Opinión / Desde mi escaño

Cine subvencionado y apesebrado

Cine subvencionado y apesebrado
Álex de la Iglesia e Icíar Bollaín.

El cine español, al menos el oficialista, sigue ofreciendo una imagen bochornosa, pero sus protagonistas siguen erre que erre con su política de hechos consumados. “A nosotros, mientras nos lleguen las subvenciones de Zapatero, nos da lo mismo que critiquen nuestra falta de decoro”, parecen decir estos cineastas de tres al cuarto. No les interesa hacer arte, sino caja, aunque haya que mover la ceja.

Pero lo de este año con los Premios Goya traspasa todos los límites de lo tolerable. Ni una compresa con triple capa podría bastar para disimular la mancha de chapucería, chanchullería y el despotismo que emana directamente de la Academia del Cine.

La mayoría de las nominaciones las acaparan en esta oportunidad el presidente de este chiringuito, Álex de la Iglesia, y su vicepresidenta, Icíar Bollaín. Esto viene a ser como los Premios Ondas, los organizados por el Grupo Prisa y que, casualmente, siempre quedan en casa, pero con la diferencia de que el grupo mediático es de capital privado y la Academia, se supone, debe defender los intereses de todos los directores y productores cinematográficos.

A las pruebas me remito de que esto no es así. Los Goya son un paripé perfectamente orquestado por el rojerío y la progresía. Sus componentes saben moverse con la precisión de un reptil y de una víbora, saben a quien morder y como hacerlo de cara a obtener la manteca subvencionada.

Las últimas galas siempre han sido un compendio del mal gusto, de la zafiedad supina. No saben hacer un espectáculo sin recurrir a la chanza fácil y grosera, a dar la nota sin el más mínimo sentido del ridículo. Y todo, por supuesto, bajo la complacencia de una señora, Ángeles González Sinde, ministra de Cultura, que encima aprovechó su cargo para aprobar una subvención para la cinta que estaba produciendo, ‘Mentiras y gordas’.

El cine español se ha convertido en un nido de favores a los de siempre. Siempre están los mismos directores, los mismos actores, las mismas productoras. Todos se mueven bajo el mismo denominador común, tirar contra todo lo yanqui, pero son los primeros que luego se pirran por viajar en superclase a Hollywood en vez de asistir a los festivales de Cuba, Irán o Corea del Norte. Allí no van porque, curiosamente, son muy rojos de ideales, pero su estómago no admite exquisiteces de menos de 200 euros el plato.

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