El Teatro Real acometió, en su tarea de fomentar la ópera española actual, el estreno absoluto de Faust-bal, con música de Leonardo Balada y libreto de Fernando Arrabal, llevada a la escena por Joan Font y sus Comediants. Si uno se lo toma sin acritud y con el talante de los tiempos posmodernos, pasará un rato divertido, reirá con los ripios del libreto y apreciará las virtudes de la partitura, sin dejar de reconocer los grandes méritos de la dirección artística para dar a todo ello un tono de auto sacramental demenciado, que se sujeta en la básica solidez del Coro del Teatro Real, acostumbrado a arropar en escena cualquier debilidad pasada, presente y futura.
Pero si uno se pone en plan estricto, puede terminar diciendo que Faust-bal es la criatura de un ególatra que, queriendo parir una genialidad, nos propina una antigualla espantosamente escrita, ideológicamente oportunista y fundamentalmente postiza. Y no hay que pasarse de serios.
El de Fausto es un mito hoy rancio y obsoleto en un mundo que ha demostrado con creces estar poblado masivamente por individuos -e individuas- para los que vender su alma sin saber que la tienen, y hacerlo por menos de nada, es actitud permanente de la cuna a la sepultura. Fausto hoy día no es un personaje original, es trivial de común y abundante. Lo original habría sido plantearse por ejemplo lo contrario, la existencia de un humano en busca de la virtud, un mito nuevo para sustituir a tanto viejo y gastado.
La propuesta de Arrabal es apuntarse a la falacia políticamente hipercorrecta consistente en cantar las excelencias de las pobrecitas mujeres y denostar a los hombres malvados. Su Faustina no quiere ser penetrada por el muñecote Margarito y prefiere solazarse lésbicamente con una amazona con la que tener un hijo inseminado. Por el escenario sale un señor vestido de rojo y con cuernos que se llama Mefistófeles, del que es imposible averiguar qué opina y qué pinta. Los secuaces de Margarito van disfrazados de esqueletos y la troupe de Faustina lleva bien resaltado el triángulo púbico para que no quepan dudas.
Por uno de esos misterios de los encargos compartidos, el compositor Leonardo Balada se rindió a este argumento abandonando su proyecto de una ópera sobre La Pasionaria, lo cual probablemente habría sido mucho peor. La crítica en principio temía más su trabajo que el del afamado escritor, pero ha resultado al contrario: la música es una vez más superior al argumento y al texto, como casi siempre ocurre en la ópera. Jesús López Cobos ha hecho un gran trabajo con una partitura homogénea, ecléctica pero mesurada, sólida y en algunos momentos brillante.
Otro cantar, nunca mejor dicho, es la parte lírica, algo que nunca han podido resolver los autores contemporáneos. En general, no conmueven las voces en las óperas actuales; tienen su parte de razón los que las tachan de maullidos caricaturescos. La profesionalidad y méritos del reparto no mitiga una cierta sensación desagradable. Crucifíquenme por atreverme a decirlo. Así lo siento. Nos gustó Ana Ibarra, y nos gustó como la secundaba su amante amazónica Cecilia Díaz. Gerhard Siegel como Margarito y Tómas Tómasson como Mefistófeles se bandean muy bien con el idioma español.
Esta vez, la dirección artística puede considerarse el meritorio andamiaje que sujeta lo que podría haber sido una catástrofe. Los veteranos Comediantes con Joan Font a la cabeza han sabido no ceñirse al guionista para presentar una mediocridad imposible como una broma cachonda. Donde Arrabal recomienda ‘sin decorado construido alguno’ presentan una torre de babel con dios en lo alto leyendo el periódico, dando cuenta de una botella de vino y mirando con prismáticos a los humanos. El mayor acierto del montaje, este dios con barbas en el que ya no cree ni Ratzinger. Donde Arrabal nos obsequia con una violación cruda y dura, ellos montan una bonita batalla de carrozas, por más que el coro se vea obligado a decir: ‘Ya la soba y la aprieta el muy infame/ ya la embiste y la holla el muy cabrón/ ya la viola, ya la viola, ya la viola, ya la viola…’
Yo no sé por qué los mortales nos empeñamos tan a menudo en hablar de lo que no entendemos. Arrabal sabrá de ajedrez, de teatro, de París y de refinados gustos de bohemio rico, pero no parece saber nada del sexo masculino, a la vista de este panfleto que ha escrito. Dice para jusitificarse que los humanos sólo hemos creado dos mitos, Don Juan y Fausto, pero es una perogrullada. Se inspira en Bulgakov y sus tranviarias estalinistas para soñar con que rescata el mito faústico para el tercer milenio.
Balada dice haber trabajado muchísimo en los últimos años para realizar esta ópera. Haberse arriesgado a dotar a cada personaje de su propia idea musical diferente, algo que desaconsejan los conservatorios. Haber mantenido la unidad de conjunto. Es así. López Cobos resalta estar ante una partitura en la que cada voz es como debe ser y no exige a los cantantes cosas imposibles. Una cosa tuvieron clara desde el inicio: no cansar al público y no darle oportunidad para marcharse con entreactos. La obra dura una hora y veintisiete minutos sin descanso.
Para Balada “existe, tanto en la música como en el libreto, un torrente de exageraciones y contrastes que van de lo grotesco a lo tierno y casi místico. Exageración es el motor de la ópera. Podría dar la sensación de un mundo sonoro ecléctico por la variedad de técnicas utilizadas, pero visto en conjunto, este eclecticismo se convierte en unidad de estilo”.
De exiliado en París, entrevisté a Arrabal en 1976 y traje a España su ‘Carta al Rey’ para ser publicada en los inicios de la transición. Suyo era el primer libro teatral que compré en mi vida, El cementerio de automóviles, y suyas aquellas películas escandalosas que veíamos en Trocadero, J’irai comme un cheval fou. Ha sido valiente oponiéndose a la dictablanda de los tardoprogres. Pero la fama fácil no ha estimulado su evolución en los últimos años.
Faust-bal es el quinto estreno mundial de un autor español contemporáneo que sube al escenario del Teatro Real desde su reapertura. La precedieron Antón García Abril (Divinas Palabras-1997), Cristóbal Halffter (El Quijote-2000), Luis de Pablo (Señorita Cristina-2001) y José María Sánchez-Verdú (El viaje a Simorg-2007). Se trata de al menos intentarlo.
FAUST-BAL
Leonardo Balada (1933)
Libreto de Fernando Arrabal
Estreno absoluto, encargo del Teatro Real
Nueva producción del Teatro Real
EQUIPO ARTÍSTICO
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Director musical Jesús López Cobos
Director de escena Joan Font (Comediants)
Escenógrafo y figurinista Joan Guillén*
Coreógrafo Xevi Dorca*
Iluminador Albert Faura
Director del coro Peter Burian
REPARTO
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Faust-bal Ana Ibarra (13, 16, 18, 21, 23)
María Rodríguez (15, 17, 20, 22)
Amazona Cecilia Díaz
Margarito Gerhard Siegel (13, 16, 18, 21, 23)
Eduardo Santamaría (15, 17, 20, 22)
Mefistófeles Tómas Tómasson (13, 16, 18, 21, 23)
Lauri Vasar (15, 17, 20, 22)
Dios Stefano Palatchi
Un juez Fernando Latorre
CORO DE NIÑOS DE LA COMUNIDAD DE MADRID
Felix Redondo, director
CORO Y ORQUESTA TITULAR DEL TEATRO REAL
Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid
Febrero 13, 15, 16, 17, 18, 20, 21, 22, 23
20.00 horas; domingo, 18.00 horas
La función del día 18 será retransmitida en directo por Radio Clásica, de Radio Nacional de España.
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