‘Ante la jubilación’: Thomas Bernhard en elecciones, por J.C.Deus

Tres hermanos en la Alemania de los años setenta se reúnen a celebrar secretamente el cumpleaños de Himler, como vienen haciendo desde hace dos décadas. El varón ha llegado a ser un juez importante después de haber estado escondido diez años tras la guerra, en la que fue comandante de las SS a cargo de un campo de concentración. Está a punto de jubilarse. Sus dos hermanas son muy diferentes: Vera es su cómplice y admiradora, amante y madre del escelentísimo señor juez. Clara, a la que las bombas americanas dejaron paralítica dos días antes de firmarse el armisticio, odia a sus dos hermanos, está convertida en testigo viviente de su ignominia, y se refugia en periódicos y libros de izquierdas.

Es un triángulo, una de las fómulas más viejas de la creación literaria. Un triángulo de hermanos. Quiere reflejar la pervivencia de las ideas nazis, y en esos años se descubriría que hasta el eterno presidente de la Austria democrática, Kurt Waldheim, había ocultado un pasado nazista. Quiere reflejar también algunas de sus complejidades, como la defensa de la naturaleza, el antijudaismo visceral, la defensa de la tradición y el orden, y un antiamericanismo simplista que recuerda a el de muchos hoy día. Refleja el magma incontrolable que yace bajo las relaciones humanas más estrechas, las familiares. Capta el temor incontrolable al momento de la jubilación, a la vejez, a la muerte en puertas. Y explora el abismo, lo que podríamos llamar el nazi que todos llevamos dentro, como muy bien juzga el traductor Miguel Sáenz.

‘Ante la jubilación’ escrita por el gran Thomas Bernhard diez años antes de su muerte en 1989, está subtitulada como ‘Comedia del alma alemana’. Es una obra menor dentro de su gran repertorio y en la versión estrenada en Madrid, dentro de la temporada del Centro Dramático Nacional, está desgraciadamente lastrada por una superficial politización ajena al trabajo en profundidad de este gran dramaturgo.

¿Por qué el Centro Dramático Nacional escoge esta obra secundaria de Bernhard, basada en una problemática menos universal de lo habitual en su autor? ¿Por qué la programa en plena campaña electoral? ¿ Por qué su directora realiza esa maniobra de prestidigitación que empieza a ser habitual en los escenarios españoles, consistente en que con la disculpa de la ‘adaptación’ se manipula a un autor para introducir de tapadillo ideas propias? El panfleto inadmisible es que con unos retoques subrepticios el nazismo se convierte en franquismo, y el nostálgico nazi en diputado del PP. Y todo ello me parece muy grave. Mucho más grave con fondos públicos.

Ya nos lo ahce temer Carme Portaceli, la autora de esta equivocación por bien intencionada que sea, licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona, profesora de Dirección e Interpretación en el Institut del Teatre de la Diputación de esa ciudad, y entre 1981 y 1985 ayudante de dirección en diversos montajes del Teatre Lliure, en su breve presentación de la obra: ‘Estamos en plena democracia… el hermano, que estuvo escondido durante años por sus tendencias al nazismo, hoy es eurodiputado por el partido de la derecha, y le ampara la dignidad de su cargo y su «ideología centrista» propia de una gente biempensante y civilizada’, que en varias entrevistas estos días ha reivindicado la actualidad de un Bernhard «atemporal» en cuyas palabras «se pueden encontrar muchas máximas y actitudes que en España reconocemos muy bien -explica en relación con la dictadura franquista- y que incluyen ideas con tanta nactalina que podrían ser de hoy mismo». «Creo que este texto -insiste- guarda muchos paralelismos con España, por las situaciones, las actitudes y las maneras de pensar».

Lo que ocurre a menudo con este ‘revisionismo’ desvergonzado que se ha apoderado del mundo teatral español, es que son sus perpetradores tan inferiores a los textos y autores que manipulan, que aunque lo hagan de forma sibilina y casi subliminal, el homicidio intelectual resulta clamoroso. Han obligado a uno de los intérpretes a hablar ni más ni menos que de esa barbaridad sectaria llamada ‘memoria histórica’. Convierten al señor juez a punto de jubilarse -un adulto en pleno uso de sus facultades- en un baboso y tembloroso anciano para que resulten más repulsivas sus ideas. Convierten a Clara en un monigote inquisidor para que resulte más atractivo su papel de testigo de cargo socialista. Se olvidan del título de la obra, de los varios filones que la obra tiene -desde el incesto al ecologismo de salón-, del discurso universal que siempre hay que potenciar en el teatro.

Puede entenderse pues que estoy totalmente en desacuerdo del uso partidista de los autores teatrales por directores politizados y sensacionalistas. Puede entenderse mi preocupación ante algunas cosas que estoy viendo en la actual temporada. Y puede entenderse que en todo ello no hay nada personal, y que parto del respeto absoluto a don Gerardo Vera, director actual del CDN, a doña Carme Portaceli, directora de esta versión, y a todo el que pueda criticar sin ofender jamás.

Soy -era- un auténtico enamorado de la sagacidad sin concesiones a la galería, de la valentía minoritaria de Thomas Bernhard, entre lo mejor del teatro del siglo pasado. Guardo especial recuerdo de cómo lo descubrí, -El ignorante y el demente(1972)-, de versiones teatrales de sus relatos El sobrino de Wittgenstein (1982) y El malogrado (1983), de sus obras teatrales La fuerza de la costumbre (1974) y Minetti (1976). Esto es todo lo que he visto de él, completado con múltiples referencias trasversales con las que intentamos pañiar nuestra ignorancia en un mundo inabarcable. Lo he visto en Londres, Roma y Madrid, en teatro comercial, en teatro subvencionado y en teatro alternativo, y lamento muchísimo que este ‘Ante la jubilación’ programado en el magnífico nuevo espacio teatral estatal del Valle Inclán, me haya dejado tan mal sabor de boca.

Tampoco me gustó la escenografía, especialmente el armario gigante de aluminio, aunque sí me gustaron los actores, tres grandes actores españoles, que aunque en los casos de Rudolf y Clara están demasiado estereotipados, no parece culpa suya. Y debo destacar la interpretación de Gloria Muñoz, en el papel de Vera, que afortunadamente rehuye la caricatura.

Bernhard es mucho Bernhard para leer el nazismo como cualquier descerebrado de salón lujoso y demagogia intragable. El nacional socialismo alemán y austriaco no fue esa broma histriónica, y desde luego no tuvo absolutamente nada que ver con el franquismo español, contra el que por cierto jamás dijo nada el recordado autor austriaco, enamorado de Madrid, que vivió sus mejores momentos en la calle del Prado de esta ciudad, y que sucumbió en Torremolinos.

El traductor y gran conocedor del autor y de su obra, Miguel Sáenz, nos ayuda a comprender dónde está el ‘quid’ que esta vez estropea el gozo intelectual de lo complejo y lo auténtico: ‘El origen de Ante la jubilación se encuentra en el llamado «caso Filbinger». En 1978, Claus Peymann, amigo personal de Bernhard y, sin lugar a dudas, el director que mejor ha comprendido su teatro, estaba al frente del Württembergisches Staatstheater de Stuttgart. El primer ministro del Land, Karl Filbinger, quiso destituirlo, por «simpatizar con terroristas», pero las ironías del destino hicieron que fuera Filbinger el destituido al descubrirse su turbio pasado de juez bajo el Nacionalsocialismo… No obstante, sería un error pensar que se trata de una obra «de circunstancias», un ejercicio de fustigación de jamelgos muertos o una simple provocación, una de tantas, de Thomas Bernhard. Aunque Nicholas J. Meyerhofer ha escrito que «esta obra no es, sin duda, una de las mejores ni más originales», Wendelin Schmidt-Dengler le ha dedicado toda la atención que merece y Benjamin Heinrichs ha llegado a decir que, dentro de la producción teatral de Bernhard, «es su obra más complicada, más inquietante, mejor. Quien sólo vea en ella lo escandaloso (las alusiones y los chistes políticos) habrá comprendido las agudezas, pero la obra no».

Y prosigue: ‘Hay mucho de Thomas Bernhard en el personaje de Clara, la hermana parapléjica: su pasión por los periódicos, por ejemplo. Pero lo curioso es que lo hay también en los parlamentos de Vera, la hermana nazi, o de Höller, el presidente del tribunal (sus exabruptos contra los médicos). Y es que, en Ante la jubilación, Bernhard no se limita a llevar a escena un caso aislado ni a investigar un nazismo que supone latente en Alemania, sino que trata de descubrir al nazi dentro de sí mismo y, en definitiva, dentro de cualquiera. Se podría señalar también que, como es frecuente en Bernhard, hay en la obra teatro dentro del teatro, con su reparto ritual de papeles entre los hermanos. Y no estaría de más destacar la importancia de la hermana inválida, uno de esos personajes típicamente bernhardianos que apenas dicen nada pero son absolutamente esenciales. En un momento dado, Bernhard lo expresa por boca de Vera: «Admiro a Clara / ella interpreta el papel más difícil / Nosotros sólo le damos la réplica / Al guardar silencio / hace que la comedia avance’. (Prólogo a ‘Ante la jubilación / Minetti / Ritter, Dene, Voss’, Hiru Teatro, 2000).

Ante la jubilación
Thomas Bernhard

Traducción
Miguel Sáenz
Dirección
Carme Portaceli
Producción: Centro Dramático Nacional

Reparto (por orden alfabético)

Clara Teresa Lozano
Vera Gloria Muñoz
Rudolf Walter Vidarte

Equipo artístico

Movimiento Marta Carrasco
Escenografía e iluminación Paco Azorín
Vestuario Antonio Belart
Banda sonora José Antonio Gutiérrez «Guti»
Ayudante de dirección Juan Carlos Martel Bayod
Ayudante de escenografía e iluminación Antonio Serrano

De 21 de febrero a 6 de abril de 2008
De martes a sábados a las 20.30 h
Domingos a las 19.30
Teatro Valle-Inclán | Sala Francisco Nieva
Plaza de Lavapiés, s/n
28012 Madrid
Teléfono de taquilla: 91 505 88 01

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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