El prior general de la Orden del Carmen presenta 'Signos, gestos, guiños. Reflexiones sobre la vida religiosa'

Fernando Millán: «Es un tiempo fascinante para el que quiera ser religioso de verdad»

"Es un mundo nuevo, y queremos estar ahí: apoyando, contribuyendo, testimoniando como carmelitas"

Fernando Millán: "Es un tiempo fascinante para el que quiera ser religioso de verdad"
Fernando Millán

Creo que en esa tensión, entre unidad y diversidad, las órdenes religiosas nos jugamos mucho. Y no siempre es fácil. Pero es muy bonito, también, cómo un mismo carisma se puede expresar de formas distintas, manteniendo lo esencial

(Jesús Bastante).- El prior general de la Orden del Carmen, Fernando Millán, acaba de presentar «Signos, gestos, guiños. Reflexiones sobre la vida religiosa de nuestros días» (Sal Terrae). Un libro que, explica, «pretende ser una serie de signos, de anécdotas, de historias que puedan ayudar un poco a la vida religiosa de hoy», no desde una perspectiva de alarmismo por la falta de vocaciones, sino con la «serenidad de que somos conscientes de lo que anunciamos y quiénes somos».

Hoy nos acompaña Fernando Millán. Bienvenido.

Gracias. Encantado de estar aquí.

Eres prior general de la Orden del Carmen. Tenemos un contacto común, porque correr hace mucho bien para el alma, a veces.

Sí, es una escuela de vida para los que llevamos muchos años corriendo, y aunque se van notando los años seguimos en la brecha.

¿Maratones?

El maratón lo hice en tiempos. Ahora me conformo con la media maratón, nada más.

«Signos, gestos, guiños. Reflexiones sobre la vida religiosa de nuestros días» editado por Sal Terrae, del Grupo de Comunicación Loyola. ¿Qué nos cuentas en este libro que viene ilustrado por el pantocrátor famoso? ¿Qué nos cuentas en «Signos, gestos y guiños»?

Es el resultado de cuatro años de colaboración con la revista «Vida Religiosa», de los claretianos de Madrid. Yo publicaba allí una paginilla, que me pidieron. Y a los cuatro años, le dije al director que me empezaba a repetir, que se me acababan las ideas. Tengo que decir que me he sentido muy a gusto ahí.

Y luego, por mi amistad con Sal Terrae, que es una editorial con la que he colaborado mucho, lo hemos publicado. Pretende ser una serie de signos, de anécdotas, de historias que puedan ayudar un poco a la vida religiosa de hoy.

Después de once años como prior general, ya hay muchas experiencias acumuladas. No es un libro de teoría, ni de teología de la vida religiosa. Simplemente, contar una serie de anécdotas y sacar algunas conclusiones. Un mensaje, una enseñanza.

 

Porque, además, tú, en esos años de general, has tenido que viajar mucho por el mundo. Y se tiene una visión de Iglesia, supongo, mucho más amplia de la que podemos tener los que no nos movemos demasiado.

Totalmente. De hecho, creo que los superiores generales europeos tenemos que tener mucho cuidado de no generalizar la situación de Europa.

La primera vez que fui a Indonesia, a la Isla de Flores, llevaba mi discursito preparado, que soltaba por todas partes. Estaba hablando de la terrible crisis de vocaciones que nos asola, etc. Entonces me di cuenta de que tenía delante de mí a 60 jóvenes con su hábito que pensarían «¿de qué está hablando este hombre?».

Hay que tener mucho cuidado. Este es uno de los temas donde hay que estar atentos a no generalizar la situación europea.

Porque la catolicidad es un poco eso; al contrario de la uniformidad es encontrar lo que nos une, con perspectivas muy distintas.

Sí, distintas sensibilidades. Yo creo que en esa tensión, entre unidad y diversidad, las órdenes religiosas nos jugamos mucho. Y no siempre es fácil. Pero es muy bonito, también, cómo un mismo carisma se puede expresar de formas distintas, manteniendo lo esencial.

¿Es posible, realmente, hacer eso?

Jesús, yo soy muy ingenuo y muy optimista. Entonces, estoy convencido de que sí. Aunque no es fácil, porque a veces hay cosas un poco estrambóticas, pero también en Europa las tenemos; hemos caído en la rutina, y desde fuera también nos enseñan a ser carmelitas. Esto también conviene tenerlo en cuenta.

Desde Europa ser carmelita, de otra congregación religiosa o ser cristiano, parece como si se diera por hecho. Pertenecemos a una cultura judeocristiana, de valores no impuestos, pero sí insertos en nuestro ADN y, ahora, parece que la situación ha cambiado.

En Europa nos quejamos mucho de que está desapareciendo Dios, de que ya encontramos chavales jóvenes en el Museo del Prado, y en otros museos, que saben quién es ese señor de la cruz, pero muchos de los signos que dábamos por aprendidos, por innatos, no se dan. Incluso ahora, con el belén, se da por hecho más la figura del «caganet» en Cataluña, por ejemplo, que la figura de los pastores.

Es una situación nueva con la que nos vamos a encontrar y, para empezar, tenemos que ser conscientes de ello, porque muchas veces lo negamos. Y luego, afrontarla con serenidad. Yo hablo mucho en este libro de una «serenidad teologal».

La gente me dice: «es que tú eres muy iluso». Pero, bueno, yo creo que los otros religiosos, si no tenemos esa serenidad, y no me refiero a ser unos pasotas o unos tranquilones, sino a que sabiendo que hay que hay que afrontar unas serie de situaciones, lo hagamos con la serenidad de que somos conscientes de lo que anunciamos y quiénes somos.

Y que ya lleváis unos añitos, sobre todo las generaciones con más solera, viviendo en este mundo.

En nuestra congregación, que tenemos 800 años de historia, hemos pasado por desamortizaciones, por revoluciones, por mil cosas. Y esto no significa caer en un providencialismo, que hay gente que dice: «Dios nos ayudará». No; hay que afrontar los problemas.

 

¿Es optimista el prior general del Carmen con el futuro de la orden?

Sí. Soy optimista-realista. Como podrás comprender, he visto problemas de todo tipo en estos años.

Has estado casi en tres pontificados.

Sí, en dos.

Pero, supongo que en tiempos de Juan Pablo II estarías, ya, en algún cargo de responsabilidad.

Sí. Y he visto pasar estilos muy distintos. Yo soy optimista pero también realista, y creo que ese equilibrio entre optimismo y realismo es muy importante, hoy, en la vida religiosa. Porque, por un lado está la gente optimista, pero que está fuera de la realidad, y eso, luego, pasa factura. Lo estamos viendo en Europa, donde el no haber tomado decisiones hace 10-15 años, ahora nos está perjudicando.

Y luego, está el otro extremo, el del que es tan realista que está amargado. Y hay que ser realistas, pero también un poco esponjados porque anunciamos la Buena Noticia, no estamos vendiendo enciclopedias ni coches.

Que no vamos a cambiar de negocio porque las cosas vayan mal.

¿Y de esa tercera pata que es el optimismo realista, cuáles son las claves?

Yo creo una sería volver a lo esencial. Esto suena tópico, pero es muy importante replantearnos, de vez en cuando, dónde está lo esencial.

Una de la historietas que cuento en el libro es la de un profesor, un compañero en Comillas, que me decía: «mira, tengo la mesa… Ahí está la Biblia, las constituciones, el Derecho Canónico, las revistas… Para encontrar la Biblia, tengo que desmontar medio despacho». Y a mí me iluminó aquello: es «volver a lo esencial».

Otro tema, que también es muy importante, es el discernimiento. No sé si es porque soy un carmelita que he trabajado mucho con los jesuitas, y llevo eso como por defecto, pero, de vez en cuando deberíamos plantearnos, en nuestras provincias o en nuestras comunidades, qué estamos haciendo, por qué lo hacemos, para qué lo hacemos y por qué lo hacemos así.

Esto no quiere decir que cada reunión de la comunidad sea una terapia psicológica. No. Pero no hay que dejar de plantearse esas preguntas de vez en cuando.

Y no hay que confundirlo con: cambian las cosas según-el-viento.

No.

Porque muchas veces se os acusa de esto, sobre todo a la vida religiosa, lamentablemente.

Así es. De ahí esto -que ya lo decía el Vaticano II- de volver a las fuentes de la inspiración. Estar constantemente en esa polaridad del presente y del carisma que, yo creo, son tensiones muy fecundas. Y también pueden ser muy traumáticas y muy dolorosas, porque a veces hay descalificaciones. Pero bien enfocadas, con serenidad y con apertura, pueden ser muy fértiles.

Es una tensión que también se tiene que dar en la vida religiosa, entre la libertad del discernimiento y la obediencia que, a veces, tenemos el riesgo de caer en los extremos: o bien solo tenemos que obedecer, sin necesidad de pensar. O hay que ser absolutamente libres y solo obedecer a la conciencia, con lo cual quitamos de en medio todas las mediaciones y toda la teología.

Esto lo decía el genial Martín Descalzo, que tiene por ahí un articulo que habla de que el cristianismo es la religión de la «y». Es decir: ¿Gracia o libertad? Pues, «Gracia y libertad». ¿Dios u hombre? Pues «Dios y hombre», y así consecutivamente. Es la religión de las paradojas; es más fácil agarrarse a los extremos, sobre todo en tiempos de crisis.

Cuando alguien me dice que tiene una solución para la crisis vocacional, me echo a temblar. Fíjate si habrá gente preparada…

Yo creo que hay que hacer mucho discernimiento comunitario, personal, y seguir caminando.

 

Y esa «y», que también es un «más»: que sumando siempre avanzamos. Que, también, es eso la fe en Jesús resucitado, el cual intentó no dejarse a nadie en el camino; más bien al contrario.

Estamos viendo un pontificado nuevo en muchos sentidos: es el primer papa venido del fin del mundo, de Latinoamérica. Y el primer papa jesuita, con todo lo que ello conlleva. ¿Cómo lo estáis viviendo desde la vida religiosa? Porque tú, al ser general, estás en la Unión Superior de Generales, que también es uno de los grandes apoyos de este pontificado: el trabajo que se está haciendo con los superiores generales es muy potente.

Para mí ha sido una bendición, en el sentido de que hemos tenido dos mañanas de trabajo con el papa Francisco. En la primera, él insistió en que no quería discurso. Fue la condición que puso, dijo que estaba harto de discursos. Que quería preguntas espontáneas.

Dentro de la USG tuvimos una cierta discusión -de esto hace ya seis o siete años- a causa de la petición de preguntas espontáneas, porque algunos decían: «a ver si va a salir por ahí algún descerebrado impertinente». Al final pactamos una cosa intermedia, y fue una gozada preguntarle al Papa, directamente, qué pensaba sobre esto o aquello.

Él habló con una libertad absoluta. Y en esa asamblea de la USG fue donde anunció el Año de la Vida Consagrada. Creo que fue un gesto de esperanza, de cariño y de aprecio por la vida religiosa en estos días.

El Papa conoce la vida consagrada. No es que simplemente tenga esa actitud positiva. Y de vez en cuando, también, hace críticas de la vida consagrada, que son muy sanas.

Muy potentes: la denuncia de las peleas internas, el terrorismo de los chismes…

Por ejemplo, nos habló -que a mí me sorprendió, porque nunca había pensado en esto- de la falta de continuidad y de perseverancia en ciertos ministerios. Yo más bien tengo que pelear por lo contrario; porque la gente no se apolille y no se estanque.

Nos dijo: «cuando asumen, por ejemplo, una parroquia los religiosos, ustedes están haciendo un pacto con el pueblo de Dios y no se puede estar mariposeando; ahora la cojo, ahora la dejo». En fin, cosas muy interesantes.

Creo que Francisco, para la vida consagrada, está siendo un revulsivo. Qué duda cabe. Ya el papa Benedicto tuvo también gestos muy cariñosos hacia la vida consagrada. Tuvimos una reunión con él mucho más formal, pero mostró algunos detalles muy cercanos.

Hay que reconocer a Benedicto su capacidad de abrir determinados caminos. Sin él hubieran sido imposible muchas cosas. Y no me refiero solo a su renuncia, sino a muchas puertas que empezó a abrir.

Con nosotros, los carmelitas, tuvo un detalle que luego se ha repetido por ahí mil veces:

Yo estaba en Castel Gandolfo -fuimos con 200 jóvenes- y por ser prior general me pasaron a primera fila, y luego a saludar al Papa. Era el domingo en el que se leyó el evangelio de «Señor, enséñanos a orar». Yo iba con mi hábito y capa blanca…, en fin, todo elegante.

Nos pusieron en fila, todo muy vaticano: cardenales, arzobispos, obispos, y yo era el último mono. El Papa estaba muy relajado, empezó a saludar a uno, y al saludar al segundo, giró la cabeza y me vio. Me reconoció, por el hábito, y dijo: «¡Hombre, los carmelitas! Estos son los que nos enseñan a a orar». (Lo que había dicho el evangelio).

Entonces, todas las cabezas se volvieron hacia mí. Yo, colorado con un tomate… Pero luego es una frase que ha dado mucho juego en asambleas, en capítulos y demás.

¿Se nos está olvidando orar en al sociedad de hoy?

Yo creo que sí, pero hay también un ansia muy grande. Esto de la oración, cuando yo era joven (que tengo 56 años), aunque era sustancial, estaba en segundo en plano; para nosotros era más importante la acción social. Y ahora hay mucho interés por la oración, lo que pasa es que esto también hay que discernirlo muy bien, porque a veces lo que hay es una oración evasiva.

Hay mucha búsqueda de algo que te complete, que te llene, al menos en Europa.

Sí, búsqueda de serenidad. Pero la oración no puede ser solamente eso.

No es una píldora para paliar el estrés.

Exactamente. Y es una oración que te rebota. Es decir, que sí encuentras paz. Y esto es importante. Imagínate que para nosotros, carmelitas, es fundamental la contemplación, la espiritualidad.

Sí, pero si te implica para que tú puedas trasmitir aquello que recibes.

Te reenvía otra vez al mundo.

Volvemos a la suma. Al «y».

Justo: a integrar. 

 

Tenemos otro libro que parece que no tiene nada que ver con lo que estamos hablando, pero yo creo que mucho, porque una de las cosas que el Papa sí que agradece a la vida religiosa es ese ser testigos, en mitad del mundo, sin perder la esencia.

Tienes aquí un pequeño libro sobre un personaje al que, reconozco, no conocía. Se trata de Tito Brandsma, un mártir de la II Guerra Mundial que me parece fascinante. Háblanos de él. ¿Quién es exactamente?

Es una figura muy poliédrica. Pero te cuento lo fundamental: fue un carmelita profesor de la Universidad de Nimega, de la que fue rector. También fue periodista; un periodista vocacional que reflexionó sobre el rol del periodismo.

Una vocación que, casi, le llevó a la muerte, por lo que nos contaste.

Pues sí. Con la invasión de Holanda, poco a poco las medidas fueron más fuertes, y obligaron a la prensa católica a publicar las consignas antisemitas. Y a él, como representante del episcopado holandés, aunque no era obispo, le tocó lidiar con los periódicos católicos para decirles «esto no podéis publicarlo, hay que resistir como sea».

Esta actitud le llevó al arresto en enero del 42. Pasó por varias cárceles y campos de concentración y murió, en julio del 42, en el campo de Concentración de Dachau, al lado de Múnich.

Fue beatificado por Juan Pablo II en el 85, y en aquella época solo había en Italia tres canales de la RAI. Y la RAI 1 comenzó el telediario diciendo: «Hoy un colega nuestro ha subido a la Gloria de Bernini».

Maravillosa frase. Y ahora está en vías de canonización.

Está en proceso de canonización. Sabes que todo esto es muy complicado; el milagro, etc. Pero, bueno, está muy avanzado y es una figura fascinante.

Por ponerte otro ejemplo, fue esperantista.

¿De los creadores del esperanto, ese idioma universal?

Entusiasta del esperanto. Fue un hombre muy poliédrico y muy interesante. Y también una persona, como creyente y como carmelita, muy entregado. Muy generoso.

Un día tenemos que hablar de esos procesos de beatificación y santificación, de si han cambiado mucho o no en los últimos tiempos, porque antes se hablaba de que eran procesos draconianos, aparte de muy caros y con una gran parafernalia. Pero, sí es verdad que Francisco ha intentado simplificar el proceso.

Siguen siendo muy caros -no lo digo como crítica- porque casi tienes que hacer tres o cuatro tesis doctorales sobre quién era el personaje.

Tienes que demostrar la santidad de una persona, que es algo aparte de lo sobrenatural.

Es algo -repito que no es crítica,- que, teniendo medios, puedes dedicar a una persona a estudiarlo y a traducirlo del holandés, porque todo lo escribió en su idioma. En fin, yo creo que es un testimonio muy bonito y que puede ser muy interesante para la Europa de hoy.

Además fue un hombre ecuménico 40 años antes del Vaticano II. Organizó un congreso con motivo del V centenario del Concilio de Éfeso, que definió a María como madre de Dios. Y, antes del congreso, mandó una carta a los hermanos separados (protestantes) explicando un poco lo que iban a hacer, cuál era el sentido.

A mí hay gente que me dice: «¿es que hay que pedir perdón a los protestantes?» Pues mira, luego, el Concilio Vaticano II dijo esto: evítese en la predicación toda cosa que pueda escandalizar a los hermanos separados… O sea, que en esto también fue un pionero.

Todavía nos cuesta mucho, no solo a los lefebvrianos y demás. Aún nos cuesta reconocernos como parte del mismo tronco. Lo de la «o» y la «y», que decíamos.

Exactamente: integrar y sumar.

Que siempre es más sencillo y más productivo. 

 

Me queda una pregunta más. ¿Cuál es el futuro de la Orden del Carmen? O Cómo lo has visto y cómo lo ves ahora, que no te vas de la orden pero sí que, en unos meses, cambiarás de responsabilidad. Algo muy sano, también para la vida religiosa. Tal vez, los obispos y el clero deberían aprender un poco del modelo de la vida religiosa; el no apegarse al cargo, vaya.

(Risas) Yo termino ahora en septiembre, que tendremos el capítulo general, y volveré a ser un fraile normal y corriente. Y muy contento, además.

El futuro… Yo creo que vamos a vivir, en Europa, algo muy diferente; negar esto sería absurdo. Estamos oyendo que se cierran casas continuamente, que se unen provincias, etc.

Pero pienso que esto nos va ayudar también a resituarnos. Nos va a forzar a reinventarnos; como pasa hoy en la sociedad civil, en las empresas.

Nos va a ayudar a hacerlo, y a hacerlo teologalmente y espiritualmente. A preguntarnos como carmelitas qué nos pide el mundo de hoy. Nos va a obligar a repensarnos con mucha humildad, que yo creo que también es sinónimo de sabiduría.

Tampoco hacer una especie de autoflagelación de qué hemos hecho mal y qué no hemos sabido hacer, no: son mundos nuevos, situaciones nuevas, sociedades nuevas y queremos estar ahí: apoyando, contribuyendo, testimoniando la Buena Noticia del evangelio como carmelitas. Esto es un reto muy difícil, pero también un reto fascinante.

Yo suelo decir -imagínate cómo me miran- que este es un tiempo fascinante para el que quiera ser religioso de verdad, porque hoy no hay prestigio social; es invertir en algo que no está de moda. Y el que de verdad quiera ser un religioso, comprometido y entregado, creo que tiene una ocasión estupenda.

Este es un mensaje vocacional solapado, como puedes ver.

Bueno, no tan solapado… Pero es una realidad, también, porque si fiáramos nuestra fe a los cargos y a las prebendas, igual nos estábamos equivocando.

Y, por otro lado, no hay que dejar paso a este lenguaje agorero. A veces me canso de las estadísticas apocalípticas de cuántos seremos en 2030 y en 20140… Bueno, pues seremos los que seamos, pero vamos a vivir esto con honestidad y con alegría.

Esperamos serlo, ser consciente y plenamente seguidores de Jesús.

«Signos, gestos y guiños»… Me encanta la portada, sobre todo por lo del guiño.

Me dio un poquito de miedo, cuando la vi. Pensé «alguno va a protestar, con el guiño». Pero creo que es muy alegre. Sal Terrae trabaja muy bien. Es una portada muy alegre y refleja todo lo que hay dentro: un mensaje esperanzado para la vida religiosa de hoy.

Fernando Millán Robledal, prior general de la Orden del Carmen, muchas gracias. Ha sido un auténtico placer.

Gracias a vosotros.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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