La imagen juvenil y fashion de María Teresa Fernández de la Vega, ex vicepresidenta del Gobierno con José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE), ha sido el tema cool de la política los últimos cinco días –desde que la propia Fernández de la Vega participase en un acto público este 8 de febrero de 2012–.
La mayoría de los comentarios han sido a favor de los cambios de estilo y retoques de imagen de la ex vice —De la Vega estrena rostro fashion en un acto de una ONG–. Sin embargo, dos columnistas –defensoras a ultranza del feminismo– han mostrado sus críticas.
Pilar Rahola ha escrito un artículo en La Vanguardia –publicado este domingo, 12 de febrero de 2012– en el que confiensa que se le ha caído un mito. Para la filóloga, ex diputada de ERC, De la Vega le parecía «una mujer auténtica, una de esas damas de la política que se situaban por encima de los dimes y diretes de la canallesca, con tanta personalidad que las únicas arrugas que le preocupaban -si las tenía- eran las arrugas del alma».
Pero ya no. La tertuliana, que considera a la actualmente miembro del Consejo de Estado «una mujer bandera», siempre había pensado –según su propia confensión– que, siendo una de las «mentes más claras», al lado de las populares Esperanza Aguirre y Soraya Sáenz de Santamaría, uno de sus rasgos más determinantes era… «su cara arrugada. […] Soy de las que creen que la arruga es bella cuando surge de la vida vivida, más allá de las imposiciones de la belleza al uso».
«¿QUÉ PASÓ?»
Rahola se siente decepcionada y, en el texto –de elocuente título ¿’Tu quoque’, Teresa?–, asegura que le resulta chocante «que una mujer que lucha por las mujeres africanas lo haga después de caer en la trampa más clásica de las mujeres del primer mundo»:
«Viéndola con esa cara rejuvenecida a golpe de bisturí, igualmente sesentanera pero con simulacro de cincuentona -nunca da para más la cirugía-, he tenido la impresión de que había perdido su glamur. Ese glamur de mujer de gusto en el vestir, inteligencia viva, lengua rápida y belleza desacomplejada, capaz de navegar con orgullo por los surcos de la edad. De golpe me ha venido un subidón de Shakespeare cuando pone en boca de Julio César su famosa frase a Bruto: «Tu quoque, Brute, fili mei». ¿También tu, querida María Teresa?».
Finalmente, la columnista pregunta a De la Vega, ante la «sensación de fracaso, como si la lucha de las mujeres por la emancipación no nos hubiera librado de la dictadura de la juventud eterna», tras el nuevo look de la ex vicepresidenta del Gobierno: «¿Qué pasó? ¿En qué momento dejó de ver las arrugas como la belleza de la edad y empezó a desear tener una edad que no tenía? ¿En qué momento se le fue la fuerza por el miedo al paso del tiempo?».
DE LA VEGA, EL CAMINO AL REVÉS
En la misma dirección escribió Lucía Méndez en El Mundo este sábado 11 de febrero de 2012. En un artículo titulado: El ‘capital erótico’ y la ex vicepresidenta, la jefa de opinión del diario de Unidad Editorial se pregunta por el motivo que ha llevado a una persona como De la Vega a cambiar su imagen —La nueva y juvenil cara de María Teresa Fernández de la Vega-.
Méndez cita a Catherine Hakim, profesora de la London School of Economics, para explicar el «asalto al poder del sexo femenino». Algo muy incorrecto, porlíticamente hablando. «Una buena peluquería, Manolos de 20 centímetros, labios carnosos brotados del quirófano y pechos de 16 años». Hakim dice, mujeres utilicen su capital erótico.
«Ser sexy da poder. Dado que en las sociedades prósperas el atractivo físico se aprecia cada vez más, las mujeres serían tontas si -por prejuicios feministas pasados de moda- desperdiciaran su erotismo en la oficina», apunta Méndez citando a la profesora de Londres.
Sin embargo, y después de poner sobre la mesa los argumentos de Hakim, la columnista de El Mundo se pregunta:
«El caso de María Teresa Fernández de la Vega da que pensar. Ella llegó a vicepresidenta del Gobierno sin necesidad de utilizar su capital erótico. Sin embargo, en el Consejo de Estado ha decidido rejuvenecer, una palabra que en el caso de las mujeres se usa como sinónimo de estar más guapa. La duda no es cómo ha logrado quitarse décadas de encima -su aspecto es radiante-, sino por qué lo ha hecho. Porque le da la gana no me sirve. Lo que pregunto es por qué cuando las mujeres quieren elevar su autoestima tienen que cambiar de aspecto».