¿Avaros? Simplemente avariciosos, por J.C.Deus

‘El avaro’, como muchas piezas del teatro clásico que han llegado hasta nosotros por su conseguida penetración intemporal en la naturaleza humana, puede ser una comedieta facilona o una acerba crítica social. Esta producción de marcados objetivos comerciales, se acerca más a lo primero, aunque guarda las formas y aporta una excelente factura. Todo es bonito, agradable y accesible bajo la dirección del experimentado Jorge Lavelli y el gancho popular del protagonista, Juan Luis Galiardo. La propuesta tiene calidad y excelencia formal, aunque se quede en la cáscara de lo que resultaría más actual: el culto al dinero de la burguesía incipiente del siglo XVII ha pasado a ser una obsesión de las masas consumistas en el siglo XXI. Todos somos el avaro, pero es más rentable disimularlo.

‘Estamos en casa de Harpagón, el avaro (por ontonomasia, pobrecillo, añadimos) y allí los pasillos y los rincones son lugares de riesgo. Todo puede espiarse y todo puede disimularse, ocultarse y revelarse. Hay cien puertas que nos tientan a pasar al otro lado, pues no sabemos qué puede suceder y qué puede sucedernos’, plantea Lavelli. Por su parte, José Ramón Fernández, su estrecho colaborador en esta versión, añade: ‘Harpagón (el protagonista) nos interesa porque habla de nosotros… ¿De nosotros? Sí, de nuestro miedo, de nuestra sensatez exagerada, o no tanto: como Harpagón es un ser humano, que no otra cosa dibujó Molière, teme que el gasto excesivo lo lleve a la pobreza, al hambre. Bien es verdad que cualquiera consideraría fuera de lugar a un hijo que es capaz de, para atender a sus gastos de ropa y adornos, poner como garantía de préstamo la cercana muerte de su propio padre –¿o puede ser que eso ocurra en algunos lugares?… Condenamos la actitud avariciosa del individuo, nos parece risible el avaro. Tal vez, porque no nos creemos avariciosos. Es curioso. ¿Acaso hay un más claro ejemplo de lo que es la avaricia que el Occidente de nuestros días?’.

Las publicidades previas a la obra se empeñan en ‘vendernos’ la función diciendo que es una crítica al sistema capitalista, a la especulación financiera y a los bancos. Pero lo que es esta comedia de hace cuatro siglos es un retrato fidedigno de la avaricia de la mayor parte de los humanos, tan acostumbrados a la doblez que cuando lo contemplan ni siquiera se dan por aludidos, ya se sabe, cosas de los bancos: como si los bancos no fueran ellos.

Era muy fácil en aquella época para los nobles -todavía faltaban cien años para la revolución francesa- reírse de esos arribistas que sólo pensaban en el dinero, esa nueva clase social que terminaría derrocándolos. Pero Harpagón calcula sus ahorros como cualquier hijo del vecino, abomina de los gastos suntuarios de su hijo como cualquiera, teme que le roben sus ahorros como todos, e intenta ahorrar de forma ridícula, como la mayor parte de nosotros. Como piensa Fernández, del que pudimos ver recientemente su obra La tierra en el Teatro Valle Inclán, en producción del CDN dirigida por Javier Yagüe, estamos ante ‘una mirada divertida pero llena de piedad para seres que son tan miserables como cualquiera de nosotros. Por eso hablamos de algo eterno. Nuestro miedo, nuestra pequeñez’.

Esto es la teoría, pero en la práctica Lavelli confiesa haberse inclinado por el tono amable ante la opción de siempre: agradar o incomodar; he aquí el dilema del teatro de todos los tiempos, y más del de ahora donde impera un público que sólo quiere risas. Es una opción comprensible y no tiene vuelta de hoja.

Su propuesta es de simultaneidad, un espacio vacío en el que tres elementos móviles recomponen la realidad empujados por los actores a cada escena, una fórmula hoy muy repetida en los escenarios que la primera vez sorprende gratamente, y después resulta ahorrativa y también avariciosa. La iluminación y el maquillaje juegan un papel importante para resaltar el tono burlesco y decadente que ha buscado el director, ‘con minuciosidad, simplicidad y sin ostentación, desestimando algo que no forma parte de mi gusto escénico, como es el naturalismo’. Bien. Lavelli ha sido en Francia gran divulgador de Calderón de la Barca, y presentado en París dos obras de Juan Mayorga y va a por la tercera. En octubre acomete en Varsovia una ópera de su colaborador Zygmunt Krauze, autor de la música que acompaña a este ‘El avaro’. Personaje pues con buena prensa, personaje de la movida, no de aquella, sino de la eterna movida.

Un buen director es el responsable máximo de un buen reparto, como es el caso en esta obra. El tono general -distanciamiento- es una aportación original que pronto se impone a las dificultades iniciales. Las voces son de una potencia poco frecuente y nunca desafinan. Ademanes y movimientos están medidos con sutileza. Todo engarza armónicamente. Qué más se puede decir.

Javier Lara (Cleanto, el hijo de Harpagón) y Rafael Ortiz (Valerio, un gentilhombre napolitano al servicio de Harpagón para ganarse la mano de su hija) tienen experiencia en el teatro áureo español y se les nota. Lara y Ortiz ya trabajaron junto recientemente en La noche de San Juan, de Lope de Vega, dirigido por Helena Pimenta, y en Las bizarrías de Belisa, de Lope de Vega, dirigida por Eduardo Vasco. Ortiz, también ha participado en De cuando acá nos vino, de Lope de Vega, a las órdenes de Rafael Rodríguez. Moliére es diferente pero muy parecido. Ambos consiguen mejor entronque que sus contrapartidas femeninas en los papeles de Elisa, la hija de Harpagón, y Mariana, la vecina pretendida por padre e hijo. Y como siempre que una obra resulta, es de destacar el trabajo de los actores secundarios, por ejemplo doña Claudia y el comisario, con su sola presencia y sin casi hablar, o Frosina hablando mucho y bien.

Y llegamos a la gran estrella. Galiardo está muy bien, pero exagera inconsciente o premeditadamente, haciendo de Harpagón un personaje irreal y monstruoso, lo contrario de lo que es, un ser bien corriente y moliente de cualquier época. La obra le exige mucho y a veces parece al límite de sus fuerzas. Pero sus tablas le dan alas supliendo parlamentos por gestos y ademanes siempre efectivos y resultantes.

Galiardo además de protagonista es el señor productor de esta apuesta, y ha conseguido el apoyo del Centro Dramático Nacional, más tres gobiernos autonómicos y hasta la Renfe entre otras instituciones de la españa ‘subvencionera’. Pretende realizar una gira de tres años en los que se realizarían un millar de representaciones por toda España y parte del extranjero, incluidos festivales y actuaciones al aire libre, además de tener ya contratado con el ministerio de educación uno de esos trabajos pedagógicos tan a la moda de hoy día. De todo ello nos alegramos, porque este El avaro es buen teatro comercial producto de un excelente equipo técnico y artístico bajo la dirección de alguien que conoce, sí, su oficio.

Jean-Baptiste Poquelin, alias Molière, está considerado uno de los grandes nombres de la historia del teatro, mimado en vida y por la posteridad, convertido en símbolo de la cultura francesa. «No sé si no es mejor trabajar en rectificar y suavizar las pasiones humanas, que pretender eliminarlas por completo», pensaba al parecer este buen hombre cuyo principal objetivo fue el de «hacer reír a la gente honrada». Así que ya lo saben, a reírse de la mota en el ojo ajeno y a no ver la viga en el propio. Lo de siempre jamás.

El avaro
de Molière
Versión y adaptación
Jorge Lavelli y José Ramón Fernández
Concepción y dirección
Jorge Lavelli

Funciones
8 de abril al 23 de mayo de 2010
De martes a sábados, a las 20.30 h.
Domingos, a las 19.30 h
Teatro María Guerrero
Tamayo y Baus, 4
28004 Madrid
Centro Dramático Nacional
http://cdn.mcu.es/

Equipo artístico
Colaboración artística Dominique Poulange
Dispositivo escénico Ricardo Sánchez-Cuerda
Iluminación Jorge Lavelli y Roberto Traferri
Música original Zygmunt Krauze
Vestuario Francesco Zito
Ayudante de dirección Gloria Vega

Reparto (por orden alfabético)
Doña Claudia Carmen Álvarez
Maese Simón /Comisario Manuel Brun
Flecha Manolo Caro
Pocapena Manuel Elías
Frosina Palmira Ferrer
Harpagón Juan Luis Galiardo
Cleantes Javier Lara
Anselmo Mario Martín
Merluza Walter May
Valerio Rafael Ortiz
Elisa Irene Ruiz
Señor Santiago Tomás Sáez
Mariana Aída Villar

Producción
Centro Dramático Nacional, Galiardo Producciones, Centro Andaluz
de Teatro, Teatro Calderón y Comunidad de Madrid.

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Texto completo de la obra

Una intromisión en los ensayos

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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