Opinión / Pasajes

Papá Noel, Mariano Rajoy y un ojo a la virulé

Ayer por la mañana fui al mercado… Y ustedes se preguntarán: ¿Y a nosotros qué co… nos importa, que este individuo haya ido al mercado? Y tendrán mucha razón en preguntárselo. Yo haría lo mismo. Pero bueno, fui al mercado, y me lo encontré con sus adornos de Navidad correspondientes al día de hoy, en el que ha resultado agraciado el número Pi; o sea el 3,1416. Enhorabuena a los agraciados y a las agraciadas.

Tienen en los balcones del patio central unos Reyes Magos subiendo con unas sogas, o bajando según se mire, como si estuvieran robando con escalo, nocturnidad y alevosía. Unos árboles de Navidad aquí y allí. Y también más allá, que se me olvidaba. Unas bolas de esas de cristales, las de las discotecas cutres, en el techo del parque infantil. Y un Papá Noel de respetables dimensiones, como de dos metros de estatura, parece un jugador de la NBA o de la ACB o de la ONU, con su tradicional y ridículo pijama rojo con bandas blancas, botas negras y etcétera.

Hasta el año pasado, porque el año pasado también estaba, se movía y todo, como bailando un twist, y se oía una canción navideña. Este año debe ser que se le ha estropeado el motor, y no hace nada. Está parado, vaya…

–No señor, no está parado: está haciendo un curso de entrenamiento de renos, y por tanto está “trabajando para España”.
–Vale, señor Zapatero.

Y la cosa es que me quedé mirando para el Papá Noel, que por cierto no les he dicho que está según se accede por la entrada principal, la de la calle San Sebastián, a mano izquierda, pasados los puestos de flores, que lo digo esto para los que viven en Santa Cruz de Tenerife mayormente, porque no creo que ningún lapón abandone su Laponia para venir a verlo, aunque a lo mejor sí, porque hay gente muy rara. Oh, sin ir más lejos, ayer había unas cuarenta bicicletas, todas iguales, aparcadas unas junto a las otras, en la entrada principal del mercado. Como si las estuvieran vendiendo, vaya. Y de pronto empezaron a salir del mercado turistas, en pantalón corto, con casco y se dirigieron a las bicis.

Turismo de bicicleta, ¿qué les parece? ¡No sé dónde iremos a parar, la verdad, con tanta machangada! Si un servidor se va de turismo por ahí, y el director del hotel lo que me ofrece para
desplazarme, es una bicicleta y un casco, le hago comerse ambas cosas. Con un poco de sal, eso sí, porque no hay que ser crueles.

Pues eso que me quedé mirando para el Papá Noel y me dije: Consio, Arturo José –es nombre supuesto–, ¿a ti no se te parece el machango este de Papa Noel, a alguien? Y me respondí sobre la marcha, la quinta creo: Pues claro, Arturo José –también es nombre supuesto–, como que es clavadito a Mariano Rajoy. Y tenía toda la razón yo, o sea Arturo José, o al menos una parte considerable de razón: el Papá Noel del mercado de mi ciudad, es tal cual a Mariano Rajoy, sólo que con la barba más grande y blanca.

Y encima se parece en que tampoco hace nada: Ni Mariano ni el Papá Noel este de mi ciudad hacen nada. Que esto fue una observación de un amigo de mucho fundamento que tiene un servidor, y que no se llama Arturo José. Mejor para él, porque es un nombre muy cursi. Pero como no estaba en el mercado para ver a Mariano Rajoy, o al menos a un maniquí que es idéntico a él, sino para comprar pechugas de pavo que están muy buenas, yo las hago asadas y a veces en guiso chino, pues me dirigí a mi pollería de cabecera. Y nada más verme me dijo una de las polleras:

–¡Consio!, ¿qué le ha pasado en el ojo, que lo tiene como los de los antoñitos de hielo?
Mi pollera no dijo consio, no, porque es muy ecuánime por sus partes. Lo de consio fue cosa mía; que lo digo en vez de coño, por si hay alguna feminista entre el público. Y entonces le respondí:

–KO técnico en el tercer asalto, mi niña. Cuando  mejor me estaba saliendo el combate, resbalé tontamente, y me di contra el puño de mi adversario, causándome el destrozo este que puedes ver, que casi parezco un chino porque sólo me queda una rendija de ojo. Y mañana, si Dios quiere y me acuerdo, les cuento lo de mi ojo. ¡Una cosa….! Una cosa que me han dicho ya tres veces lo que es, pero no se me queda.

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