El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía presenta ‘Martín Ramírez. Marcos de reclusión’, la primera exposición que se celebra en un museo europeo de la compleja, atractiva y desconocida obra del artista mexicano Martín Ramírez (1895-1963). Comisariada por Brooke Davis Anderson, directora de “The Contemporary Center” del American Folk Art Museum, la muestra incluye 62 obras en papel, algunas de las cuales nunca se han exhibido públicamente, y será una oportunidad única para que el visitante se adentre en el universo personal de este artista que pasó la mitad de su vida en dos hospitales psiquiátricos en Estados Unidos.
Los sistemas de mercadotecnia en el corruptísimo mercado del arte actual son tan sofisticados, que uno desconfía de todo. Lanzan a Ramírez cincuenta años después de que se pudriera encerrado y puede ser un negocio redondo. Ya ganó sus dólares el profesor Pasto después de dos décadas quedándose gratis con los dibujos del bueno de Martín, y sería interesante saber cuánto han sacado quiénes compraron toda la colección de los mismos en los años setenta. Probablemente Martín Ramírez no pudo resistir la violencia de los revolucionarios mexicanos y de los racistas californianos. Se dio por vencido, se conformó viviendo de la caridad pública rodeado de ‘locos’, y nunca quiso saber más de nuestra estupenda sociedad. Ahora se le rodea de un aura de culpabilidad y sentimentalismo. A buenas horas mangas verdes.
Martín Ramírez creó a lo largo de las tres décadas en las que permaneció internado cerca de 450 dibujos de una asombrosa claridad visual y una gran fuerza expresiva, en los que se repiten de forma insistente los mismos temas: animales, especialmente ciervos, jinetes, trenes, túneles, despliegues geométricos y retablos. Su figura fue mitificándose poco a poco tras su muerte hasta llegar recientemente a su consagración con una retrospectiva en 2007 en el American Folk Art Museum, muy bien recibida por el público y la crítica.
La muestra que ahora presenta el Museo Reina Sofía, se encuentra ubicada en la tercera planta del edificio Sabatini y no sigue un recorrido cronológico. El hecho de que Ramírez no fechara ni firmara sus dibujos, y que nunca fuese entrevistado sobre su trabajo, ha dificultado el seguimiento preciso de su desarrollo estilístico. Su primer valedor, el psicólogo y profesor de arte Tarno Pasto, sí fechó en alguna ocasión sus cuadros, como se puede comprobar en algunas de las obras expuestas.
Lo que es evidente cuando uno se pasea por las salas, es la reiteración de los temas y la obsesión por unas estructuras de arcos, de ondas, de barrotes, que encuadran, aprisionan sus composiciones hasta eliminar a veces todo lo demás. Ramírez creaba un característico andamiaje lineal con estructuras teatrales, donde enmarcaba figuras icónicas, la mayoría de las veces, jinetes armados y, a veces, alguna liebre o venado. La repetición de estas imágenes, unida a la temática del túnel y el tren, dan al conjunto una atracción hipnótica, y al visitante la impresión de entrar en un mundo original y cerrado nunca visto antes.
Por otra parte, hay que destacar, y en esto hace énfasis la comisaria, que su vida estuvo delimitada por los paisajes mexicanos y californianos. Muchos de los temas presentes en la muestra proceden de esa remota región donde nació, con un árido paisaje característico y unos pueblos dominados por iglesias parroquias de decoración recargada para algunos antropólogos con muchas semejanzas con algunas comarcas abulenses castellanas
Según Víctor M. Espinosa (autor de la biografía de Ramírez), el dibujo no sólo le ofreció un medio para comunicarse, sino que se convirtió en un vehículo mediante el cual pudo preservar sus recuerdos y reconstruir su pasado, “el apego a la tierra, el valor de la familia, el fervor religioso y la ganadería como actividad prioritaria”. En cuanto a los materiales que el artista utilizó en sus trabajos, a finales de la década de los 30 empezó a ensamblar trozos de papel que iba encontrando —envoltorios de caramelos, tarjetas de felicitación, vasos de papel aplastados, formularios de suministro del hospital, páginas de libros-, con un pegamento casero fabricado a base de patata, pan y saliva, para pasar posteriormente a emplear el papel en rollos para las sábanas hospitalarias, con un color ocre especial que contribuye a la originalidad de su trabajo. Con estos materiales creaba desde pequeños dibujos de unos cuantos centímetros hasta trabajos de más de tres metros. Ramírez elaboraba su propio pigmento triturando lápices de cera y de colores en una cazuela de fabricación casera. Usando un palillo y un punzón, dibujó innumerables variaciones de sus temas favoritos. Exponía sus trabajos en las ventanas y los muros de la sala comunal de la que apenas saldría el resto de su vida, y era su público los demás pacientes, los otros ‘locos’ con los que convivía.
Natural de Los Altos de Jalisco, una región profundamente católica situada en la zona central del oeste de México, Martín Ramírez, era ya padre de cuatro hijos y había comprado veinte hectáreas de buena tierra, cuando decidió emigrar a EE.UU. y buscar trabajo en los ferrocarriles de California para adelantar el pago de sus deudas. Nunca lo hubiera hecho, porque a la terrible explotación y opresión que sufrían aquellos inmigrantes, sucedió de golpe la Depresión, que les convirtió en vagabundos sin trabajo. Poco después estallaba la salvaje Guerra Cristera que asoló su tierra natal en la represión gubernamental, impidiendo su regreso.
Quedó perdido, sin trabajo y sin hogar. Incapaz de comunicarse en inglés y probablemente rotas sus defensas mentales, fue recogido en la calle por la policía e internado en el Stockton State Hospital, donde se le diagnosticó esquizofrenia. En 1948, Ramírez fue trasladado al DeWitt State Hospital, donde, a principios de los años cincuenta, Tarmo Pasto, profesor de psicología y arte, vio algunos de sus dibujos en el hospital y reconoció su valor artístico. Ramírez se convirtió en objeto de la investigación sobre enfermedad mental y creatividad realizada por Pasto, que le proporcionó papel y ceras y otros materiales artísticos. Antes de la entrada del Dr. Pasto en la vida artística de Ramírez, sus dibujos se tiraban a la basura porque padecía tuberculosis y había usado su saliva para fabricar su propio pegamento. Pasto reunió los dibujos de Ramírez y organizó varias exposiciones públicas para dar a conocer sus obras a un público más amplio. Pero sus dibujos no le trajeron la libertad ni el equiloibrio. Atrapado en el sistema psiquiátrico de California, Ramírez pasó treinta y dos años en instituciones mentales sin comunicarse prácticamente con nadie. Sólo el tutelaje del doctor Pasto salvó sus dibujos. En 1971 éste vendió el total de lo recopilado a un grupo de artistas formado por Phyllis Kind, Jim Nutt y Gladys Nilsson, que se convertirían en sus segundos promotores y principales diufusores de su obra a través de una galería de arte californiana propiedad de Nutt. Recientemente, ha aparecido un conjunto de 130 obras más, recopilado por un tal Max Dunievitz, del que hasta ahora no se tenía noticias.
Según Víctor M. Espinosa, su único biógrafo, durante sus treinta y dos años de reclusión, la única visita que recibió de un familiar fue la de su sobrino José Gómez. Todo indica que había ido olvidando toda idea de rehacer su vida, acomodándose mal que bien a su nueva existencia, y clausurando todo interés por la vida más allá de su trabajo creativo diario. Nunca se reconcilió con su esposa ni ésta se preocupó por él. En el invierno de 1963, cayó gravemente enfermo a causa de un «edema pulmonar agudo». Después de varios días de enfermedad, murió a causa de un paro cardíaco. Fue sepultado en un rincón inutilizado del Cementerio del Calvario, en Sacramento.
Para reforzar el impacto emotivo de esta exposición antológica en Madrid, han llegado desde L.A. una nieta, dos bisnietas y una tataranieta del solitario e inaudito artista mexicano. Recordemos a Martín, lloremos por su destino y por el nuestro. Pero no comulguemos con ruedas de molino. Considerado hoy día ya como ‘asombroso ejemplo de «memory painting» («pintura del recuerdo»)’ y ‘uno de los maestros autodidactas del siglo XX, durante mucho tiempo se había supuesto que era mudo, fue diagnosticado como esquizofrénico paranoide, y nunca fue entrevistado a propósito de sus dibujos, ni dejó escrito alguno sobre su obra artística. Aunque sus dibujos reflejan su experiencia vital, nunca comprenderemos del todo sus intenciones y motivos. Su vida tuvo pocos escenarios: su tierra mexicana de Capilla de Milpillas y Tototlán, hasta los 20-25 años; las obras del ferrocarril californiano que nunca olvidaría, el Stockton State Hospital y sobre todo el Hospital Estatal de DeWitt. Fue un jinete solitario, el tema de más de un centenar de dibujos, el motivo más frecuente en su obra. Un jinete enmarcado por ondas y cenefas de incomprensión en un espacio reducido, tal como él siempre lo representaba.
MARTÍN RAMÍREZ.
Marcos de Reclusión
FECHAS: 30 de marzo – 12 de julio 2010
LUGAR: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Edificio Sabatini 3ª planta (zona C, D)
ORGANIZACIÓN: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
COMISARIA: Brooke Davis Anderson
COORDINADOR: Rafael García
CATÁLOGO Cuenta con los siguientes textos: “Martín Ramírez. Marcos de reclusión” de Lynne Cooke, (subdirectora de Conservación, Investigación y Difusión del Museo Reina Sofía) “Paisajes de la añoranza: la visión del mundo de Martín Ramírez”, de Brooke Davis Anderson (comisaria de la muestra); “Los mundos de Martín Ramírez”, de Víctor M. Espinosa (autor de la biografía de Martín Ramírez y especialista en arte y emigración); y “Los chivos expiatorios y los contornos del orden”, de James Lawrence (crítico e historiador de arte).
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