La ópera de tres al cuarto, por J.C.Deus

Poco tiene que ver esta ‘La ópera de tres peniques’ que ayer terminó su presencia en los Teatros del Canal de Madrid, con ‘Die Dreigroschenoper’ la pieza de Bertolt Brecht con música de Kurt Weill que se estrenara en 1928 en Berlín. Personajes, diálogos, iconografía, todo ha sido ‘actualizado’. Las muy precisas indicaciones de la dramaturgia brechtiana son ignoradas, el que la pieza debe constar de ‘un prólogo en ocho imágenes’, que debe narrarse en escenas, en cuadros fragmentados, que impidan una totalidad orgánica, que la acción debe interrumpirse constantemente, controlada por la presencia de un intermediario, el narrador, que toma distancia de la historia y la comenta, que la escenografía debe ocupar un lugar secundario, así como que los actores deben representar a sus personajes sin identificarse con ellos, recurriendo a una gestualidad artificial. Nada de eso ha sido respetado. Es Brecht hecho de forma convencional, convertido en otra cosa. Es otra vez aprovechar de manera abusiva un nombre y una fama para hacer lo que viene en gana, casi siempre peor que la propuesta original que no en vano es generalmente admirada.

Dotar de vigencia a la célebre anti ópera de baratillo, hubiera necesitado hacer una lectura rigurosa de la misma y más bien una representación intemporal. En los años veinte del pasado siglo, Alemania vivía una situación prerrevolucionaria en la que el joven escritor, que recibiría uno de los últimos ‘premio Stalin’ de la URSS, acababa de enrrolarse en el partido comunista. La obra es un deliberado intento de subvertir el orden llevando la ópera al submundo marginal. No tiene mucho que ver con el panfletillo de corrupción política y policial, inspirado en el ‘caso Coslada’, que Marina Bollaín, gracias a la gentileza de Albert Boadella, para el que fue asistenta de producción, ha conseguido prolongar durante dos semanas desde las tres jornadas inicialmente previstas en el pasado festival de otoño.

Ya hemos clamado otras veces porque se imponga la costumbre de que los adaptadores precisen el volumen y proporciones de su intervención, algo así como las etiquetas hacen en los productos de consumo. Quizás no respetamos suficientemente a los autores del pasado, y se actúa alevosamente sobre su legado aprovechando que ya no pueden pedirnos cuentas. Actualizar una obra teatral, adaptar un texto, revisar un clásico, no es espolvorearlo de referencias actuales, escenográficas o textuales, que lo trivilizan cuando no lo destrozan.

La que fuera una de las piezas dramático musicales más importantes del pasado siglo, revolucionaria en fondo y forma, alegato contra la ópera convencional, la sociedad en crisis y los principios morales tambaleantes, desemboca por mor de esta superficial versión en la cantinela buenista al uso, aliñada con uniformes policiales actuales y un travesti que hace las delicias del público. Sin que falte una mofa del alcalde Gallardón (‘Madrid 2036, tengo una cabezonada’) que Bollaín y Boadella dedican a la jefa.

Pero en las obras de Brecht van siempre unidos el fondo y la forma, la estética y los ideales. Él pensaba que el teatro podía contribuir a modificar el mundo; pensaba en un teatro épico, en el distanciamiento como antídoto contra lo sentimentalmente comercial. Puede pensarse que su propuesta se saldó con rotundo fracaso, y que sus ideales se convirtieron en una pesadilla de la que aún no nos hemos repuesto. Pero lo que se no debería es convertir su obra en un entretenimiento banal.

Marina Bollaín compagina su actividad concertística como soprano con una incipiente dirección de escena en el ámbito musical. Debería exigirse más, ahora que empieza, como deberían exigirse más los Teatros del Canal en su programación para hacer compatible rigor y calidad con gancho
popular. Cierto, es difícil, pero se puede y se debe intentar.

Y el caso es que la realización no carece de méritos. Quince solistas de una gran orquesta interpretan en vivo y en directo la música de Kurt Weill, ese cóctel de cabaret con jazz y gotas de música culta, todo un hallazgo en su tiempo aunque a algunos no nos guste nada. Hay 18 actores-cantantes en escena, encabezados por el tenor Enrique R. del Portal, que ya hizo el ‘Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny’, también de la pareja Brecht-Weill, merecedor del Premio Max 2007 al Mejor Espectáculo Musical. El otro personaje principal, el de Paula Múñoz, hija del rey de los mendigos, es interpretado por la joven soprano Mar Maestu que ya estuvo con ‘Sweeney Todd’ de Mario Gas, en la edición 2008 del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. El rey de los mendigos está interpretado por el barítono Enrique Sequero, habitual en musicales, y su histriónica esposa por Eva Diago, forjada en zarzuela.

Tan gran despliegue de medios humanos es acompañado por una escenografía expresionista ‘a lo almodóvar’, de buenas putas y malos polis, de falsos mendigos y reales bribones, tan repetida en nuestros lares a la hora de simplificar la panoplia social. ‘He cortado algo el texto, porque la ópera es muy larga, y la he actualizado. He procurado ser muy respetuosa, pero sí que he actualizado algunos nombres o ciertos anacronismos. Lo quería traer al aquí y ahora, porque no quiero hacer algo museal. Yo creo que Brecht hizo entonces una ópera actual y le pegó un puñetazo en la cara a la sociedad burguesa. Yo no voy a pegar ningún puñetazo, pero sí creo que un montaje con sombreritos años 30, perdería esa fuerza que tuvo entonces y esa denuncia y la sátira social que fue en su momento. He tratado de imaginarme qué nos estaría contando Brecht ahora con su ópera’, es la justificación de Marina. Sí, imaginarse los clásicos trastocados de tiempo y lugar es fácil de plantear pero difícil de conseguir.

En fin, un gran despliegue al servicio de una causa dudosa, recompensado con casi lleno total en toda sus sesiones y muchos aplausos, pero poco entusiasmo.

LA ÓPERA DE 3 PENIQUES de Bertolt Brecht y Kurt Weill
Desde el 27 de Noviembre hasta el 13 de diciembre
Director Musical: Manuel Coves
Directora de Escena: Marina Bollaín
Escenografía: Mónica Boromello
Vestuario: Inés Aparicio, Teresa Mora
Iluminación: Olga García

INTÉRPRETES
Mac el Sheriff, delincuente y jefe de policía municipal: Enrique R. del Portal
Juan Muñoz, el rey de los mendigos: Enrique Sequero
Celia Muñoz, su mujer: Eva Diago
Paula Muñoz, hija de los Muñoz: Mar Maestu
Julián el Tigre, alcalde: Manuel Rodríguez
Lucía, su hija: Carmen Gurriarán
Jenny, travesti prostituta: Marco Moncloa
Filch, mendigo: Yayo Cáceres.

ORQUESTA DE LA COMUNIDAD DE MADRID
Flauta: Mª Teresa Raga, Mª José Muñoz/ Clarinete: Salvador Salvador, Luis Miguel Torres/ Fagot: Eduardo Alaminos, Inés Antón/ Saxofones (Soprano,Alto,Tenor, Barítono): Manuel Miján y Berta Leticia Moleón/ Trompetas: Cesar Asensi, Ricardo Gassent, Alfonso González/ Trombón: José Álvaro Martínez, César Miguel Martín/ Acordeón: Jesús Mozo-Colmenero, Eduardo Callejo / Guitarra,Mandolina,Guitarra hawaiana: Miguel Iniesta/ Percusión: Eloy Lurueña/ Piano,Celesta,Armonio: Francisco José Segovia/ Violonchelo: Rafael Domínguez/ Contrabajo: Francisco Ballester

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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