Nunca estuviste tan adorable, por J.C.Deus

Partamos una vez más de la evidencia de que las vanguardias del siglo pasado, y sobre todo las imitaciones e imposturas que predominaron en sus últimas dos décadas, son hoy lo caduco en el arte y el pensamiento, mientras que la rebelión contra todo ello en torno a un nuevo clasicismo inclasificable, es actualmente lo rompedor, lo que aporta, lo que denuncia. En teatro, si cabe, más que en otros géneros. Descansando en paz Pinter y Beckett, Bernhard e Ionesco, no hay nada más obsoleto que sus imitaciones. Porque con lo que había que romper, ya se rompió. Ahora los desafíos están en equilibrar una nueva mirada sobre la realidad, en apartar prejuicios, en volver a encontrar el tino.

Disculpen la parrafada, pero me parece necesaria introducción al hecho de contarles que ‘Nunca estuviste tan adorable’, la obra del argentino Javier Dualte que presenta el Centro Dramático Nacional en su nueva sede, el Teatro Valle Inclán de Madrid, es una oxigenante pieza a contracorriente destinada a irritar a mucha de nuestra mediocre inteligencia , y por tanto merecedora de elogio. Porque es una nostálgica mirada a la familia, sin estridencias, sin demagogias. Porque es un ejercicio de honestidad de la memoria sin postizos oportunistas. Porque capta sin alharacas algo universal del espíritu de los años cincuenta y sesenta, de los cambios superficiales que presenciaron, de un tiempo que parece tan lejano, donde la televisión acababa de llegar y no era la peste mental en que se ha convertido. Un tiempo tan lejano donde las mujeres eran muy diferentes a los hombres, donde el amor heterosexual era la cumbre de la experiencia, donde existían los buenos modales. Un tiempo tan igual a todos sin embargo en la absurdez inconmensurable de las vidas normales, en la inevitable decadencia de toda existencia, en la tristeza inmensa de lo cotidiano, en lo indiferente del buen humor y del mal humor ante la certeza de la muerte que se acerca.

Nos dicen que es una obra sobre las relaciones familiares, que además, invita a reflexionar sobre la idiosincrasia de la clase media. Se estrenó en 2004 en Buenos Aires. Y su autor la explica así: ‘Bueno, hubo entonces algo que me llevó a pensar en los orígenes. Los orígenes de algo tan arbitrario como uno mismo. Pensé entonces en los ’50 como ese momento primordial en que una cantidad de historias de amor se encontraban vigentes, para bien o para mal. Los protagonistas de esas historias son mi mamá, mi papá, mi abuela, mi abuelo, mi tío, mi tía y una vecina de la familia. Quien nomina de este modo es, claro, un niño, un niño aún no tan perverso como para entrever en esa red de parentescos sexualidad o deseo alguno. Más tarde, cuando la idealización de ese momento mítico cae, es cuando podemos hacer la cuenta de los triunfos y los fracasos personales de toda esa gente que lo único que hacen en un árbol genealógico es señalar a la sucesión de herederos de un apellido. Pero si uno se corre por un segundo de ese fatalismo generacional encuentra un territorio mucho más lábil, donde lo que luego se lee como inexorable, no es más que un momento, una situación, en definitiva, una casualidad histórica. Ese campo casual es terreno privativo de la ficción. Y es en este sentido en que me interesa la ubicación en la prehistoria de lo que me trajo al mundo. Que sean los ‘50 es, desde cualquier otro punto de vista, irrelevante’. En Nuncaestuviste tan adorable puedo suponer el desarrollo de tres momentos temporales: 1) el tiempo de aquello que me dijeron que sucedió, 2) el tiempo de aquello que creo que sucedió, y 3) el tiempo de aquello que desearía hubiese sucedido. Lo que sigue es, a grandes rasgos, la historia de la familia de mi mamá’.

Y resume: “la obra trata la historia de una familia, la mía, contada a través del paso del tiempo. Todos nosotros somos fruto de una sucesión de historias de amor, algunas buenas, otras desafortunadas… Yo encontré en la familia de mi madre, sobre todo en mi abuela Blanca, de origen español, un personaje fascinante, de película”.

«El paso del tiempo es el tema central de la obra», explica Daulte; optó por una «obra de gran formato», con telón y actos, algo atípico en su producción. Dice que el teatro ha sido siempre para él «experimentación» y explica que la obra recorre dos épocas: la historia de la familia de su madre, con su abuela Blanca (Anabel Alonso) como protagonista, y luego da un salto a finales de los años 60 y comienzos de los 70. Daulte, que reconstruyó la historia a partir de sus propios recuerdos de niño, afirmó que todo lo que sucede («salvo un par de episodios») ocurrió realmente, aunque ha recurrido a «condensaciones espaciales y temporales» para contarlo. «Creo que he hecho la obra que le hubiera gustado a mi abuela ver en el cine. Es como una película de los años 50». Respecto a su familia, dice que no tiene nada de extraordinario, pero que «cualquier red de vínculos cobra interés y, con el tiempo, cualquier historia se vuelve épica y genera una dramaturgia fantástica».

El elenco de actores catalanes –Lurdes Barba, Francesc Lucchetti, Rubén Ametllé, Albert Ausellé, Carmen Poll, Mireia Sanmartín– es estupendo. y al frente de todos, Anabel Alonso está muy bien. Lucchetti dice que el autor llega «a la sensibilidad del espectador a través de las cosas pequeñas que se convierten en mágicas». Mireia a mi gusto hace una recreación de las jovencitas de entonces realmente destacable.

La obra va ganándose al espectador conforme avanza, sin caer nunca en la monotonía. Sus dos horas de duración sin intermedio, no pesan apenas. Tiene un par de números musicales y un final cinematográfico muy bien realizados. Es vanguardia pura en su premeditada colocación a retaguardia. Es un guiño inteligente. Tiene cosas peores y mejores, como todo, pero esta obra argentina representada por actores catalanoparlantes en castellano, funciona, funciona muy bien. Ya tiene mérito.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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