Pide rezar por las víctimas de la matanza en Egipto y por su viaje a Myanmar y Bangladesh

Francisco: «Todo el necesitado que tiende la mano es Jesús, todo enfermo es Jesús, todo encarcelado es Jesús»

"Dios sostenga el esfuerzo de todos los que luchan por la paz, la concordia y la convivencia"

Francisco: "Todo el necesitado que tiende la mano es Jesús, todo enfermo es Jesús, todo encarcelado es Jesús"
Francisco reza por las víctimas de Egipto RD

Ayer por la noche, como es tradición, el Papa acudió a rezar ante la 'Salus romana', en Santa María la Mayor, para pedir a la Virgen por el éxito del viaje

(Jesús Bastante).- Domingo de Cristo Rey en Roma, última fecha del Año Litúrgico antes del tiempo de Adviento. En una abarrotada plaza de San Pedro, el Papa Francisco reflexionó sobre el pasaje evangélico del juicio final, aquel en el que nos juzgarán por «el amor concreto al prójimo en dificultad». «Todo el necesitado que tiende la mano es Jesús, todo enfermo es Jesús, todo encarcelado es Jesús».

«Los justos se sorprende, porque no recuerdan haberse encontrado con Jesús, y menos haberlo ayudado de este modo», aclara el Papa. «Pero Él responde: todo aquello que habéis hecho a uno solo de mis hermanos más pequeños, lo habéis hecho conmigo». Una palabra «que no deja de cumplirse, y nos dice hasta qué punto se revela el amor de Dios». Un Cristo que es, al tiempo, «Rey, pastor y juez».

Porque, añadió Francisco, Dios se hace uno de nosotros, «pero no cuando estamos bien y somos felices, sino cuando nos vemos en problemas». «Él se deja encontrar, te tiende la mano como mendicante. Así Jesús revela el criterio decisivo de su juicio», que no es otro que «el amor concreto por el prójimo en dificultad».

 

 

Así también, añadió el Papa, «se revela el poder de su amor, del regalo de Dios, solidario con el que sufre y suscitando en todo gracia y obras de misericordia«.

Pero, junto al juicio de los justos, el Evangelio también presenta al Rey que expulsa «aquellos que no se preocuparon por la necesidad de sus hermanos». Como en el primer caso, muestran su sorpresa, «¿cuándo te vimos, y no te servimos? Si te hubiéramos visto te habríamos ayudado». La respuesta de Dios es la misma: «Todo aquello que no habéis hecho a algunos de estos pequeños, no me lo habéis hecho a mí».

Todo se reduce a una máxima: «Al final de nuestra vida, seremos juzgados por el amor. Por nuestro empeño concreto de amar y servir a Jesús en nuestros hermanos más pequeños y necesitados«. Todos ellos es Jesús, que «vendrá al final de los tiempos para juzgar a todas las naciones, pero que viene a nosotros cada día, en aquellos que quieran acogerlo».

Por ello, culminó el Papa, hemos de acoger en nuestra vida «a los que sufren la enfermedad, el hambre o la injusticia», y así, también, «seremos acogidos para siempre en el Reino de luz y de paz«.

Tras el rezo del Angelus, Francisco mostró su «gran dolor» por «la tragedia en una mezquita en el norte del Sinaí, en Egipto«. «Continuo rezando por las numerosas víctimas, por los heridos y por toda la comunidad duramente golpeada. Dios les libre de esta tragedia y sostenga el esfuerzo de todos los que luchan por la paz, la concordia y la convivencia«, clamó el Papa, quien recordó que «la gente, en ese momento, oraba. Nosotros, en silencio, oremos por ellos».

También recordó la beatificación, ayer, en Córdoba (Argentina), de la madre Catalina, «una mujer apasionada por el corazón de Jesús y de la humanidad», y rezó por Ucrania, «para que la fuerza de la fe ayuda a cerrar las heridas del pasado y promueva, hoy, caminos de paz».

Finalmente, Francisco recordó que «esta tarde iniciaré el viaje apostólico en Myanmar y Bangladesh. Os pido me acompañéis con la oración, para que mi presencia sea un signo de cercanía y esperanza». Justo ayer por la noche, como es tradición, el Papa acudió a rezar ante la ‘Salus romana’, en Santa María la Mayor, para pedir a la Virgen por el éxito del viaje.

 

 

Texto completo de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este último domingo del año litúrgico celebramos la Solemnidad de Cristo Rey del universo. La suya es una realeza de guía, de servicio, y también una realeza que al final de los tiempos se afirmará como juicio. Hoy tenemos ante nosotros a Cristo como rey, pastor y juez, que muestra los criterios de pertenencia al Reino de Dios. Estos son los criterios.

La página evangélica se abre con una visión grandiosa. Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, dice: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso» (Mt 25,31). Se trata de la introducción solemne de la narración del juicio universal. Después de haber vivido la existencia terrena en humildad y pobreza, Jesús se presenta ahora en la gloria divina que le pertenece, rodeado del ejército angélico. La humanidad entera es convocada ante Él y Él ejercita su autoridad separando los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras.

A quienes ha puesto a su derecha dice: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (vv. 34-36). Los justos se quedaran sorprendidos, porque no recuerdan jamás de haber encontrado a Jesús, y mucho menos de haberlo ayudado de ese modo; pero Él dirá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (v. 40). Esta palabra no termina nunca de sorprendernos, porque nos revela hasta qué punto llega el amor de Dios: hasta el punto de identificarse con nosotros, pero no cuando estamos bien, cuando estamos sanos y felices, no, sino cuando estamos en la necesidad. Y de este modo escondido Él se deja encontrar, nos extiende la mano como un mendigo. Así Jesús revela el criterio decisivo de su juicio, es decir, el amor concreto por el prójimo en dificultad. Y así se revela el poder del amor, la majestad de Dios: solidario con quien sufre para suscitar en todas partes actitudes y obras de misericordia.

La parábola del juicio prosigue presentando al rey que aleja de sí a aquellos que durante su vida no se han preocupado de las necesidades de los hermanos. También en este caso ellos se quedaran sorprendidos y preguntaran: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?» (v. 44). Sobre entendido: «¡Si te hubiéramos visto, seguramente te habríamos ayudado!». Pero el rey responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo» (v. 45). Al final de nuestra vida seremos juzgados sobre el amor, es decir, sobre nuestro concreto compromiso de amar y servir a Jesús en nuestros hermanos más pequeños y necesitados. Ese mendigo, aquel necesitado que extiende la mano es Jesús; ese enfermo que debo visitar es Jesús; ese encarcelado es Jesús; ese hambriento es Jesús. Pensemos en esto.

Jesús vendrá al final de los tiempos para juzgar a todas las naciones, pero viene a nosotros cada día, de tantos modos, y nos pide acogerlo. La Virgen María nos ayude a encontrarlo y recibirlo en su Palabra y en la Eucaristía, y al mismo tiempo en los hermanos y en las hermanas que sufren el hambre, la enfermedad, la opresión, la injusticia. Puedan nuestros corazones acogerlo en el hoy de nuestra vida, para que seamos recibidos por Él en la eternidad de su Reino de luz y de paz.

 

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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