Opinión / Desde mi escaño

Reírse de la Justicia

Reírse de la Justicia
El asesino confeso de Marta del Castillo, Miguel C.D. EFE/Archivo

El caso de Marta del Castillo, después de dos años de su supuesta muerte (aún no se ha conseguido sacarle la verdad a los Carcaño y Cuco de turno), no tiene visos de llegar a una feliz solución.

Es más, como esos expedientes equis, al final me da la sensación de que no nos vamos a enterar de lo que ha sucedido, que los implicados en este asesinato, autor o autores y quienes asistieron como elementos pasivos del crimen, acabarán por eludir las penas que les corresponden porque, además, como dice el reconocido abogado Mario Santana, aún no se les puede siquiera etiquetar como culpables porque, aunque suene duro, no ha aparecido la prueba del delito, es decir el cuerpo de Marta del Castillo.

Sólo la entereza de unos padres que han sabido interiorizar la procesión, ha permitido que todo el proceso se esté desarrollando en paz. Y digo en paz porque, sinceramente, cuando te secuestran y matan a tu niña lo único que no te sobra es, precisamente, tranquilidad, desearías casi hasta tomarte la justicia por tu mano, sin ambages. Pero hasta en eso han tenido suerte unos niñatos que se están riendo de la familia y de todas las personas de bien.

Entiendo que el sistema no puede hacer más, que estamos ante el principio absoluto de las garantías para cualquier acusado, pero sí tengo la sensación de que no se ha sabido aplicar la técnica idónea de persuasión, de conseguir que alguno de los implicados en este macabro suceso confiese de una vez por todas qué es lo que ha sucedido.

No digo que tengamos que recurrir a siniestras historias de los años 90 cuando, para desenmascarar y desmontar las redes de drogadicción organizadas en Galicia, se le prometía cierta impunidad y hasta nueva identidad a aquel que fuese capaz de dar un soplo de garantías, pero algo habrá que hacer para que se desenrede este embrollo que lleva tiempo enmarañado y con visos de quedarse olvidado en el fondo del cajón.

No digo yo que haya una cierta envidia con el caso de Mari Luz Cortés, otra menor, asesinada a manos de un maníaco pederasta, pero al menos su cuerpo pudo ser recuperado y el presunto culpable a punto de conocer la pena por la que debería pudrirse entre rejas (pero no pasará porque, como decía antes, tenemos el sistema que tenemos y aquí todos acaban saliendo de prisión antes, incluso, de que se cumpla la mitad de la pena).

Confío, no obstante, en que al final se pueda encontrar el modo de hallar el cuerpo de Marta del Castillo y que quienes intervinieron en su muerte lo paguen caro, pero no sólo ya el delito en sí, que ha sido gravísimo, sino además por todos los inconvenientes que han causado a los Cuerpos y Fuerzas del Estado, voluntarios y demás personas de bien que han perdido tiempo y dinero en revolver la porquería del Guadalquivir y luego la de un vertedero de Sevilla cuando, en realidad, la verdadera mierda reside en las cabezas de quienes perpetraron este horroroso crimen y que, a día de hoy, todo apunta a Miguel Carcaño y su amigo el Cuco, hábiles para deshacerse de un cadáver y también finos a la hora de eludir la acción implacable de la Justicia.

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