De ‘Don Piso’ a ‘Glengarry Glen Ross’, por J.C.Deus

Lástima que la legendaria obra haya quedado desfasada. Lástima que el esfuerzo de nuestro teatro señero, del director de moda, de un elenco de actores excelente y de un equipo artístico de primera, no se haya completado con un texto nuevo sobre la burbuja inmobiliaria española. ¡Hubiera sido tan oportuno! Naturalmente, hubiera sido más difícil y más polémico. Pero para eso están el Teatro Español, Daniel Veronese y todo el equipo.

Así que se ha escogido resucitar ‘Glengarry Glen Ross’, la obra de teatro por la que David Mamet obtuvo el Premio Pulitzer en 1984, conocida sobre todo en nuestro país por la versión cinematográfica de James Foley en 1992, con Al Pacino, Jack Lemmon y Alec Baldwin. Y lo que en pantalla resultaba próximo -pues Hollywood somos todos- ahora en el escenario resulta lejano, incapaz de emocionarnos. Son las sorpresas de la misteriosa química que reina en el mundo del espectáculo, de la empatía tan difícil de conseguir, de un oficio del que se puede teorizar pero en el que sólo cuenta el resultado. Emociona o no. Comunica o no. Interesa o no. En la tercera sesión tras su estreno el pasado día 11, el público aplaudió educadamente hasta rubricar la tercera salida a escena de actores y realizadores, pero lo hizo con bastante frialdad y algo de decepción.

Y es que no bastan las coincidencias. El argumento de Glengarry, como muchos saben, es la crisis inmobiliaria antepenúltima, la de finales de los años setenta, frente a la que una empresa del sector se dispone a incentivar a sus cuatro empleados con un brutal sistema: el mejor vendedor será recompensado con un cochazo, el segundo más eficiente con un juego de cuchillos, y el que menos venda será despedido. La obra relata las diferentes reacciones de estos hombres adultos de clase media hacia sí mismos y sus compañeros, hacia la empresa y su jefe inmediato, la presión sobre su código moral y comportamiento ético, y hasta qué punto están dispuestos a llegar con tal de conservar el trabajo y la estima social.

Un temazo. Qué no se podría hacer con él inmersos como estamos en ésta no ya pinchazo de burbuja, sino desmorone épico de una prefabricada efervescencia y evanescencia inmobiliaria. Pero en ‘Don Piso’, ‘Tecnocasa’ y las miles de empresas inmobiliarias que han cerrado o resisten, las cosas no suceden como en esta empresa yanqui, no son iguales las reacciones. Quizás ya la obra nació con cierta trampa y las cosas no son exactamente así ni siquiera en Estados Unidos. Pero el caso es que aquí y ahora las cosas no son así: y como es una obra realista, falla; y falla aunque el espectador medio no sepa explicarlo; falla porque le deja un tanto desconcertado. Aunque la gente aplaude, y reconoce el mérito.

Quizás falla por ceder ante el maldito regusto de nuestro mundillo teatral por vender panfletos. Al parecer, somos ‘víctimas de un modelo productivo y social fundamentado en el materialismo sin escrúpulos y la competitividad extrema’ y no somos culpables también nosotros mismos, y no somos todos y cada uno fiel exponente de una naturaleza humana que todos sabemos que aún es muy inhumana. Echando la culpa al empedrado, ya sale uno a la batalla con las gafas mal graduadas. Y máxime hablando de burbuja inmobiliaria, en un país donde millones de progres y carcas han especulado feroz y cruelmente invirtiendo en ladrillos vendidos como lingotes de oro que han terminado de destrozar nuestras ciudades y campos y se han convertido en el juego de tonto el último.

El norteamericano David Mamet es justamente más apreciado por sus guiones cinematográficos como El cartero siempre llama dos veces o Los intocables de Eliot Ness, que le han hecho dos veces candidato al Oscar de Hollywood. Del resto de sus obras teatrales -Edmond y El criptograma, Noviembre, Matrimonio de Boston o El búfalo americano- sabemos poco.

El sudamericano Daniel Veronese, actualmente sin duda el director más aclamado en nuestro país por la crítica, nos presenta este trabajo con una declaración de intenciones realmente pomposa en la que nos dice que la cruzada por la dignidad humana aún no está acabada, que la demoledora leyenda sobre la alienación y destrucción del hombre contemporáneo sigue vigente, que estamos ante acciones manejadas por los implacables tentáculos del capitalismo salvaje, que es una espléndida radiografía del culto al poder y al dinero, que intenta presentar una durísima condena a una sociedad que hoy en día resulta poco solidaria. Loables intenciones sin duda, pero que le arrastran a no entender una obra que habla de personas corrientes ante situaciones difíciles. Punto.

Veronese parece trabajar rutinariamente y de encargo y se apoya en una escenografía poco afortunada. Andrea d’Odorico ya falló la temporada pasada con la escenografía de ‘Tantas voces’, cinco cuentos de Luigi Pirandello que tampoco merecían ser resucitados. Sí desde luego acierta Veronese y demuestra su valía utilizando las enormes posibilidades del buen grupo de actores con que ha contado. Entre los cuatro vendedores, hay uno más desdibujado, Aaronow, pero Levene, Roma y Moss están bordados. Nos gustaron especialmente Ginés García Millán y Jorge Bosch interpretando al jefe de la oficina y al comprador manipulable con enorme contención y gran presencia. Carlos Hipólito pasa de un reciente Don Carlos con Calixto Bieito a este embaucador en decadencia. Gonzalo de Castro hizo ‘Hay que purgar a Totó’ antes de este arrogante y oportunista mister Roma. Alberto Jiménez lleva una buena racha -la ‘Medea’ dirigida por Tomás Pandur, ‘Fuente Ovejuna’ para Lawrence Boswel, ‘Argelino, servidor de dos amos’ a las órdenes de Andrés Lima, y ‘Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte’ dirigida por José Luis Gómez- que ahora culmina con este especimen de machote taimado que tanto abunda en nuestros días.

En fin, una frustrante aproximación a un tema fabuloso, correctamente dirigida y estupendamente representada. Lo que habríamos visto si en vez de irnos hasta esa Glengarry, nos hubiéramos acercado un rato a oir y observar en cualquiera de los chiringuitos inmobiliarios que subsisten en las esquinas de nuestras ciudades.

Ruiz Gallardón (ayuntamiento de Madrid) responde con ‘Glengarry Glen Ross’ a la ministra Sinde (ministerio de Cultura) que a través del Centro Dramático Nacional propone ‘Drácula’, mientras que Esperanza Aguirre (Comunidad de Madrid) apuesta por Bertolt Brecht para estas navidades. Ni Mario Gas ni Gerardo Vera ni Albert Boadella, responsables respectivos de las programaciones, nos motivan. Todos conservadores, todos discretos, todos, los tres, vaya, que no arriesgan.

GLENGARRY GLEN ROSS
de David Mamet
Versión y dirección: Daniel Veronese
TEATRO ESPAÑOL
Del 2 de diciembre al 17 de enero
De martes a sábados, 20 h. Domingos, 18 horas
Precio: de 4 a 22 euros
Martes y miércoles 25% descuento

Reparto por orden de intervención
Levene: Carlos Hipólito
Williamson: Ginés García Millán
Moss: Alberto Jiménez
Aaron: Andrés Herrera
Roma: Gonzalo de Castro
Lingk: Jorge Bosch
Baylen: Alberto Iglesias

Equipo Artístico
Diseño de iluminación Paco Ariza
Diseño de vestuario Ana Rodrigo
Escenografía Andrea D`Odorico
Ayudante de dirección Adriana Roffi
Producción del Teatro Español

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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