La difícil sencillez inalcanzada, por J.C.Deus

Un estreno brillante no asegura el éxito, y muchas obras han pasado a la posteridad tras estrenos adversos. Rafael Amargo no consigue esa sencillez tan clave en el flamenco como en lo demás, y aporta un espectáculo que oscila entre el didactismo para ‘guiris’ y el consenso de los incondicionales. No hay aportación sino tópico. No hay coherencia sino discontinuidad variopinta. Apenas duende: ruido y algo de confusión. El intento es loable, y muchos pueden disfrutarlo si se conforman con ponerse a la sombra del olmo y traerse las peras de casa.

Los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid acogen, del 20 de agosto al 20 de septiembre, La difícil sencillez, el nuevo espectáculo del coreógrafo y bailarín Rafael Amargo para inaugurar la temporada. El montaje se inspira en un texto de Lorca, ‘Teoría y juego del duende’, tiene dirección de escena y dramaturgia de Pilar Távora, dirección musical de José Luis Montón y Juan Parrilla y vestuario de Francis Montesinos. El poeta y cantante Manuel Molina (Lole y Manuel) actúa de casi alter ego, autor de las letras de las canciones, e intérprete de la mitad de las piezas.

Inspirado en la conferencia pronunciada por Federico García Lorca en Buenos Aires y en La Habana en 1933, ‘Juego y teoría del duende’, Amargo dice haber querido transmitir la idea de herida, miedo y vértigo ante la muerte según el concepto lorquiano del duende, hablar de la muerte en la religión y de la muerte del torero en las fiestas tradicionales, y a partir de ahí hacer una metáfora del toro, el torero, la religión y Jesucristo. Pero este núcleo ideológico de la propuesta, que le lleva a hablar de ‘religión flamenca’ es tan osado como decepcionante, y naufraga irremisiblemente en un protagonismo descomunal con Rafael de Jesucristo colgado en la cruz, con Rafael de torero desafiante, con Rafael de fusilado en las tapias del dos de mayo, y con Rafael excesivo en vez de sencillo, histriónico en vez de austero, desmesurado en sus expectativas y olvidando que el baile masculino es la asignatura más difícil del espectáculo flamenco.

Amargo se ha rodeado de nueve bailarines, doce músicos en directo y una reverenciada María la Coneja, veterana cantaora y virtuosa de las castañuelas. El hilo conductor serían una serie de audiovisuales preciosistas y una narración sonora casi ininteligible. La directora de cine Pilar Távora aporta una escenografía desigual, con varios aciertos y errores enormes, en la línea divulgativa de proyectos anteriores como Cavilaciones, pero de excesos repleta, espoleada por las ‘boutades’ lorquianas, como eso de que en España la muerte no cierra cortinas como en el resto del mundo sino que las abre. Su interpretación en el descenario de un poema lorquiano es francamente deplorable. Y es que el empacho de ‘federiquitis’ comienza a ser ya peligroso en este mundo artístico nuestro donde el seguidismo tanto renta. Además, el vestuario de Francis Montesinos nos parece un espanto.

La primera mitad de la desbalazada última propuesta de Amargo es aceptable, porque es más sencilla, y porque termina recurriendo a lo único que finalmente les funciona a los espectáculos flamencos en los escenarios, reproducir de la manera más fiel posible un grupo de ‘aficionaos’ tocando palmas y haciendo unos bailes de vez en cuando alrededor de un cantaor y una guitarra. Todo lo demás empieza a sonar a impostura hasta la apoteosis de la semana santa desfigurada, de la crucifixión que más que blasfema es de mal gusto, de la usurpación al toreo de sus ritos, del uso y abuso de Goya, y de un fusilamiento tremendista que no viene a cuento. Espectáculo que como tantos de estos tiempos adolece de enorme confusión y excesiva duración.

No hay nuevas propuestas, y es preocupante indicio de la decadencia del flamenco actual en los escenarios. No puede bastar con acumular tópicos en argumento y escenificación. No es suficiente con repetir los trinos de Triana de los años setenta. No se puede apabullar con micrófonos y sonido avasallador, con ruido, con jaleo. La difícil sencillez puede ser el enunciado de la lección para Rafael Amargo, amarga quizás pero no paralizante: hay que intentarlo de nuevo por otro camino.

Amargo llega de una gira internacional con Tiempo Muerto; ha sido premiado recientemente por la Unesco por sus méritos en ‘la difusión internacional del flamenco’. Desde 1997 batalla en los escenarios y tiene cuatro Premios Max de las Artes Escénicas: dos por Amargo (Mejor Espectáculo y Mejor intérprete masculino de danza), uno por Poeta en Nueva York (Mejor intérprete masculino de danza) y uno por El amor brujo (Mejor intérprete masculino de danza). Pero nos parece estancado. Podría quizás completar el círculo y probar a volver con toda su experiencia actual a los orígenes puros. Mientras, ya tiene ultimada una larga gira nacional con el espectáculo, ha terminado dos películas -Zigortzaileak (Los castigadores), un filme vasco sobre el bullying, y Cinque, una italiana en la que interpreta a un traficante de opio- y prepara para enero Un muchacho del flamenco, producción estadounidense.

Nos dicen que ‘su Facebook Fan Page Official supone el centro neurálgico de la estrategia de personal branding en social media que está llevando a cabo la productora interactiva SrBurns con el artista’. Puede que esté muy bien, pero sin olvidarse de lo básico. El estreno pareció falto de ensayos, y el espectáculo necesita subsanar no pocos problemas, destacando el sonido ensordecedor, los recitados que no se entienden y los subtítulos que no se ven. Finalmente, déjenme hablar de la flauta. Lo siento, odio el flamenco con flauta; sólo espero el día que desaparezca de una vez por todas su infausta presencia.

Y por si quieren juzgar el presunto culpable de todo esto, el citado texto de Lorca, aquí lo tienen.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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