El Papa Francisco, después de su homilía, rendirá homenaje a las seis capillas laterales de la basílica que conservan las reliquias de los mártires de Europa, África, América y Asia, del comunismo y del nazismo
(RV).- Los mártires revelan que el cristiano tiene una fuerza débil, hecha de fe y de amor, para resistir al mal. Lo escribe el Profesor Andrea Riccardi, en un editorial publicado en la revista Familia Cristiana, ante la visita del Papa Francisco, del sábado 22 de abril, a la Basílica romana de San Bartolomé, en la Isla Tiberina, para rezar junto a la Comunidad de San Egidio ante el memorial de los nuevos mártires.
La Basílica de San Bartolomé – que conserva la memoria de San Adalberto, asesinado en el lejano año 997 por ser evangelizador – recuerda sobre todo a los mártires contemporáneos. Expresa la conciencia que maduró durante el Gran Jubileo del Año 2000, en que la Iglesia volvió a ser una comunidad de mártires, como en los primeros siglos. Sin embargo, el Profesor Riccardi escribe que éste no era, entonces, el pensamiento dominante, puesto que los cristianos eran considerados más persecutores que perseguidos. Mientras San Juan Pablo II pensaba lo contrario.
En efecto, había sido testigo de la persecución nazi y de la matanza de los judíos antes y, posteriormente, de la lucha antirreligiosa comunista. Como explica el historiador y Fundador de la Comunidad de San Egidio, para el Papa Wojtyła el siglo XX era el siglo del martirio. Razón por la cual quiso que se formara una comisión que recopilara las historias de los nuevos mártires y que trabajó, precisamente, en los locales aledaños a esta Basílica romana.
A partir de esos trabajos, surgieron numerosas vicisitudes dolorosas y, con frecuencia, desconocidas. Fue precisamente Juan Pablo II quien el 7 de mayo del año 2000, en el Coliseo de Roma y ante la presencia de algunos testigos de la persecución, presidió entonces una memoria ecuménica de estos nuevos mártires a fin de que su sangre uniera a los cristianos. «Los mártires – dijo el Papa Wojtyła – constituyen como un gran fresco de la humanidad cristiana del Siglo XX». Porque era necesario recordarlos y recoger su herencia.
De ahí que San Bartolomé, por iniciativa de la Comunidad de San Egidio, y por decisión de Juan Pablo II, se haya convertido en el memorial de los nuevos mártires. En su ábside se destaca el gran icono de los caídos, entre los cuales se ve al Arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, los armenios víctimas de la masacre, los monjes etíopes asesinados por los italianos, los cristianos rusos y tantos otros.
El Profesor Riccardi recuerda asimismo en su artículo que en las seis capillas de la Basílica de San Bartolomé diversos signos hacen referencia a los mártires contemporáneos de todos los continentes. Así por ejemplo, allí se conservan el cáliz del padre Andrea Santoro, asesinado en Turquía; la faja del Obispo argentino Enrique Angelelli, asesinado por los militares; la Biblia de un joven ruandés caído durante el genocidio o la carta de un pastor evangélico del campo de concentración alemán de Buchenwald. Y su memoria, no sólo no nos invita a la venganza, sino que revela esa «fuerza débil», que proviene de la fe y del amor, para resistir al mal. De modo que su testamento debe ser abierto y vivido en la Iglesia de hoy.
Por su parte y con su alegría al recibir al Papa Francisco, la Comunidad de San Egidio presenta el programa de la visita y de la Oración del Santo Padre – el 22 de abril a las cinco de la tarde – en Basílica romana de San Bartolomé, encomendada a la misma Comunidad, y dedicada, desde 1999, a la memoria de los «Nuevos Mártires», por voluntad de Juan Pablo II.
En la Liturgia de la Palabra, intervendrán también parientes y amigos de tres de los numerosos testigos de la fe, cuya memoria se conserva en la iglesia de la Isla Tiberina:
Karl Schneider, hijo de Paul, Pastor de la Iglesia Reformada, asesinado en 1939 en el campo de Buchenwald porque había definido los objetivos del nazismo, entonces en el poder, como «inconciliables con las palabras de la Biblia»
Roselyne, hermana del P. Jacques Hamel, asesinado en Rouen, en Francia, el 26 de julio de 2016, cuando acaba de celebrar la Santa Misa
Francisco Hernández Guevara, amigo de William Quijano, un joven de San Egidio en El Salvador, asesinado en septiembre de 2009, porque con las «Escuelas de la Paz» de la misma Comunidad, ofrecía a los adolescentes en el barrio en el que vivía una alternativa a las «maras», pandillas de jóvenes que siembran terror en ese país de América Central.
El Papa Francisco, después de su homilía, rendirá homenaje a las seis capillas laterales de la basílica que conservan las reliquias de los mártires de Europa, África, América y Asia, del comunismo y del nazismo.
En el curso de la Liturgia, se encenderán algunas velas para acompañar cada oración que se pronunciará en memoria de los testigos de la fe del siglo XX hasta nuestros días. Desde los armenios y los otros cristianos de las Iglesias víctimas de masacres perpetradas durante la Primera Guerra Mundial, a los mártires de la paz y del diálogo, como los monjes trapenses de Nuestra Señora del Atlas en Argelia y don Andrea Santoro en Turquía. También de quien ha sido asesinado por la mafia, como Don Pino Puglisi, en Italia, y los numerosos misioneros que, en tantas partes del mundo, han entregado su vida por el Evangelio.
Un recuerdo que abrazará todos los continentes, uniendo nombres más conocidos como el del Arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, a otros menos conocidos.
Se rezará también por los Obispos Mar Gregorios Ihrahim y Paul Yazigi, así como por el P. Paolo Dall’Oglio, secuestrados desde hace tanto tiempo en Siria, de los cuales no se tiene noticia alguna.
Al finalizar la oración, el Papa Francisco encontrará, en los locales cercanos a la basílica, a un grupo de refugiados llegados a Italia gracias a corredores humanitarios, así como a algunas mujeres víctimas de la trata y a algunos menores no acompañados.