Gracias a Charly, llegar a Yamakai-éntsa, tras días de viaje, suponía encontrarse en casa. Siempre había sitio para dormir, un plato para comer y un rato para charlar
(Javier Arellano Yanguas*, Infosj).- Cuando escribo estas líneas, están velando en Imazita el cuerpo del P. Carlos Riudavets sj, Charly para los que tuvimos la suerte de encontrarnos con él en algún momento. Durante la tarde del sábado los compañeros jesuitas, las hermanas, antiguos alumnos, comuneros y la población de Imaza y Chiriaco se reunirán para rezar juntos, recordar la vida de Charly y hacer así más llevadera su trágica muerte.
En la distancia me imagino bandeando el río Chiriaco, llegando al puerto de la Misión y caminando por la orilla hacia la capilla construida en los años 70. En ese momento, el impulso del Vaticano II llevó a un grupo de jóvenes jesuitas y religiosas a tomar distancia de los modelos misioneros tradicionales para asumir con seriedad la cultura Awajún-Wampis como lugar privilegiado de la revelación divina.
Esa bonita capilla, con su virgen indígena, su arquitectura selvática y sus símbolos nativos fueron una de las primeras concreciones de ese esfuerzo. Poco a poco el optimismo de esos primeros años del postconcilio se fue diluyendo. Los cambios en la arquitectura y la iconografía eran mucho más fáciles de realizar que los cambios de fondo que se necesitaban. Tomar en serio la historia, la vida y la cultura indígena requiere adentrarse en un camino que no se sabe a dónde lleva.
En las siguientes décadas, muchas personas pasamos por la misión del Alto Marañón: jesuitas, religiosas, y personas voluntarias de diversas procedencias. Sin embargo, menos de una decena de personas permanecieron y ofrecieron la totalidad de la vida al servicio del pueblo Awajún-Wampis. Charly fue una de esas personas.
Al pasear ahora con el recuerdo por el Alto Marañón, revivo tres grandes historias superpuestas que me parece importante recordar para hacer justicia a la vida y muerte de Charly: una historia de compromiso personal, una historia de misión compartida y la historia abierta al futuro del pueblo Awajún-Wampis.
Charly llegó al Alto Marañón en 1980 para trabajar en el Colegio Valentín Salegui. Desde ese momento fue el puntal sobre el que se sostuvo el colegio. Fue un hombre querido por los alumnos y respetado por las comunidades y organizaciones indígenas.
Fue como un padre para muchos de los jóvenes indígenas que estudiaron en el colegio, lejos de sus comunidades. Siempre dispuesto a colaborar y a acoger. Gracias a Charly, llegar a Yamakai-éntsa, tras días de viaje, suponía encontrarse en casa. Siempre había sitio para dormir, un plato para comer y un rato para charlar.
Su larga experiencia en la selva le daba un poso de escepticismo frente a los grandes planes que venían de fuera, incluidos aquellos promovidos por la Compañía de Jesús. Sin embargo, ese escepticismo inicial no le impedía apoyar con convicción las iniciativas una vez que se decidía ponerlas en marcha. Charly dejó su vida en la formación de jóvenes indígenas, en un contexto materialmente difícil, con una gran austeridad de vida, asumiendo momentos de gran soledad y dificultades, y, a pesar de ello, siempre destacó por su afabilidad, acogida y buen humor. Sólo por eso entraría ya en la categoría de los héroes.
Pero, además, la vida de Charly tiene otra dimensión, la misión, que compartió con ese puñado de jesuitas y religiosas que han entregado y entregan su vida por el pueblo Awajún-Wampis. Una misión que tuvieron que renovar tras el Vaticano II. Una misión que ya no buscaba la adhesión de los Awajún-Wampis a una ortodoxia ininteligible para ellos como condición para ser ‘contados’ entre los miembros de la iglesia. Eso ya no tenía sentido.
La misión para ellos fue ampliar la Iglesia y enriquecerla con la experiencia del Dios de Jesús que viven los Awajún-Wampis. Eso supone desasirse de seguridades, formulaciones y esquemas teológicos fuertemente enraizados para adentrarse en la vida y espiritualidad de los indígenas. La traducción práctica de eso es una pastoral que se especializa en escuchar, más que en predicar, y en acompañar la experiencia de las comunidades para descubrir cómo el espíritu de Jesús está presente en su vida. No es fácil esa tarea y, además, frecuentemente ha conllevado la incomprensión de algunas autoridades eclesiales que no los veían suficientemente comprometidos con la ‘evangelización explícita’.
En su vertiente social, ese proceso de acompañamiento les ha llevado a renunciar al protagonismo para que sean los propios indígenas los que asuman la responsabilidad social y política, pero sin desentenderse del devenir de las comunidades. Así, en 2009 tras el traumático enfrentamiento del Baguazo, la Iglesia del Alto Marañón fue el principal apoyo de los grupos y dirigentes indígenas para enfrentar la dolorosa situación. Sin duda, esa experiencia de misión es un tesoro que merece la pena ser conocido y recuperado para ayudarnos a entender mejor qué es eso de la catolicidad.
Finalmente, las dos dimensiones anteriores no tienen sentido sin la vida y la historia del pueblo Awajún-Wampis. Charly se enamoró de ellos y puso su vida a su servicio. En los cuarenta años de su vida entre ellos, la situación ha cambiado enormemente y, con ella, los retos que enfrentan. Hace cuarenta años el gran reto era la falta de educación secundaria y la Compañía de Jesús respondió con creatividad y generosidad poniendo en marcha el colegio agropecuario intercultural Valentín Salegui. Hoy hay nuevos retos que ponen en peligro la pervivencia del pueblo Awajún-Wampis.
Hay retos que tienen que ver con actores externos como el estado y las empresas extractivas. Estos retos se han llevado en los últimos años una buena parte de las energías de las organizaciones indígenas. Pero hay también retos internos referidos a los cambios culturales, sociales y de liderazgo que están sufriendo las comunidades. Estos segundos son los más difíciles de abordar y, por tanto, los que suponen un mayor riesgo para su futuro.
Estoy seguro de que Charly seguirá acompañando al pueblo y ayudará a abordar esos nuevos retos. Sin duda serán necesarias más vocaciones religiosas y laicales que se enamoren de los pueblos indígenas y ofrezcan su vida. Además, se debe facilitar que los Awajún-Wampis asuman más responsabilidades eclesiales y hagan a la Iglesia más indígena. Por último, debemos esforzarnos en pensar nuevas formas de colaboración para que aquellos que no podemos permanecer en la selva, pero nos sentimos concernidos por el futuro del pueblo Awajún-Wampis, podamos apoyar.
Charly, que tu memoria ayude a renovar la misión de la Iglesia y nos haga mejores servidores del pueblo.
*Javier Arellano Yanguas es colaborador de ALBOAN y de la Universidad de Deusto / Centro de Ética Aplicada