En el peor momento de la historia del PSC, sin el Ayuntamiento de Barcelona, sin la Diputación de Barcelona, sin la Generalidad de Cataluña, recién perdido un órdago para hacerse con el PSOE y sin opción de recolocar en la Moncloa, se empiezan a oír voces que se preguntan, no ya que el PSC se integre por completo en el PSOE —Rahola: «El PSC, ¿por qué no se deja de complejos y se llama definitivamente PSOE?»–, sino si este partido tiene utilidad en Cataluña.
Eso es lo que se pregunta el periodista Arcadi Espada en un artículo —Polinomios de Cataluña— publicado en El Mundo –este jueves, 9 de febrero de 2012–. Al margen de que «lo más asombroso del PSC es la precisión y finura con que ha ido imitando el movimiento de los nacionalistas conservadores», en 30 años «la única idea que los militantes catalanes han aportado al conjunto socialista es la necesidad de mantener viva la tensión con Madrid».
Y añade que:
«La voz del PSC jamás se ha oído para diseñar una estrategia singular y novedosa, una renovación de las maneras de hacer política, un tema, ¡o aunque fuese un lema!, sobre lo que supone ser socialista y ser de izquierdas en nuestra época post. Sólo se ha oído para repetir con cansina flatulencia queremos-un-grupo-parlamentario-en-Madrid».
PSC, «BUENOS NACIONALISTAS»
Espada, que define al PSC «como buenos nacionalistas» porque «sólo gobiernan a partir de la melancolía», es decir, de la reivindicación permanente del grupo independiente al PSOE en el Congreso, «su 1714», asegura que «le llaman tener voz propia en Madrid, en otro calco de la lengua nacionalista». Y se pregunta: «Voz propia, dicen y exigen, aunque jamás se pregunten para qué».
Así, el columnista de El Mundo resume «las aportaciones ideológicas del PSC» en una: «demostrar cómo uno puede ser al tiempo socialista y nacionalista, sin que se le caiga la cara de vergüenza». Y considera que «si Chacón, la otra mañana, en el más importante discurso de su vida, dio un inolvidable ejemplo de vacuidad política no solo fue porque está lejos de ser la que le hacen creer que es. También porque, veterana militante de los socialistas catalanes y aplicada cadete de su escola d’estiu, exhibió el fruto, inexorablemente borde, de la reflexión politica llevada a cabo por su partido en tres décadas».
MUCHOS TUITS NO DAN UN MENSAJE POLÍTICO
En relación al discurso de la dirigente del PSC durante el 38 Congreso Federal del PSOE y en el que se quedó a las puertas de la Secretaría General, Josep Ramoneda ha preguntado así, en El País:
«¿Quién engañó a Carme Chacón con un discurso fuera de lugar, errado en el tono y errático en el contenido? Se impone liberar a la política de los asesores de comunicación, que convierten a los personajes en estereotipos y tratan a los ciudadanos como idiotas».
Directo y sin contemplaciones. La culpa de la derrota de Chacón, ante Rubalcaba, fue de… pongan el nombre que todos tienen en mente. Desde las páginas del diario del Grupo Prisa, Ramoneda —Política y sentido— cargó este jueves –9 de febrero de 2012– contra los asesores políticos:
«Los políticos, en sus manos, pierden las hechuras humanas para convertirse en personajes de cómic. Si de algo están faltos los políticos actuales es de naturalidad. Y esto no se consigue gritando. Una retahíla de eslogans, un encadenado de mensajes de Twitter, no dan como suma un mensaje político, por muy bien dosificados que hayan sido por sus autores. Se impone recuperar la política porque la democracia está en creciente degradación, amenazada por dos estilos opuestos pero que conducen al mismo desastre: la sumisión resignada a poderes ajenos a la democracia o el oportunismo populista que trata de sacar provecho del reprimido malestar de la sociedad. La política vive acomplejada. Da la impresión de que los gobernantes no son conscientes de la fuerza que otorga disponer del Boletín Oficial del Estado».
El ex director del CCCB y colaborador habitual en los medios de Prisa, Ramoneda reivindica la excelencia, también en la política. Y advierte del problema de los mensajes de «excepción», un problema para la democracia, resumidos en tres puntos:
«Primero, porque la idea de excepción contiene siempre la posibilidad de forzar los mecanismos democráticos, en nombre del riesgo de un mal mayor. Lo hemos visto en los procedimientos que se han utilizado en Grecia e Italia para cambiar los Gobiernos o en el empeño alemán en gobernar Europa como si fuera un protectorado, con pleno desprecio de la autonomía de las instituciones comunitarias. Segundo, porque la cultura de excepción permite camuflar en las urgencias medidas de choque que cambian completamente las reglas y el campo de juego: las condiciones laborales de los trabajadores, con la coartada de la crisis, harán un retroceso extraordinario. Y los equilibrios entre lo público y lo privado están sufriendo un vuelco espectacular ante la impotencia de la política. Tercero, porque la excepción establece una determinada jerarquía: subordina todos los demás problemas políticos a la economía. Lo que permite un triple juego: reducción de la idea de bienestar a lo económico, aplazamiento de los problemas políticos incómodos (modelo de Estado, por ejemplo) y contrareforma cultural para adocenar a la sociedad conforme a un modelo conservador, cargado de condicionamientos religiosos. El PP es la vanguardia de esta estrategia: el dinero, la patria y la cruz».