Opinión / Desde mi escaño

La culpa es de Juana Patricia

La culpa es de Juana Patricia
Ángela Mena, ¿con peineta o haciéndosela a los canarios?

La culpa de la violencia de género la tuvo Juana Patricia que, boba ella, se dejó meter tremendo cachetón por el tarambana de Luis Alberto quien, a su vez, se lo montaba con la Ángeles del Rosario y sus amigas todas las noches en la barra del bar y acababa llegando a su casa borracho, maloliente y con más deudas que las empresas de Gerardo Díaz Ferrán o Fernando Peña Suárez.

Y claro, como millones de féminas están enganchadas al culebrón del momento y asumen el mensaje de violencia del galán macho y machista, entonces es normal que en España no se pueda erradicar el maltrato sobre la mujer. Muy elocuente la investigación de la señora Ángela Mena. Lo que no sé si eso lo dijo antes o después de tomarse su tila diaria en Jalea de Menta.

Lo cierto es que la señora esposa del presidente del Gobierno de Canarias ha encarado un tema tan delicado como la violencia de género de la forma más superficial posible que pueda existir. Convengo en que los diálogos de estas telenovelas no es el más indicado para fomentar unos cánones de respeto, pero de ahí a deducir que su lenguaje contribuye a que aumente la violencia de género, sinceramente, va un trecho demasiado largo y es intentar coger el rábano por las hojas.

La erradicación de la violencia de género no empieza ni termina porque las acciones o los guiones de los culebrones sean más almibarados. Es más, antes que meterse a arreglar los mundos de ficción, comencemos por meternos en nuestra propia realidad, en esos realities de Telecinco, por ejemplo, donde el macho de la cabra se siente como el sultán del harem frente a una camada de docenas de señoritas deseando fervientemente montárselo con el interfecto a cambio de luego ganar unos miles de euros contando las aventuras bajo las sábanas o como el gigoló de saldo y esquina las maltrataba y les hacía someterse a sus oscuros y delictivos caprichos sexuales.

La violencia de género, señora Mena, es algo demasiado serio como para tomárselo a la ligera, para hablar de ella superficialmente. Todo empieza desde abajo, desde la escuela, desde el hogar familiar. A quien no se le enseñe valores, téngalo por descontado, acabará siendo un auténtico animal capaz de creer que la mujer es de su propiedad y a la que podrá maltratar a su antojo.

Ya puestos, señora Mena, dígale a su señor esposo, Paulino Rivero, en la parte de competencia autonómica que le corresponda en materia de Justicia, que mejore los mecanismos de protección a las víctimas de la violencia de género. A veces la denuncia sólo sirve para precipitar el fatal desenlace porque una Administración sorda, ciega y deshumanizada sólo hace las cosas por protocolos, no por urgencias del momento. Y, finalmente, siga usted encaprichada con los culebrones y no mire usted hacia Oriente, como hacen muchos de estos progres de cartón. ¿O es que la lapidación de mujeres en ese infernal mundo islámico no supone una lacra, señora Mena?

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