LA HUELLA DEL HOMBRE

Científicos de Yale mantienen 36 horas con vida los cerebros de cerdos decapitados

Científicos de Yale mantienen 36 horas con vida los cerebros de cerdos decapitados
El cerdo. EP

Como subraya Anado Herrero en ‘El Mundo’, este 27 de diciembre de 2018, el experimento parece salido de un guion de ciencia-ficción.

Un grupo de neurocientíficos de la Universidad de Yale ha conseguido restaurar la circulación en el cerebro de cerdos decapitados y ha mantenido los órganos con vida 36 horas después de haber sido separados del tronco.

No es la primera vez que el cerebro de un animal se mantiene vivo fuera del cuerpo -ya se había logrado en roedores-, la novedad es que se haya podido conservar intacto el flujo de oxígeno en un órgano de este tamaño.

Poder trabajar sobre tejidos vivos a esta escala abre la puerta, por ejemplo, a la creación de un atlas cerebral mediante la catalogación de las conexiones neuronales y profundizar así en la naturaleza un órgano del que, en realidad, se sabe muy poco.

La investigación fue presentada por primera vez durante una reunión del Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos (NIH) y ha sido recogida por la revista MIT Technology Review, a partir de la intervención que el investigador principal, Nenad Sestan, realizó durante la conferencia.

Aunque el neurocientífico aclaró que los cerebros no mostraron en ningún momento signos de consciencia, espera que este logro suponga un nuevo impulso a diversos estudios sobre tratamientos experimentales para tumores cerebrales o Alzheimer.

Aunque los resultados completos aún deberán esperar algunos meses antes de ser publicados, se sabe que Sestan y su equipo han utilizado un sistema llamado BrainEx, desarrollado en el laboratorio de Yale para mantener las células vivas haciendo circular un fluido rico en oxígeno a través un sistema de bombas, calentadores y bolsas de sangre artificial.

Más allá del valor del experimento en sí -que utilizó un centenar de cabezas de cerdo, recogidas de varios mataderos- el avance plantea, además, un nuevo horizonte sobre cuestiones éticas de la investigación en este campo.

El mismo Sestan, ha sido uno de los primeros en plantear estas dudas, que incluyen la posibilidad de que los cerebros utilizados en la investigación puedan conservar (o, en el futuro, recuperar) cierto nivel de consciencia.

En un artículo publicado en la revista Nature, Sestan, junto a una quincena de neurocientíficos, reclama un debate público del que salgan directivas claras para establecer los límites de su trabajo.

«Si los investigadores pudieran crear tejido cerebral en el laboratorio que pueda tener experiencias conscientes o estados fenoménicos subjetivos», plantean los autores, «¿ese tejido merecería alguna de las protecciones que se dan normalmente a los sujetos de investigación humanos o animales?»

Debate ético

«El dicho clásico de que la ciencia avanza más rápido que la ley es más cierto que nunca», señala Gema Revuelta, directora del Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad de la Universidad Pompeu Fabra (CCS-UPF), «por eso es necesario que, además de las leyes, existan otros mecanismos para garantizar que los avances científicos sean seguros y socialmente aceptables».

Entre ellos apunta a los códigos éticos y de buenas prácticas científicas, así como a los comités de bioética.

«El problema es que muchas veces los propios investigadores y las empresas recurren a ellos como si fuera una lista de puntos sobre los que hay que marcar una cruz. Es importante que se tomen en serio lo que significa hacer las cosas bien desde el punto de vista de esos valores éticos».

En China, por ejemplo, la búsqueda de sujetos de estudio para la investigación del autismo ha llevado a los científicos a crear macacos con mutaciones del trastorno del espectro autista.

La idea es conseguir primates con suficientes síntomas para dilucidar qué estructuras cerebrales originan el trastorno y probar fármacos que puedan corregirlo.

Algunos investigadores plantean incluso el uso de técnicas edición genética -utilizando CRISPR- para insertar genes humanos relacionados con el desarrollo cerebral y el lenguaje en los monos para tener una mejor comprensión en este campo.

Se espera que el proyecto China Brain Project, patrocinado por Pekín y que se aprobó en 2016, suponga un gran impulso a la investigación en neurociencias -en particular a las que se realizan con primates- pero al mismo tiempo sus técnicas abren la puerta a muchas de las cuestiones que han llevado a los autores del artículo en Nature a abrir el debate.

Organoides y quimeras

Es el terreno de los llamados sustitutos cerebrales de laboratorio el que más incógnitas plantea. Por ejemplo los llamados organoides, estructuras multicelulares artificiales que se asemejan a tejidos naturales a las que se añaden células madre para reproducir ciertas regiones del cerebro humano.

También las quimeras, animales a los que se inyectan células humanas para poder investigar en tejidos vivos. La pregunta que plantean los científicos en este punto es si, a medida que los organoides sean más realistas, el tipo de protección que la legislación otorga a humanos o animales deberá ser también necesaria para ellos.

«Respecto a la investigación con quimeras, todavía existen importantes lagunas, especialmente sobre la implantación de células neuronales aisladas o, más problemático aún, de organoides cerebrales humanos enteros en embriones animales», explica Luis Echarte, profesor e investigador en el área de Filosofía y Neuroética de la Universidad de Navarra.

En la actualidad los investigadores ya están encontrando en sus experimentos alguna forma de consciencia en sus investigaciones.

«No conozco ninguna legislación que regule esta diferencia y, en mi opinión, y dada la situación actual de las investigaciones con tejido cerebral, es hora de que nos pongamos manos a la obra».

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