Juan Muñoz, el escultor que contaba cuentos, por J.C.Deus

‘Un mago que engaña al público con realidades ficticias’ dicen que se definió una vez, quizás bromeando. Un contador de historias, un constructor de metáforas en forma de escultura: también él se veía así. En la solapa del catálogo de esta exposición está manejando esos tres vasos que el tahúr callejero mueve a gran velocidad para que no aciertes en cual está la moneda, y lo hace en una foto con truco. Su trabajo radiofónico más conocido, A Man in a Room, Gambling (un hombre en una habitación, apostando), se apoyaba en su propia narración de trucos de naipes. Lo mejor de esta retrospectiva de su obra, es el encuadre, porque en el espacio circundante es como los guiños visuales de Muñoz, sus juegos de perspectivas y sombras, sus sorpresas inocentes y juguetonas, adquieren toda su potencia y fulgor.

Por fin el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía se mueve tras tanta espera. La exposición JUAN MUÑOZ. RETROSPECTIVA es la declaración de intenciones de su director Manuel Borja-Villel, una declaración apasionada, que une a lo profesional, lo personal; al oficio, la amistad; al criterio, la admiración, y eso se nota en el cuidado y desmedido despliegue de una obra que sólo así adquiere su verdadera potencia. Organizada por la Tate Modern, con Sheena Wagstaff como comisaria general, habiendo pasado por Bilbao y Oporto, recala y culmina en su ciudad natal, Madrid, como la más completa organizada hasta la fecha sobre este escultor llamado Juan Muñoz (Madrid, 1953-Ibiza, 2001), un joven que no se dejó atrapar por la movida y sus resacas, y se fue a Londres, donde encontró terreno abonado a su vocación artística y una esposa con la que tendría dos hijos antes de morir temprana y abruptamente en un momento en el que ya figuraba en primera fila internacional.

De nada sirve decir eso de que más de un centenar de obras conforman la muestra. Porque lo importante además es cómo están expuestas en la tercera planta del edificio Sabatini, rebosando de las salas hacia los pasillos y la larguísima terraza, y poblando el jardín central y el claustro de la planta principal, además de la sorprendente Sala de Protocolo. Es un recorrido no lineal por su trayectoria, desde sus primeras obras, realizadas a comienzos de los ochenta, en las que la ausencia de personajes no omite la presencia humana, hasta sus últimos trabajos realizados en 2001. La subdirectora del MNCARS, Lynne Cooke, ha montado un recorrido extraordinario, una aventura visual llena de magia, vitalidad y simpatía, un gratificante placer en todos los sentidos. Su viuda, la también artista reconocida Cristina Iglesias, se ha movilizado también para convertir esta retrospectiva en algo más que un acontecimiento cultural, en un reconocimiento -por una vez ni tardío ni tacaño- de la ciudad a un hijo predilecto, en un reencuentro festivo, en un abrazo con vocación de eterno.

Difícil destacar obras concretas de este conjunto coherente, lleno de sorpresas lúdicas, de guiños humorísticos, de inocencia. Se quiere dar trascendencia a su obra atribuyéndole reflexiones filosófico-políticas sobre la globalidad contemporánea. Pero de mayor trascendencia y orginalidad nos parece su sentido del humor sobre la condición humana, fantasías de figuras de pie o sentadas, ante el espejo o frente al foco, solitarias, en pareja, en grupo y en multitud, como sus cien personajes agobiantes, -el mismo repetido y todos diversos- de ese ‘many times’ interrogante. Vean los trece seres misteriosos del hermoso jardín del museo; vean la momia sentada que masculla y mueve la mandíbula; sorpréndase con el pequeño solitario de ‘Wasteland’, la pareja diminuta de ‘Stuttering Piece’, con George, con Sara y otros enanos, con esos personajes que examinan tambores sentados en sofás, y aquellos otros que conversan, y el coche poblado de escaleras, y el más extraño descarrilamiento de todos los tiempos. Este escultor es el exponente más claro que conozco de la evolución de la Escultura hacia la Instalación. Sus esculturas necesitan, invaden y rellenan el espacio circundante en proporciones precisas y en absoluto caprichosas. Sus esculturas necesitan de observadores que las contemplen desde las perspectivas imaginadas por su autor y desde muchas otras que ni siquiera intuyó. Sus esculturas son sobre todo seres que gozan de la ubicuidad de ser únicos y de ser clones, de ser humanos y ser muñecos, de estar vivos y tener los ojos cruelmente tachados, una tensión muy de nuestros días.

Juan Muñoz es un referente en la renovación de la escultura contemporánea internacional. Los dieciséis años que median desde 1984, fecha de su primera exposición individual, precisamente en Madrid, hasta 2001 en que realiza su última obra, le permiten crear un corpus artístico sólido y resistente. Sus figuras poseen una presencia física extraordinaria y en ellas el silencio y la soledad adquieren un protagonismo especial. Acróbatas, enanos, bailarinas o personajes orientales acompañan a sus famosas figuras humanas con base esférica que interaccionan entre sí, formando su serie emblemática conocida como “escenas de conversación”. Su producción indaga en la idea de que ‘la obra es tanto la solución como su búsqueda’.

Entre las primeras figuras de Muñoz aparecen los acróbatas de madera con miembros articulados, pequeñas bailarinas de manos en forma de campana o estatuillas sentadas sobre bancos de cartón dotadas de voces mecánicas. A comienzos de los noventa el artista comienza a trabajar en una serie de «escenas de conversación», que para algunos se han convertido en sus obras más emblemáticas. También aparece con frecuencia en la obra de Juan Muñoz el espejo, como instrumento recurrente para expresar alteridad. Su obra maestra y final, aquella en la que se dejó, literalmente, la vida -la terminó poco antes de morir para la Sala de Turbinas de la Tate Modern-, «Double Bind», no ha podido verse en Bilbao ni tampoco se verá ahora en Madrid debido a su gran tamaño y difícil ubicación. Se pensó incluso instalarla en la estación de Atocha, pero la idea quedó descartada.

Comienza representando escaleras, balcones y barandillas que, fuera de contexto, desafían la percepción. Pasa de ahí a las figuras congeladas en actitud de ensimismamiento o intercambio, sorprendidas con la boca abierta o con gestos a medias, lo cual añade una quietud sobrecogedora y literal al silencio de sus conversaciones. A comienzos de los años noventa, Juan Muñoz comenzó a producir obras de carácter «narrativo» -rompiendo los límites de la escultura tradicional-, instalaciones de figuras de tamaño ligeramente inferior al natural en interacción mutua distribuidas en ambientes tanto cerrados como abiertos, que invitan al espectador a relacionarse con ellas. Sos figuras monocromáticas, gris plomo o color cera, principalmente en papel maché, resina y finalmente bronce.

Poco antes de morir, de un paro cardíaco provocado por un aneurisma de esófago y una hemorragia interna a los 48 años de edad en su casa de verano en Santa Eulalia del Río, Ibiza, el 28 de agosto de 200, Muñoz que acababa de recibir el Premio Nacional de Artes Plásticas del año 2000, había decidido volcarse más en el dibujo y la escritura; desacelerar el ritmo de los últimos tiempos. Por eso, el MNCARS se ha planteado completar la retropectiva con una selección de sus escritos, que se reúnen por vez primera. «Tenía el don de la oportunidad; en un momento dado utilizaba algo que estaba en el aire. Tenía mucha desfachatez con todas las herramientas que tenía a su alrededor, supo articular algo que estaba en el ambiente: la escultura tenía que dar un paso hacia adelante», ha contado Cristina Iglesias en sus numerosas entrevistas de estos días.

Borja-Villel destaca del escultor madrileño su capacidad para aunar dos tradiciones que parecían antitéticas: una más conceptual y analítica, y otra más narrativa y figurativa. Aunaba figuración y abstracción, vanguardia y tradición mediante la teatralidad, la ironía y el juego. Le sitúa en esa tradición de artistas-chamanes, junto a Merz o Beuys, que te sorprendían con actos de genialidad: «Juan hacía trucos, tú lo sabías, pero te dejabas engañar, te daba igual. Fue siempre consciente de todo lo que hacía».

En los años noventa, Muñoz e Iglesias expusieron en el Palacio de Velázquez del Retiro. Ya entonces Juan demostraba originalidad, pero aquello era sólo un atisbo de esta impresionante retrospectiva. Su figura crece enormemente gracias a uno de los mejores montajes que han podido verse en Madrid en mucho tiempo. Creemos que a este hombre la posmodernidad le parecía Caperucita y su crisis actual un Lobo muy feroz pero muy tierno. Descanse en paz, nos dejó algo.

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS)
Juan Muñoz. Retrospectiva
21 de abril – 31 de agosto de 2009
Edificio Sabatini. Planta 1. Planta 3. Jardín Sabatini.
Exposición organizada por Tate Modern, Londres,
en asociación con el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Comisariado: Sheena Wagstaff.
Coordinación: Osbel Suárez.
Itinerancia: Tate Modern, Londres: 24 de enero – 27 de abril, 2008/ Museo Guggenheim, Bilbao: 27de mayo – 28 de septiembre, 2008/ Fundación Serralves, Oporto: 31 de octubre, 2008 – 18 de enero, 2009.
Patrocinador: Fundación Banco Santander

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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