La utopía de la media naranja, por J.C.Deus

mujer2Az igazi. Un escritor al que las convulsiones del siglo XX sumieron en el ostracismo tras una fama enorme, y que ahora vuelve a ser muy celebrado; una novela de 1941 dedicada a describir las peripecias amorosas de un hombre al que no interesaba el amor; un gran texto, una cuidada adaptación teatral y una buena puesta en escena son las sólidas bases de ‘La mujer justa’: nos traslada de nuevo, como viene siendo obsesivo en los escenarios españoles, a la mítica ‘Centroeuropa de Entreguerras’, a un momento parecido al actual, en el que una crisis inevitable derrumbaba toda un paradigma. No era el fin del mundo. Fue el fin de un mundo. Como ahora. Por ello, ese momento de la historia fascina tanto en nuestros días. Pero lo que es inconcebible es que en nuestros escenarios nadie lo analize en clave autóctona y siempre andemos por Viena, por Budapest, por Berlín y por Praga. Por las ramas.

Este espectáculo teatral aparentemente marcha contracorriente del signo de los tiempos: lento, prolijo, largas disquisiciones, ausencia de diálogos, repeticiones. En el escenario no pasa nada, más que tres personajes recordando un triángulo pasado, cada uno con su óptica: el teatro psicológico de la primera mitad del siglo XX, Pirandello y todo lo demás.

mujer1Sin embargo, goza de un atractivo morboso que le está dando gran éxito de público y de crítica. Defiende a la burguesía, defiende a las clases medias ilustradas del pasado; defiende a la Cultura con mayúsculas; es decadente, es un poquito reaccionaria, describe un mundo del que apenas queda rastro. Y lo hace lejos de nuestros lares para que no lo relacionemos demasiado con nuestra propia historia, que ni conocemos ni queremos conocer.

El resultado responde plenamente al pensamiento, la figura y el significado de Sándor Máray: magníficas descripciones de un mundo que se apaga lentamente, enormes fuegos de artificio literario sobre la nada y el tedio. Sándor al parecer encontró en su vida a la mujer justa y vivió con ella sesenta años. Pero escribió esta novela para decirnos lo contrario, que ‘no existe esa figura única, particular, maravillosa e insustituible que nos hará felices’.

_a_f0952Sándor Károly Henrik Grosschmied de Mára era el verdadero nombre de este húngaro que nació con el siglo XX y se disparó un tiro en la cabeza en California a los 89 años de edad. Un intelectual burgués, un humanista refinado, un solitario distinguido que siempre desconfió de las masas y al que aplastaron las dos utopías gemelas de rebelión las masas del siglo XX, el fascismo y el comunismo. Frente a los totalitarismos que los devoraron, que sustituyeron a aquella burguesía por este magma consumista, irguió su pluma en defensa de las denostadas clases medias y sus valores, aún siendo consciente de que era testigo de su inevitable final: «Tal vez la única obligación de mi vida y de mi trabajo como escritor sea elaborar el proceso de esa desintegración».

Tiempos en que había una burguesía zafia y una burguesía ilustrada, en que había burgueses y pequeño burgueses, obreros aburguesados y burgueses desclasados. Tiempos de clases y de lucha de clases. Tiempos lejanos.

La ocupación nazi acabó con su brillante carrera literaria y el nuevo régimen comunista le denigró hasta que abandonó su país en 1948 y se hizo ciudadano americano. El olvido le sepultó. Cuando su amada esposa Lola se fue al otro mundo y los achaques le cercaron, no se sintió capaz de vivir en un hospital y decidió marcharse de este mundo. Faltaban sólo unos meses para la caída del Muro de Berlín. Su rehabilitación había comenzado en Hungría. Demasiado tarde: sólo tenemos una vida, y azar y destino la bambolean a destiempo.

mujer3‘La mujer justa’ reivindica discretamente todo ello, es una reflexión prudente y elegante sobre los excesos despreciables de los cambios de Régimen. Se hace sin la menor referencia política, sólo con apuntes de costumbres, con frases oportunas, con la resignación elegante y el escepticismo sutil de los perdedores, los trifinos y elegantes, los dotados de buenas maneras y mejores costumbres, los propietarios de la urbanidad y la decencia, los gestores de las esencias, los entendidos en la verdadera cultura, la gente que llevaba sombrero y pieles.

Naturalmente, todo aquello ocultaba una sima de iniquidades, de injusticias, de crímenes y delitos al por mayor y a pequeña escala. Pero las apariencias tenían una estética que Márai y quizás Mendoza y por supuesto nosotros, echamos de menos en este destierro de la belleza y este exilio de la estética. En medio de esas estables y sólidas apariencias del Budapest post imperio austrohúngaro, apenas ocurre nada. Peter es un rico heredero incapaz de amar que intenta una absurda aventura romántica con una criada casi adolescente, Judit. Para olvidar el desengaño, se casa -sin amor pero como es debido- con Marika; un matrimonio imposible al que deshace además la trágica muerte del hijo. Tras el divorcio, volverá con la joven criada, se casará en segundas nupcias y fracasará de nuevo. Peter y Marika, cada uno por su lado, se instalarán en una lúcida soledad: la burguesía desaparece; Judit será el lado aparentemente ganador del triángulo: el pueblo llano emerge.

mujer4Una adaptación de calidad que no llegan a estropear ciertos borrones, algunos desajustes, varias frases desafortunadas, que eliminados hubieran permitido superar la excesiva longitud de la obra y ese inoportuno intermedio, que casi siempre es letal. La segunda parte de la obra tiene un tono general de ‘déjà vu’ que los libros de Lazar y el violinista sin violín sólo conducen a un deslucido final. El buen oficio de Eduardo Mendoza siempre convence en sus traducciones/adaptaciones teatrales, como fue el caso de ‘La muerte de un viajante’ de Arthur Miller, ‘Regreso al hogar’ de Harold Pinter, y ‘Edipo, una trilogía’, de Sófocles.

Una dirección eficaz que consigue contar perfectamente la historia. La original situación de los personajes, sus movimientos en escena, su peculiar interpelar al público, resultan agradables. La copa de coñac en manos de un espectador es un guiño que el público agradece.

Una escenografía efectiva en la que las imágenes que irradian tres grandes espejos son toda una obra dentro de la obra, un buen trabajo técnico y poético, el complemento dinámico de una pieza estática que se adentraría sin remedio ya en el aburrimiento.

mujer5Buena interpretación. Camilo Rodríguez ante todos, al que recordamos de ¿Dónde estás Ulalume, dónde estás? de Alfonso Sastre, dirigida por J.C. Pérez, en el Circulo de Bellas Artes, y de El Alcalde de Zalamea, dirigida por Sergi Belbel. Tambien Rosa Novell, que estuvo en Final de partida de Beckett. Y Ana Otero, hace poco a las órdenes de Àlex Rigola en Rock’n’Roll y en otra producción de La Abadía, ‘Días mejores’. Ricardo Moya es un fantasmal remedo del mismo Márai, que hizo antes ‘Regreso al hogar’ de Pinter dirigido por Ferrán Madico, y muy recientemente el Beaumarchais de Sacha Guitry, con dirección de Josep Maria Flotats.

No es pesimista la obra. Su refinamiento nostálgico está cosido de silencios que evocan el tiempo perdido. Su elegancia distanciada contrasta con tanta urgencia verborreica y gestual supliendo ideas en nuestros días. Si busca en el teatro mundos perdidos, visite La Abadía.


Calificación del espectáculo (del 1 al 10)
Argumento, 6
Adaptación, 8
Dirección, 8
Interpretación, 8
Realización, 8
Producción, 8

La mujer justa (Az igazi) fue escrita en 1941 y está editada en español por Salamandra y el Círculo de Lectores en 2005.

Teatro de La Abadía
– La mujer justa –
Del 16 de febrero al 6 de marzo de 2011
Duración aproximada: 2 horas (con descanso)

A partir de la novela Sándor Márai
Adaptación, Eduardo Mendoza
Dirección, Fernando Bernués
Iluminación, Xabier Lozano
Vestuario, César Olivar, Ángel Vilda
Escenografía, Fernando Bernués, Edi Naudo
Imágenes, David Bernués
Producción: CAER – Centre d’Arts Escèniques Reus y Tanttaka Teatroa.

Reparto
Rosa Novell, Marika
Ana Otero, Judit
Camilo Rodríguez, Peter
Ricardo Moya, Lazar
Oriol Algueró, Violinista

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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