Mentiras, frustraciones y muerte de un viajante, por J.C.Deus

Los clásicos pueden discutirse y hasta odiarse. Pero son los clásicos por algo, y esta obra pertenece sin duda a los grandes jalones del teatro del siglo XX. Tiene sentido traerla de nuevo a escena. Y se ha hecho con gran solvencia. Muerte de un viajante es un texto denso para un argumento ambicioso, aunque las tres horas largas de duración del espectáculo deberían haberse dejado en dos y pico, suprimiendo el descanso y algunos afluentes secundarios de la obra que distraen más que completan. En todo caso, Mario Gas hace un gran trabajo al frente de un reparto y un equipo técnico magníficos. El público se ha dado por enterado y hay llenos totales y ovaciones largas y sentidas. Un acierto del Teatro Español para cerrar la temporada.

Estamos ante una historia de la que se ha hablado mucho para incidir en sus aspectos político-sociales, pero en la que lo verdaderamente esclarecedor es la historia humana del protagonista y su familia, una historia tan bien y certeramente contada como sólo los grandes escritores pueden hacerlo. Una historia ficticia más cierta que las reales, una historia que por eso se eleva sobre las circunstancias concretas para convertirse en más que reflejo del país y la época de la que trata, en reflexión profunda sobre la ideología eternamente dominante: la valoración de las personas por sus propiedades; el éxito como máximo baremo; la competencia como motor social, la frustración generalizada e ineludible. Un modelo superior a los anteriores practicados por la humanidad, y superior a algunos posteriores que han querido en tiempos recientes suplantarlo. Pero no por ello menos imperfecto, terrible y destructor en algunos aspectos, mentiroso y manipulador en su esencia.

Tenemos a un viajante, un representante comercial, en plena decrepitud física y mental al final de su vida laboral activa, envuelto en esa amalgama de mentiras y omisiones con la que casi todo el mundo juzga su vida pasada y presente, ofuscado por esos delirios de grandeza que a todos asaltan en medio del fracaso que es la vida. Tenemos a su buena esposa, sacrificada ama de casa que por cariño y costumbre nunca podrá abrirle los ojos. Tenemos a su hijo primogénito hundido por un padre exigente y embaucador. Tenemos al hijo menor adaptado a la mentira reinante en ese hogar y en todos los hogares. Ellos cuatro y los demás personajes que les rodean viven sin comprender: son personas normales, -pues todavía no han llegado a los escenarios los personajes perturbados que llevan medio siglo poblándolos-, son tan corrientes como los espectadores.

Al final, habrá un mensaje fundamental semioculto por un final rotundo de los que gustan a la industria del entretenimiento. El mensaje es que hay que ser uno mismo, que eso es lo único importante que los padres pueden transmitir a sus hijos, que cada uno somos insustituibles y magníficos en nuestra frágil humanidad, que todo lo demás es secundario. Un mensaje tan repetido y tan desoído que parece una estupidez. Una de esas estupideces que un día mejorarán el mundo de verdad.

A la altura del texto está esta vez su representación. Mario Gas combina con acierto una sofisticada carpintería teatral con las proyecciones de vídeo que se han vuelto habituales en la escena actual. El escenario penetra en la sala subrrayando la profundidad de la propuesta. La alegórica escenografía está firmada por Miguel Ángel Coso y Juan Sanz; el vestuario ha corrido a cargo de Antonio Belart; la iluminación es de Carles Lucena; el vídeo es de Álvaro Luna y la banda sonora, de Àlex Polls. Todo coherente, todo perfectamente engarzado. La traducción del inglés es de Eduardo Mendoza, que ha vuelto a demostrar su buen oficio, tras su adaptación del francés de la trilogía de Edipo que se representa simultáneamente en el Matadero. Vaya con Mendoza.

Jordi Boixaderas, como Willy Loman, y Rosa Renom, como Linda Loman, encabezan el sólido reparto de este montaje que completan Frank Capdet, María Cirici, Carles Cruces, Pablo Derqui, Camilo García, Anabel Moreno, Guillem Motos, Raquel Salvador, Víctor Valverde y Oriol Vila. Un reparto sin fisuras, en el que el protagonista resulta a veces demasiado teatral, rodeado de la mesura trágica del resto del elenco, y del que nos gustó especialmente Bernard, el contrapunto que evita el panfleto y honra a Miller, la espléndida trasmutación del adolescente repelente en sensato triunfador. Biff, Happy y Charlie son personajes bordados. Y qué Linda Loman más real… En fín, sobresaliente general.

Es ésta una coproducción de Teatre Lliure, Centre d’Arts Escèniques de Salt (Girona) y Teatro Español, que se estrenó en catalán en el Teatro Municipal de Girona el 23 de enero, y que tras una gira por España estará en Madrid del 10 de junio al 2 de agosto.

Muerte de un Viajante consagró a su autor en 1949. Se puede sospechar que Arthur Miller puso en ella mucho autobiográfico, y que elucubró sobre un tema familiar, lo normal cuando se tienen 34 años. Si en vez de judío neyorquino hubiera sido licenciado segoviano no se hubiera comido una rosca. Escribió también Las brujas de Salem y estuvo casado varios años con Marilyn Monroe. Fue Premio
Príncipe de Asturias de las Letras en 2002. Vivió 90 años y murió en 2005. “Creo que el hombre corriente es un individuo tan apto para la tragedia en su sentido más elevado como lo fueran los reyes”, explicó poco después del estreno de Dead of Salesman en The New York Times. La vida corriente contiene toda la tragedia y toda la comedia que podamos imaginar. Sólo hay que poder, y saber, y querer verla.

Muerte de un viajante no es una obra redonda. Quiere plantear demasiadas cosas e inicia y abandona asuntos sin más. Pero acertó en una crítica realista a la obsesión maldita por triunfar, una crítica muy celebrada que nadie naturalmente se toma en serio. Ésa es la moraleja de la muerte de este viajante: que escancia crítica y docilidad en las dosis adecuadas para triunfar en sociedad.

Para escuchar algunos diálogos de la obra:

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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