El tesoro con 22.000 piezas de oro que los talibanes no encontraron

(PD).- Un tesoro de valor incalculable ha sobrevivido a dos décadas de guerras en Afganistán gracias a un pacto de silencio entre un puñado de personas que arriesgaron sus vidas para preservar 22.000 piezas de oro, algunas de las cuales se expondrán desde este domingo en Washington.

Uno de ellos fue Omara Khan Massoudi, el actual director del Museo Nacional de Kabul, quien se desplazó a la capital de Estados Unidos para asistir a la inauguración de la exposición: ‘Afganistán: Tesoros Escondidos’, que parará en varias ciudades del país durante más de un año.

«Lo más importante es que nadie dio información al Taliban o a los periodistas», dijo Massoudi. «Todo el mundo preguntaba, ¿donde está el tesoro? Dijimos, no sabemos. ¿Lo robaron? Nosotros simplemente decíamos no sabemos», explicó.

Explica César Muñoz Acebes, d ela agencia EFE, que Massoudi y otros 20 funcionarios del museo empaquetaron los objetos de arte de más valor en 1988, ante el avance de los tanques rusos por Afganistán, y almacenaron parte de ellos en la cámara de seguridad del palacio presidencial.

Entre ellos estaba el llamado «tesoro bactriano», una colección de cadenas, anillos, armas y otros objetos de oro que suman 22.000 piezas y que se llevaron a la tumba seis nómadas de alcurnia. Su decisión fue providencial, pues el museo fue bombardeado en la década de los años 90 durante la guerra civil.

En 2001, los talibanes entraron en las ruinas, cegados por su obsesión por destruir cualquier objeto considerado «no islámico», la cual les hizo también volar los gigantescos budas de Bamiyán. La gran mayoría de los objetos que se quedaron en el museo fueron destruidos, reconoció con pesar el arqueólogo Frerik Hiebert.

Miembros del Movimiento Talibán llegaron a ver las cajas fuertes que contenían las obras maestras en el palacio presidencial, pero los funcionarios del museo les dijeron que la llave se había perdido y había que pedirla a Alemania, relató Terry García, vicepresidente ejecutivo de la fundación National Geographic.

Con engaños como ése dieron largas a los radicales. «Lo que esta gente hizo no es sólo ocultar estos objetos, sino que pusieron su propia vida en peligro», dijo García.

Pero el régimen talibán cayó y en 2005 Hiebert se encontraba en la cámara del palacio presidencial mientras una cuchilla lanzaba su lluvia de chispas al cortar el acero de las viejas cajas fuertes. Dentro, en bolsas de plástico, estaba la memoria del pueblo afgano.

Fantástica mezcla de estilos

A la Galería Nacional de Arte, en Washington, han viajado unas 230 piezas de cuatro sitios arqueológicos que reflejan la fantástica mezcla de estilos surgida en Afganistán por su posición estratégica en el mundo antiguo.

Durante más de un milenio el país fue una encrucijada en la Ruta de la Seda. «No habría existido comercio entre China y Roma, de Europa al Este sin pasar por Afganistán. Era absolutamente esencial», dijo Hiebert.

Y con el comercio se movieron las ideas y los gustos artísticos. En la exposición se exhibe, por ejemplo, una figura regordeta de la diosa griega Afrodita con un bindi, el adorno que se ponen las indias en la frente, y con alas de un dios típico de Bactria, un reino del norte de Afganistán.

Se exhiben rostros de rasgos helénicos en escayola al lado de las curvas voluptuosas de tres figuras de marfil que representan a Ganges, la diosa india de los ríos.

También hay una daga de oro con un oso siberiano en la empuñadura, hallada en la tumba de un nómada a miles de kilómetros de las estepas rusas.

Ese arma ritual pertenece a la sección más radiante de la exposición, compuesta por unos cien objetos de oro que datan de entre el primer siglo antes de Cristo y el primero después de Cristo.

Muchos de ellos estuvieron cosidos a las ropas de los seis nómadas enterrados con sus alhajas, los cuales pertenecían al grupo que conquistó el reino de Bactria en el año 145 antes de Cristo.

También se encontró en la necrópolis una corona de oro y turquesas que se puede desmantelar en seis piezas para su transporte. Su dueña es ahora polvo en las montañas del Hindu Kush, pero el recuerdo de su existencia pervive gracias al valor de una veintena de sus descendientes.

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