Apologética deTurner, por J.C.Deus

Joseph Mallord William Turner no habría jamás soñado ser expuesto en el Prado al lado de Rubens y Rembrandt, junto a Canaletto, Watteau y su venerado Claudio de Lorena. El Museo del Prado ha seleccionado para su temporada veraniega la exposición temporal “Turner y los Maestros”, que compara cuarenta óleos del inglés con otras tantas obras de los maestros que más le influyeron y de aquellos de sus coetáneos con los que compitió. Las obras de Turner cuelgan junto a los cuadros que supuestamente le inspiraron los suyos. Un cruce de comparaciones y tendencias que deleitará al público frecuentador de museos. Todo un homenaje al pintor inglés, un homenaje quizás excesivo. Y una disculpa para un repaso al paisajismo europeo a lo ancho de varios siglos.

Turner nunca estuvo en España y no hay un solo cuadro suyo expuesto permanentemente en nuestro país. Sin embargo, es muy conocido y goza de gran prestigio, pues no han faltado las exposiciones de sus obras en las últimas décadas. En 2002, la Fundación Juan March presentó con gran éxito ‘Turner y el mar’, con 59 acuarelas más dos óleos y nueve grabados, todo procedente del legado del propio Turner que conserva la Tate. También en 1988 el Prado expuso una importante antología titulada ‘Pintura británica. De Hogarth a Turner’, con 64 obras entre ellas una muestra representativa del artista que nos ocupa.

En la creación de su propio estilo desempeñaron un papel relevante tanto la gran pintura veneciana del siglo XVI (Tiziano, Veronés) como, sobre todo, el paisaje clasicista francés (Claudio de Lorena, Poussin), cuyos ejemplos siguió el artista de modo muy próximo. A esa doble tradición, muy apreciada en los círculos académicos británicos, el artista sumó tanto la escuela holandesa (Rembrandt y Ruysdael entre otros), como la flamenca (Rubens, Teniers), así como el peso de Watteau y otros pintores británicos ya próximos, como Gainsborough y Wilkie.

Por otra parte, el interés de Turner hacia la pintura antigua le llevó a rendir homenajes explícitos a algunos artistas destacados, como Rafael, Ruysdael, Watteau y Canaletto introduciendo explícitamente sus asuntos en sus cuadros o haciéndoles protagonistas de ellos. Especial relevancia tiene también, a lo largo de la trayectoria de Turner, la propia comparación con los artistas de su tiempo, con los que se midió en las exposiciones de la Royal Academy, apreciándose esa confrontación de forma muy significativa respecto a otro gran paisajista británico, John Constable.

Finalmente, el propio Turner realizó, al final de su carrera, obras en las que la profundización de su propia trayectoria sobre la doble influencia del paisaje clasicista (Claudio de Lorena) y del naturalismo holandés (Ruysdael) le llevó a una extrema intensidad pictórica que consigue una verdadera transformación del arte del paisaje y le lleva casi hasta el impresionismo y aún más, el expresionismo abstracto.

La vecindad entre genialidad y locura es patente en Turner. Pintor académico en sus principios, Turner fue evolucionando hacia un estilo libre, atmosférico , en ocasiones esbozando incluso la abstracción, que fue incomprendido y rechazado al final de su vida. El aparente caos que llenaba las últimas obras de Turner fue atacado por considerarse la obra de un demente. Se dice que la mismísima Reina Victoria se negó a concederle la orden de caballero -honor otorgado a muchos pintores de menor categoría- porque consideraba que Turner estaba sencillamente loco.

En cierto sentido, era bastante sencillo atribuir a Turner la etiqueta de demente, considerando su antecedente materno: su madre había pasado los últimos 4 años de su vida en un manicomio. El propio pintor alimentaba estas leyendas en sus últimos años, llevando una doble vida en el barrio de Chelsea, con una mujer llamada Sophia Boot, haciéndose pasar por un almirante retirado. Pero en realidad, este «caos demencial» presente en las pinturas de Turner responde a una compleja evolución artística en la que el pintor se adelanta varias décadas a cualquier otro artista de su generación. Por tanto, la incomprensión a la que Turner se vio sometido no es sorprendente.

Cuenta el escritor John Ruskin -íntimo amigo de William Turner- que un crítico recriminó a Turner que éste no pintara los ojos de buey de unos barcos en una de sus pinturas. Turner explicó al crítico que, en el momento en el que él había pintado el cuadro, los barcos se encontraban a contraluz y, por tanto, los ojos de buey no eran visibles. Contrariado, el crítico argumentó: «De acuerdo, pero sabe usted bien que los barcos tienen ojos de buey» . Entonces Turner respondió: «Sí, pero yo me dedico a pintar lo que veo, no lo que sé» . En efecto, la visión directa de los objetos y de los fenómenos atmosféricos tenía una importancia pivotal en la creación de sus pinturas. Pero -como el propio Ruskin apunta al hablar de la estética Modern Painters – esta visión directa derivaba más hacia la impresión que los objetos o fenómenos causaban en la mente del pintor que en una representación exacta de lo observado. En este sentido, no es de extrañar que las pinturas de Turner causaran tan honda admiración entre los pintores impresionistas como Claude Monet o Alfred Sisley, varias décadas después.

Pero no será ese Turner atmosférico el que protagonice la muestra sino el Turner más convencional, el que al óleo no destacara demasiado. La Tate ha dudado durante muchos años de la conveniencia de montar esta exposición ante el riesgo que supondría para la cotización de Turner compararlo con los grandes. La comparación con Tiziano o Rubens podía perjudicarlo. Una duda razonable a la vista de esta muestra que ha costado siete años presentar e incluye no poca fantasía en las supuestas inspiraciones y forzadas comparaciones. Que el lector juzgue si el inglés superó a sus modelos o se quedó lejano. Lo que resulta evidente es que los grandes formatos al óleo de Turner carecen de la personalidad y el encanto de sus acuarelas. Y que hay un Turner académico, correcto y bien considerado por la sociedad de su tiempo, y un Turner visionario y arriesgado que se arriesgó al final de su vida a costa de serios disgustos. Dice el comisario de la muestra, David Solkin, que a Turner le hubiera espantado oírse equiparar al impresionismo y al expresionismo abstracto. Nosotros opinamos todo lo contrario. Se hubiera sentido no poco orgulloso de haber vislumbrado los caminos que la pintura tomaría más de un siglo después.

Solkin nos cuenta que Turner no creía en Dios; comulgaba con un panteísmo difuso en el que el máximo poder residía en la Naturaleza y la tarea del artista era interpretar todas sus expresiones para bien de la Humanidad, comprender lo incomprensible: ‘Esta idea es la que subyace en su obra, la tarea de todo artista en cualquier época’. El comisario español, Javier Barón, aconseja al público gozar de las enormes perspectivas de hasta veinte metros que permite el montaje en el Prado. Y pide especial atención para La décima plaga de Egipto, donde Turner profundiza acertadamente en la tradición clasicista de Poussin, o a la comparación entre Puerto con el embarque de santa Úrsula de Claudio de Lorena y El declive del imperio cartaginés de nuestro protagonista de hoy. El director adjunto del Prado, Gabriele Finaldi, por su parte recomienda ‘Tormenta de nieve’ en la última sala. Nuestro favorito, sin embargo, es por razones quizás sentimentales en demasía su ‘Roma desde el Vaticano: Rafael, acompañado por la Fornarina, prepara sus cuadros para la decoración de la Logia’.

Entre las novedades planteadas respecto a las dos escalas anteriores, Londres y París, cabe destacar la presencia exclusiva en la muestra del Prado de estas telas: Naufragio de un carguero; Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes; Paz – Entierro en el mar; Sombra y oscuridad: la tarde del Diluvio, y Luz y color (la teoría de Goethe) – la mañana siguiente al Diluvio – Moisés escribiendo el libro del Génesis, todas ellas obras maestras absolutas de Turner.

En cuanto a las obras de otros pintores incluidas en la exposición, merecen especial mención también algunas grandes obras maestras de otros artistas nunca antes expuestas en España, como Muchacha en la ventana de Rembrandt y Les Plaisirs du Bal de Watteau, ambas procedentes de la Dulwich Picture Gallery en Londres, este último sólo expuesto en la sede del Prado, lo mismo lo que los importantes lienzos de Claudio de Lorena y Rubens, Puerto con el embarque de santa Úrsula (Londres, National Gallery) y Paisaje con una carreta al atardecer (Rotterdam, Museum Boijmans van Beuningen). También se expone únicamente en el Prado Un barco inglés en un temporal tratando de ganar barlovento (National Maritime Museum, Greenwich, Londres) del pintor holandés del siglo XVII afincado en Inglaterra, Willem van de Velde el Joven.

Tras su paso por Londres y París, “Turner y los Maestros” se presenta ahora en el Museo del Prado gracias de nuevo al fundamental apoyo económico de la Fundación AXA, al que en esta ocasión se vuelve a sumar una vez más el de la Comunidad de Madrid, que puso 450.000€ sobre la mesa para hacer posible esta visita. Bien justificados euros, pues muchos de los casi tres millones de visitantes de Madrid en el último año vinieron por el Prado, un +5% de crecimiento frente al -12% que experimentaron las cifras nacionales.

El enfoque británico ha sido hacer subir puntos a su único pintor histórico en el ranking mundial. El enfoque parisino fue plasmar «el encuentro del artista con el Louvre y con los artistas franceses contemporáneos suyos, en especial en lo que concierne al paisaje». ¿Y el enfoque español? ¿No podía haberse incluido una comparación con el paisajismo nuestro de la época? Enfoque español una vez más no hubo. Empezó la temporada coronando a Francis Bacon y termina en apoteosis de J.M.W.Turner: no se quejarán en Londres.
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Turner y los Maestros
22 de junio – 19 de septiembre de 2010
Museo del Prado, Edificio Jerónimos. Salas A y B
www.museodelprado.es
-Exposición organizada por la Tate Britain de Londres, en colaboración con la Réunion des Musées Nationaux de Francia, el Musée du Louvre de París y el Museo del Prado.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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