Opinión / Desde mi escaño

¿Denuncias subvencionadas?

¿Denuncias subvencionadas?
Casa Cuna.

Conozco a la compañera Belén Molina, excelente periodista y receptora de varios y merecidos premios a lo largo de su dilatada trayectoria profesional. Sin embargo, aun a riesgo de meterme en un jardín o en un berenjenal, tengo que admitir mis sospechas ante la información que viene ofreciendo en los últimos meses sobre abusos en la Casa Cuna y que habrían tenido lugar en los años de Maricastaña.

Estamos hablando de personas que, supuestamente, habrían sido víctimas de vejaciones, violaciones, abusos diversos, pero que lo sacan ahora a la luz pública, no sé si buscando una especie de justicia divina (no hay que olvidar que algunos de los acusados ya están bajo tierra) o percibir un monto económico cuantioso por recrear una historia demasiado detallada y con muchas referencias para haber pasado tanto tiempo.

Los once denunciantes exponen en sus testimonios ante los abogados que, por ejemplo, “reconocen no haber padecido abusos de forma directa, pero sí haber presenciado escenas de tocamientos a otros menores, niños que salían de algún despacho llorando y con los calzoncillos bajados, un chófer que se encerraba con niñas de 11 y 12 años en los almacenes para comida”.

Hablan de lo habitual que eran los abusos sexuales, sobre todo en forma de tocamientos, tanto por parte de monjas y sacerdotes como de educadores laicos. Otros casos revelan abusos sufridos en persona, algunos brutales, como el que narra un hombre que fue abandonado en ese centro recién nacido y que padecía un problema de glotonería: “Una mujer con hábito blanco, joven, una tal Lala o Candelaria, se me bajaba las bragas delante de mis narices, me subía a un poyo de cocina o enfermería y me restregaba sus partes íntimas por mi cara. Esto se repetía habitualmente”.

Varios testimonios coinciden en apuntar al chófer de la institución, un tal Sergio, como agresor sexual de niñas. “Había un tal Sergio, el chófer de la guagua del centro, intentó agarrarme para meterme a un sótano con papas que había en la Casa Cuna, con intención de violarme, pero pude escapar. Lo sé porque le ha pasado a más niñas de las cuales también intentó abusar. Cree que este señor ha fallecido. Yo tendría en esa época 11-12 años”, afirma una mujer que entró en el centro con dos años y tres meses, en 1959.

Estos tres párrafos están extraídos de la historia que expone Belén Molina en Canarias Ahora. Desde luego, no lo voy a negar, se trata de relatos cruentos, descarnados y que ponen la piel de gallina, pero no olvidemos y no perdamos la perspectiva. Hay acusados que ya no se pueden defender porque están muertos y tampoco conocemos cuál es la versión de la otra parte. Además, ¿qué quieren que les diga? Parece haber un desorbitado interés por poner de vuelta y media a la Iglesia y se subraya en demasía la pertenencia al clero de los supuestos agresores.

Y no es que haya que dejar de investigar estos hechos, pero me resulta curioso que medio siglo después se desempolven unos sucesos tan truculentos y se dude de una institución tan seria a día de hoy como es la Casa Cuna. Puestos a ejercer paralelismos, también podríamos vincular entonces a socialistas y comunistas con las antiguas checas, por ejemplo. Evidentemente, la historia dejará a cada quien en su lugar, pero me parece que detrás de estas denuncias subyace una actitud pedigüeña y febrilmente subvencionada.

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