Para algunos, la sesión de la CEE celebrada estos días en Madrid quedará 'señalada' en la historia

La «plenaria» de la pederastia

"Me quedo con el eco consolador de las palabras cardenalicias de culpa y con los silencios, también pederastas"

La "plenaria" de la pederastia
Misa de la plenaria por las víctimas de abusos por parte del clero

Para la jerarquía la solución no podría haber sido otra que la de echarle sistemáticamente la culpa a quienes -medios de comunicación social incluidos- no observaron con "sagrado" rigor y a perpetuidad, el mismo silencio doloso que observaron ellos

(Antonio Aradillas).- En el historial de las sesiones de la Conferencia Episcopal Española, al margen de número ordinal que le corresponde a la celebrada estos días en Madrid, esta será conocida y reconocida con calificaciones definitivas y definitorias. De entre las mismas, y dada la gravedad del principal tema tratado, para algunos, católicos y no tanto, tal Asamblea Plenaria será la de la pederastia, es decir, de las «atrocidades de los abusos cometidos por los sacerdotes a menores», de la ignominia, de la vergüenza, del reconocimiento del silencio cómplice y colectivo guardado por todos -sí, todos- los, miembros del episcopado y la de la inhonestidad e hipocresía jerárquica…

No obstante, para otros, y por la misericordia de Dios, tal Asamblea podrá ser recordada, y hasta invocada en el tiempo, como la de la petición de perdón y del asentimiento generalizado por parte de los prelados, adláteres y allegados, de que ellos -los obispos- son tanto o más pecadores como lo es el resto del pueblo de Dios, sin que su condición jerárquica, títulos y capisayos o les significara otra cosa que el gravamen de su proceder y comportamiento indignos.

Aún reconociendo que tales signos de petición de perdón, y arrepentimiento, debieran haberse reseñado antes, dada la gravedad del problema, no son pocos los fieles a quienes les han reconfortado las palabras cardenalicias de su Presidente, entonando el «mea culpa» pontifical, con humildad, humanidad y deseos efectivos de la debida reparación a las víctimas, animando a otras a su oportuna y documentada denuncia ante los tribunales civiles y eclesiásticos.

La expresa y dolorosamente literal mención a los abusos registrados, con el firme propósito de erradicación, junto con la súplica de que en todo este proceso de purificación de la Iglesia intervengan los laicos, puede y debe interpretarse como «palabras mayores», inéditas hasta ahora en el léxico de los miembros del Episcopado, lo mismo personalmente, que reunidos en Asamblea Plenaria.

Tal confesión, avalada sacramentalmente con el prescrito examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda, y reparación a las víctimas, habrá de contribuir sanamente a que la Iglesia -la «oficial» y la otra- prescinda de parte de su obesa carga de hipocresías institucionales, aportándoles a sus elementos y símbolos litúrgicos, la santidad, aún la canonizada. Para la jerarquía la solución no podría haber sido otra que la de echarle sistemáticamente la culpa a quienes -medios de comunicación social incluidos- no observaron con «sagrado» rigor y a perpetuidad, el mismo silencio doloso que observaron ellos, sabedores de cuanto ocurría entre sus sacerdotes diocesanos y religiosos, solo o fundamentalmente ocupados y preocupados de que el escándalo no saliera de las sacristías y de los despachos curiales y además, y sobre todo, que «no se enterara la prensa».

Resumida esta descripción pederasta, tan lastimosa y dramáticamente anti eclesial y anti humana, no me resigno a dejar sin citar, entre otros, al menos uno de los episodios de los que se tiene plena, documentada y judicializada referencia…:

Del cura depredador pederasta de la diócesis de Salamanca, se sabe ya casi todo y se sabrá aún más. Sacerdotes y religiosos, con la firma de su actual obispo don Carlos, desde la «Casa de la Iglesia», hicieron pública el día doce de noviembre una carta dirigida «a toda la diócesis y a los ciudadanos», «lamentando profundamente los abusos sexuales a menores que nuestros hermanos sacerdotes han cometido a lo largo de estos años…Pedimos perdón sobre todo a las víctimas, a sus familias y a la sociedad. Pedimos a todas las víctimas que denuncien abierta y claramente los hechos, que aporten las pruebas ante el juzgado civil y eclesiástico y que no callen ni guarden silencio». En la carta se insiste en la «inquietud y desconcierto en que tales hechos han producido en al comunidad eclesial», instando a los diocesanos a «vivir estas experiencias con humildad y fortaleza cristianas».

Dado que el índice de inocentes, simples y faltos de malicia es todavía considerable, algunos revisamos la citada carta con la esperanza de encontrar entre los vericuetos de sus párrafos, la inclusión de la firma del anterior obispo de Salamanca, que lo fuera desde el año 1995 al 2003, don Braulio de nombre, y en la actualidad arzobispo de Toledo y Primado de España. Del mismo, don Carlos, abrumado por tantos denuestos, denuncias y desconsideraciones, dirigidas a él en el contexto pederasta, manifestó con rotundidad y razonablemente, que «lo que sea o haya ocurrido antes en esta diócesis de Salamanca, yo no lo sé». La frase y la flagrante alusión al anterior «hermano mayor en el Episcopado», proporcionan sobrados elementos de juicio para centrar el tema «con justicia, y con santo temor de Dios»

Personalmente me quedo con el eco consolador y esperanzador de las palabras cardenalicias del Presidente de la Conferencia Episcopal: «No se deben encubrir los abusos, ni darles repuesta equivocada; para todo ello es imprescindible disponer siempre de libertad para hablar y de humildad para escuchar».

Y de don Braulio, de sus silencios, también pederastas, y aún de la misma Virgen de Guadalupe, extremeña por más señas, -que no toledana-. reflexionaremos en otra ocasión.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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