El Papa advierte: "Ante el Señor no cuentan las apariencias, sino el corazón"

Francisco, a los cardenales: «El secreto de la vida es vivir para servir»

Bergoglio critica la "cultura del maquillaje", que "enseña a cuidar las formas externas"

Francisco, a los cardenales: "El secreto de la vida es vivir para servir"
El Papa advierte: "Ante el Señor no cuentan las apariencias, sino el corazón" Osservatore Romano

La gran tentación es conformarse con una vida sin amor, que es como un vaso vacío, como una lámpara apagada. Si no se invierte en amor, la vida se apaga

(Jesús Bastante).- «Ante el Señor no cuentan las apariencias, sino el corazón«. El Papa Francisco presidió una misa en sufragio de los cardenales fallecidos a lo largo del año, en la que recordó que «estamos siempre de paso», y clamó contra la «cultura del maquillaje«, y advirtió: «La gran tentación es conformarse con una vida sin amor, que es como un vaso vacío, como una lámpara apagada. Si no se invierte en amor, la vida se apaga».

En su homilía, el Papa recordó que la vida del cristiano es «una llamada continua a salir»: «También para los ministros del Evangelio la vida es una salida continua: de la casa de nuestra familia hacia donde la Iglesia nos envía, de un servicio a otro; estamos siempre de paso, hasta el paso final«.

Yendo, como las vírgenes del Evangelio, «al encuentro del esposo», esperando al final, que «ilumina lo que precede. Y como la siembra se evalúa por la cosecha, así el camino de la vida se plantea a partir de la meta».

 

 

Si la vida es un «camino en salida hacia el esposo», vivir «es una cotidiana preparación a las nupcias, un gran noviazgo», señaló Francisco, quien invitó a que «no nos quedemos en las dinámicas terrenas, miremos más allá«.

Citando la lectura, el Papa se centró en el aceite, que tiene tres características. La primera es que «no es vistoso. Permanece escondido, no aparece, pero sin él no hay luz». ¿Qué nos sugiere esto? «Que ante el Señor no cuentan las apariencias, sino el corazón». Por ello, Francisco animó a «tomar distancia de las apariencias mundanas», y «decir no a la cultura del maquillaje», que «enseña a cuidar las formas externas«.

En segundo lugar, el aceite «existe para ser consumido. Solo ilumina quemándose». Así, «el secreto de la vida es vivir para servir«. «Lo que queda de la vida, ante el umbral de la eternidad, no es cuánto hemos ganado, sino cuánto hemos dado», recordó Francisco, quien reconoció que «servir cuesta, porque significa gastarse, consumirse; pero, en nuestro ministerio, no sirve para vivir quien no vive para servir. Quien custodia demasiado la propia vida, la pierde«.

 

 

Finalmente, «la preparación». Como el amor, que «es ciertamente espontáneo, pero no se improvisa». Precisamente, añadió Francisco, es la falta de preparación la que provoca la imprudencia de las vírgenes que se quedan sin aceite. «La gran tentación es conformarse con una vida sin amor, que es como un vaso vacío, como una lámpara apagada. Si no se invierte en amor, la vida se apaga«, subrayó.

«Mientras rezamos por los cardenales y los obispos difuntos durante el año pasado, pidamos la intercesión de quien ha vivido sin querer aparentar, de quien ha servido de corazón, de quien se ha preparado día a día al encuentro con el Señor», concluyó el Papa, quien pidió que «no nos conformemos con una mirada furtiva a nuestro presente; deseemos más bien una mirada que vaya más allá, a las nupcias que nos esperan».

 

Homilía del Papa:

Hemos escuchado en la parábola del Evangelio que las diez vírgenes «salieron al encuentro del esposo» (Mt 25,1). Para todos, la vida es una llamada continua a salir: del seno materno, de la casa donde nacimos, de la infancia a la juventud y de la juventud a la edad adulta, hasta que salgamos de este mundo.

También para los ministros del Evangelio la vida es una salida continua: de la casa de nuestra familia hacia donde la Iglesia nos envía, de un servicio a otro; estamos siempre de paso, hasta el paso final.

El Evangelio nos recuerda el sentido de esta continua salida que es la vida: ir al encuentro del esposo. Vivimos por ese anuncio que en el Evangelio resuena en la noche, y que podremos acoger plenamente en el momento de la muerte: «¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!» (v. 6). El encuentro con Jesús, Esposo que «amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5,25- 26), da sentido y orientación a la vida. No hay otro. El final ilumina lo que precede. Y como la siembra se evalúa por la cosecha, así el camino de la vida se plantea a partir de la meta.

Entonces la vida, si es un camino en salida hacia el esposo, es el tiempo que se nos da para crecer en el amor. Vivir es una cotidiana preparación a las nupcias, un gran noviazgo. Preguntémonos: ¿Vivo como quien prepara el encuentro con el esposo? En el ministerio, ante todos los encuentros, las actividades que se organizan y las prácticas que se tramitan, no se debe olvidar el hilo conductor de toda la historia: la espera del esposo. El centro está en un corazón que ama al Señor. Solo así el cuerpo visible de nuestro ministerio estará sostenido por un alma invisible. Podemos comprender entonces lo que dice el apóstol Pablo en la segunda Lectura: «No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno» (2 Co 4,18). No nos quedemos en las dinámicas terrenas, miremos más allá. Es verdad lo que dice la célebre expresión: «Lo esencial es invisible a los ojos». Lo esencial de la vida es escuchar la voz del esposo. Esta nos invita a que vislumbremos cada día al Señor que viene y a que transformemos cada actividad en una preparación para las bodas con él.

Nos lo recuerda el elemento que en el Evangelio es esencial para las vírgenes que esperan las nupcias: no el vestido, ni tampoco las lámparas, sino el aceite, custodiado en pequeños vasos.

Se evidencia una primera característica de este aceite: no es vistoso. Permanece escondido, no aparece, pero sin él no hay luz. ¿Qué nos sugiere esto? Que ante el Señor no cuentan las apariencias, sino el corazón (cf. 1 Sam 16,7). Lo que el mundo busca y ostenta -los honores, el poder, las apariencias, la gloria- pasa, sin dejar rastro. Tomar distancia de las apariencias mundanas es indispensable para prepararse para el cielo. Es necesario decir no a la «cultura del maquillaje», que enseña a cuidar las formas externas. Sin embargo, debe purificarse y custodiarse el corazón, el interior del hombre, precioso a los ojos de Dios; no lo externo, que desaparece.

Después de esta primera característica -no ser vistoso sino esencial- hay un segundo aspecto del aceite: existe para ser consumido. Solo ilumina quemándose. Así es la vida: difunde luz solo si se consume, si se gasta en el servicio. El secreto de la vida es vivir para servir. El servicio es el billete que se debe presentar en la entrada de las bodas eternas. Lo que queda de la vida, ante el umbral de la eternidad, no es cuánto hemos ganado, sino cuánto hemos dado (cf. Mt 6,19-21; 1 Co 13,8). El sentido de la vida es dar respuesta a la propuesta de amor de Dios. Y la respuesta pasa a través del amor verdadero, del don de sí mismo, del servicio. Servir cuesta, porque significa gastarse, consumirse; pero, en nuestro ministerio, no sirve para vivir quien no vive para servir. Quien custodia demasiado la propia vida, la pierde.

Una tercera característica del aceite surge en el Evangelio de modo relevante: la preparación. El aceite se prepara con tiempo y se lleva consigo (cf. vv. 4.7). El amor es ciertamente espontáneo, pero no se improvisa. Precisamente en la falta de preparación está la imprudencia de las vírgenes que quedan fuera de las nupcias. Ahora es el tiempo de la preparación: en el momento presente, día tras día, el amor necesita ser alimentado. Pidamos la gracia para que se renueve cada día el primer amor con el Señor (cf. Ap 2,4), para no dejar que se apague. La gran tentación es conformarse con una vida sin amor, que es como un vaso vacío, como una lámpara apagada. Si no se invierte en amor, la vida se apaga. Los llamados a las bodas con Dios no pueden acomodarse a una vida sedentaria, siempre igual y horizontal, que va adelante sin ímpetu, buscando pequeñas satisfacciones y persiguiendo reconocimientos efímeros. Una vida desvaída, rutinaria, que se contenta con hacer su deber sin darse, no es digna del esposo.

Mientras rezamos por los cardenales y los obispos difuntos durante el año pasado, pidamos la intercesión de quien ha vivido sin querer aparentar, de quien ha servido de corazón, de quien se ha preparado día a día al encuentro con el Señor. Siguiendo el ejemplo de estos testigos, que gracias a Dios hay, y son muchos, no nos conformemos con una mirada furtiva a nuestro presente; deseemos más bien una mirada que vaya más allá, a las nupcias que nos esperan. Una vida atravesada por el deseo de Dios y entrenada en el amor estará preparada para entrar por siempre en la morada del Esposo.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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