdura. Desde la ventana, el Papa recuerda a las víctimas del «tremendo tifón» de Filipinas, pide solidaridad con los judíos, «nuestros hermanos mayores» y alerta para que estemos atentos y vigilantes «ante el odio y la intolerancia».
«Buenos dias»
«Los saduceos quieren poner en dificultad a Jesús con el tema de la resurrección»
«Jesús, siempre humilde y paciente»
«La vida eterna es otra vida y tiene otra dimensión»
«Los resucitados serán como los ángeles, dice Jesús»
«Jesús explica y, después, pasa al contraataque»
«Él es nuestro Dios, el Dios de cada uno de nosotros»
«Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos»
«La eternidad ilumina y da esperanza a la vida terrena de cada uno de nosotros»
«Nuestro peregrinaje va de la muerte a la vida plena. Estamos en camino hacia la vida plena, que ilumina nuestro camino»
«La muerte queda atrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de noostros está el Dios de los vivos, el de la alianza, el que se acuerda de nuestros nombres»
«Si Dios es fiel y ama no puede serlo por un tiempo limitado»
«El amor de Dios es eterno, es para siempre, es para seguir adelante. El es fiel para siempre y nos espera a cada uno de nosotros y nos acampaña con esta fidelidad eterna»
Tras la catequésis, el rezo del ángelus, vivas ya aplausos de los fieles. Y, a continuación, los saludos en las diferentes lenguas y los mensajes de actualidad.
Recuerda la beatificación de María Teresa Bonzel en Alemania. «La eucaristía era la fuente en la que encontraba energía espiritual, para dedicarse a los más débiles».
«Deseo expresar mi cercanía a la población de Filipinas, golpeada por un tremendo tifón. Las víctimas son muchas y los daños enormes. Recemos un momento en silencio por estos nuestros hermanos y hagámosle llegar también nuestra ayuda concreta»
Y toda la plaza reza en silencio con el Papa.
Recuerda también el 75 anversario de la llamada «Noche de los cristales rotos» del 10 de diciembre de 1938 contra los judíos.
«Un triste paso hacia la tragedia del Holocausto»
«Renovemos nuestra cercanía y solidaridad con el pueblo hebreo, nuestros hermanos mayores»
«Recemos a Dios, para que la memoria de los pecados pasados nos ayude a estar siempre vigilantes contra toda forma de odio y de intolerancia»
«A todos, buen domingo, arrivederci y buen apetito»
Palabras del Papa antes del rezo del Àngelus:
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús con los saduceos que negaban la resurrección. Y es justamente sobre este tema que ellos dirigen una pregunta a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: «Una mujer ha tenido siete maridos, muertos uno después del otro», y preguntan a Jesús: «¿De quién será esposa aquella mujer después de su muerte?». Jesús, siempre dócil y paciente, responde que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de aquella terrenal. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión donde, entre otras cosas, no existirá más el matrimonio, que está ligado a nuestra existencia en este mundo. Los resucitados – dice Jesús – serán como los ángeles, y vivirán en un estado diferente, que ahora no podemos experimentar y ni siquiera imaginar.
Pero luego Jesús , por así decirlo, pasa al contra ataque. Y lo hace citando la Sagrada Escritura, con una sencillez y una originalidad que nos dejan llenos de admiración ante nuestro Maestro, ¡el único Maestro! Jesús encuentra la prueba de la resurrección en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente (cfr Ex 3,1-6), allí donde Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está ligado a los nombres de los hombres y de las mujeres con los que se liga, y este lazo es más fuerte que la muerte. He aquí el por qué Jesús afirma: « Porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él» (Lc 20,38). Y el lazo decisivo, la alianza fundamental es aquella con Jesús: Él mismo es la Alianza, Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido a la muerte. En Jesús Dios nos dona la vida eterna, la dona a todos, y todos gracias a Él tienen la esperanza de una vida más verdadera que esta. La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de aquella actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia.
Por lo tanto, aquello que acontecerá es precisamente lo contrario de cuanto se esperaban lo saduceos. ¡No es esta vida la que hace referencia a la eternidad, sino es la eternidad que ilumina y da esperanza a la vida terrenal de cada uno de nosotros! Si miramos sólo con el ojo humano, estamos llevados a decir que el camino del hombre va de la vida hacia la muerte. Jesús vuelca esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte a la vida: ¡la vida plena! Por lo tanto la muerte está detrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios de los vivos, está la derrota definitiva del pecado y de la muerte, el inicio de un tiempo nuevo de alegría y de luz sin fin. Pero ya sobre esta tierra, en la oración, en los Sacramentos, en la fraternidad, encontramos a Jesús y a su amor, y así podemos saborear algo de la vida resucitada. La experiencia que hacemos de su amor y de su fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón y aumenta nuestra fe en la resurrección. De hecho,si Dios es fiel y ama, no puede serlo por tiempo limitado: Él es fiel por siempre, según su tiempo, que es la eternidad.