Bartleby preferiría no hacerlo, por J.C.Deus

‘Bartleby, el escribiente’ (Bartleby the Scrivener: A Story of Wall Street) es un clásico de la literatura universal, y por ende, patrimonio expuesto a toda clase de desmanes. Los desmanes que sueles sufrir los clásicos son adaptaciones espúreas y traducciones asesinas. La adaptación teatral del memorable relato que se estrenó el martes en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, -, realizada por José Sanchís Sinisterra y dirigida por Pedro Forero, habría horrorizado a su autor, Herman Melville, y no porque la operación estética de cambio de género haya sido mal hecha, sino porque uno de los relatos más inquietantes de la literatura, precursor de La metamorfosis de Kafka y del teatro del absurdo de Beckett, ha sido convertido en un vodevil gracioso, en una comedia insulsa.

Un abogado de nombre desconocido que ‘trabaja cómodamente con los títulos de propiedad de los hombres ricos, con hipotecas y obligaciones’ en Wall Street, con dos escribientes -Turkey («Pavo») y Nippers («Tenazas»)-, que no se bastan para atender el trabajo del despacho, pone un anuncio para contratar un nuevo empleado, al reclamo del cual acude un tal Bartleby, quien es de inmediato contratado. Su figura es descrita como «pálidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria».

El próspero abogado asigna a Bartleby un lugar junto a la ventana. Bartleby trabaja mucho y bien, pero cuando le solicita que examine con él un documento, Bartleby contesta: «Preferiría no hacerlo» («I would prefer not to», en el original). A partir de entonces, a cada requerimiento de su patrón para examinar su trabajo, Bartleby contesta únicamente esta frase, con total serenidad, aunque continúa trabajando como copista con la misma eficiencia que al principio. El abogado descubre que Bartleby no abandona nunca la oficina, y que en realidad se ha quedado a vivir allí.

Poco después, Bartleby decide no escribir más, por lo cual es despedido. Pero se niega a irse, y continúa viviendo en la oficina. Sintiéndose incapaz de expulsarlo por la fuerza, el abogado decide mudarse. Bartleby permanece en la antigua oficina, y los nuevos inquilinos se quejan al abogado de la presencia de Bartleby, que se niega a irse del lugar. El abogado intenta convencer a Bartleby, sin conseguirlo. Finalmente, Bartleby es detenido por vagabundo y encerrado en la cárcel. Allí, Bartleby termina dejándose morir de hambre, y muere poco antes de que el abogado vaya a visitarlo a la prisión. En un breve epílogo, se nos informa de que el extraño comportamiento de Bartleby puede deberse a que anteriormengte había trabajado en Correos ocupándose de las cartas devudeltas por defunción.

Con estos sencillos mimbres se puede montar un capítulo de teleserie con risas enlatadas incluidas, o algo más ambicioso, más profundo, más intrigante, más esclarecedor, más interrogante, más útil. Este oscuro personaje es un rebelde, un revolucionario que opta por la vía individual frente a los colectivismos, por la ‘inacción’ de Lao-tsé frente al activismo, por la protesta pacífica frente al poder de las armas. Pero, sobre todo, por la derrota frente a cualquier posibilidad de victoria que siempre reproduce lo que quiso eliminar.

Desgraciadamente, el tono elegido por el director es la antítesis de los problemas filosóficos y vitales que quería plantear el autor, y la escenografía es demoledoramente pobre. Desgraciadamente, nada bueno se puede añadir de la iluminación y de la música, del vestuario y del sonido. Y los dos actores están desastrosos, quizás no por culpa suya sino por el sesgo trivial, graciosillo, dado a los personajes. Todo se viene a resumir en una cuestión de talante, en la elección equivocada de tono, en la sutil frontera entre lo indagador y lo baladí.

En definitiva, se ha confundido el teatro con la telecomedia y se ha malogrado una interesante posibilidad. ‘Prefiriría no hacerlo’, diré al modo de Bartleby sobre éstas mis críticas. Pero estoy obligado: yo sólo comparto con el protorrebelde la mitad de su convicción en que nada merece la pena. La otra mitad me dice que debemos exigirnos un poco más, que si no hay presupuesto debe haber esfuerzo, que el resultado esta vez no ha sido bueno, pero podrá serlo la próxima.

BARTEBLY Y MELVILLE

Bartleby es, sin duda, uno de los personajes más intrigantes de la literatura. Su historia fascinó a Jorge Luis Borges: «Su desconcertante protagonista es un hombre oscuro que se niega tenazmente a la acción. El autor no lo explica, pero nuestra imaginación lo acepta inmediatamente y no sin mucha lástima. En realidad son dos los protagonistas: el obstinado Bartleby y el narrador que se resigna a su obstinación y acaba por encariñarse con él». Un personaje que ha inspirado novelas (‘Bartleby y compañía’, de Enrique Vila-Matas) y colecciones de poesía, decenas de tesinas fin de carrera y hasta un síndrome psicológico.

Bartleby se publicó por primera vez, de forma anónima, en el Putnam’s Magazine, en dos números de la revista, en noviembre y diciembre de 1853. Se incluyó posteriormente en el libro de Melville The Piazza Tales (1856), con pequeños cambios. Según se cree, Melville se inspiró en parte, para crear esta obra, en su lectura de Emerson; algunos críticos han notado la existencia de paralelos concretos con el ensayo de Emerson The Trascendentalist. El relato fue adaptado al cine por Crispin Glover en 2001.

El relato de Melville empieza así: ‘Soy un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas judiciales. He conocido a muchos, profesional y particularmente, y podría referir diversas historias que harían sonreír a los señores benévolos y llorar a las almas sentimentales. Pero a las biografías de todos los amanuenses prefiero algunos episodios de la vida de Bartleby, que era uno de ellos, el más extraño que yo he visto o de quien tenga noticia. De otros copistas yo podría escribir biografías completas; nada semejante puede hacerse con Bartleby. No hay material suficiente para una plena y satisfactoria biografía de este hombre. Es una pérdida irreparable para la literatura. Bartleby era uno de esos seres de quienes nada es indagable, salvo en las fuentes originales: en este caso, exiguas. De Bartleby no sé otra cosa que la que vieron mis asombrados ojos, salvo un nebuloso rumor que figurará en el epílogo.’

Y su texto íntegro puede conseguirse en línea.

Melville nació en Nueva York el 1 de agosto de 1819. A los diecinueve años, descartando la posibilidad de ir a la universidad, comenzó a embarcarse en viajes que inspiraron sus obras, pasando algún tiempo en las islas del Pacífico. De regreso a Estados Unidos trabajó como profesor y en 1841 viajó a los Mares del Sur a bordo del ballenero «Acushnet». Tras 18 meses de travesía abandonó el barco en las Islas Marquesas y vivió un mes entre los caníbales. Escapó en un mercante australiano y desembarcó en Papeete (Tahití), donde pasó algún tiempo en prisión, antes de regresar a su hogar en 1844. Sus primeras novelas alcanzaron rápidamente una gran popularidad y le abrieron las puertas de la fama y el éxito económico, pero un incendio en los talleres de su editor le ocasionó un revés económico que le obligó a trabajar en la aduana en Nueva York.

Después de sus múltiples viajes, decidió casarse y estableció su residencia en Massachusetts, donde cultivó la amistad con el escritor Nathaniel Hawthorne, a quien dedicó su obra maestra, Moby Dick o la ballena blanca (1851), en la cual orientó su producción literaria a reflexiones éticas y filosóficas que se manifestaron también en Pierre o las ambigüedades (1852), una oscura exploración alegórica sobre la naturaleza del mal. Moby Dick no resultó un éxito comercial y Pierre o las ambigüedades (1852) fue un estrepitoso fracaso.

No obstante, Melville continuó el proceso de creación y decantación de su estilo literario, hasta llegar a Billy Budd, marinero (1891), obra que que le abrió de nuevo las puertas del mercado y le permitió publicar otros escritos inéditos. Su exploración de los temas psicológicos y metafísicos influyó en las preocupaciones literarias del siglo XX, a pesar de que sus obras permanecieron en un olvido relativo hasta la década de 1920, cuando su genio recibió finalmente el reconocimiento que merecía. Su muerte el 28 de septiembre de 1891 pasó virtualmente desapercibida. Fue enterrado en un cementerio de la parte norte del Bronx.

BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE
CÍRCULO DE BELLAS ARTES
SALA FERNANDO DE ROJAS

El abogado: Juanma Gómez
Bartleby: Israel Ruiz
Diseño de Iluminación: Michael Collis
Vestuario: Pedro Bravo
Espacio sonoro: Pedro Forero y Álvaro Gómez
Técnico iluminación y sonido: Michael Collis
Diseño Gráfico: Alfonso Arbós
Fotos: Pablo Alonso
Producción y distribución: Producciones Verticales S.L.
Dirección: Pedro Forero

martes a sábado 20:00 h ● jueves 20:00 h y 21:30 h ● domingo 18:30 h
[Entrada 15 € ● socios 12 €], jueves [11 € · socios 9 €]

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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