Tierra Santa, Venezuela, las dos Coreas y el descarte, claves de la bendición Urbi et Orbe

El Papa exige «que se ponga fin inmediatamente al exterminio» en Siria

Bergoglio recuerda a "prófugos, refugiados, víctimas del narco, la trata y las distintas formas de esclavitud"

El Papa exige "que se ponga fin inmediatamente al exterminio" en Siria
Tierra Santa, Venezuela, las dos Coreas y el descarte, claves de la bendición Urbi et Orbe Osservatore Romano

Que el pueblo venezolano encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime

(Jesús Bastante).- Después de la misa, el Papa Francisco quiso saludar a todas y cada una de las personas que quisieron participar en la misa de Pascua. Por primera vez, el jeep móvil se desplazó hasta el fondo de la Via della Conziliacione, donde le esperaban decenas de miles de fieles que superaron la capacidad de una abarrotada plaza de San Pedro.

Con la experiencia del pasado año, en la que la misa se juntó con la bendición Urbi et Orbi, Roma preparó una ceremonia más corta, para dejar tiempo más que suficiente al Papa para saludar al pueblo de Dios, antes de subir al balcón central de la basílica, allá donde hace ahora cinco años se presentó al mundo por primera vez, para clamar por la «paz para el mundo entero», comenzando por «la amada y martirizada Siria», cuya población «está extenuada por una guerra que no tiene fin.».

Así, pidió «que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo». Francisco también pidió por Tierra Santa, «que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos»; y especialmente por Venezuela, haciendo suyas las palabras de los obispos del país, instando a «salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime». Las dos Coreas, Ucrania, Yemen, Congo, Sudán del Sur y todo Oriente Próximo fueron otros países recordados por el Papa, así como los jóvenes y los ancianos, afectados por la cruda «cultura del descarte».

 

 

Antes de la bendición, representantes de las Fuerzas Armadas Italianas, los Carabineros, la Gendarmería Vaticana y la Guardia Suiza rindieron honores al Papa, y se escucharon los himnos de Italia y el Vaticano.

En su mensaje, Francisco puso el ejemplo del grano de trigo para simbolizar cómo «la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo».

El Papa pidió esa fuerza del Resucitado también para «los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias», frutos de «de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados -tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte-, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo».

En su recuerdo a los dramas que sacuden el mundo, Francisco comenzó por «la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin», pidiendo «iluminar las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados».

 

 

También, para «Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos», para Yemen y para todo el Oriente Próximo, con la mirada puesta en los cristianos «que sufren frecuentemente abusos y persecuciones».

Con la mirada puesta en África, el Papa pidió esperanza para quienes «sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo». «Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur y en la atormentada República Democrática del Congo: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua», señaló, apelando especialmente a los niños y refugiados.

A su vez, «imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional».

También para Ucrania y, especialmente, «para el pueblo venezolano, el cual -como han escrito sus Pastores- vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria».

Francisco pidió «frutos de vida» para los niños que «crecen sin esperanza», educación o asistencia sanitaria; y a los «ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo»». En este punto, pidió «sabiduría» para los que, en todo el mundo, «tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos».

 

 

 

Mensaje Pascual:

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesús ha resucitado de entre los muertos.
Junto con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en medio de nosotros.
Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor.
Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados -tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte-, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.
Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.
Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.
Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur y en la atormentada República Democrática del Congo: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.
Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades
directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional.
Pedimos frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la población.
Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual -como han escrito sus Pastores- vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria.
Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo».
Invocamos frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos.
Queridos hermanos y hermanas:
También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón pascual).
¡Feliz Pascua a todos!

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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