Lo gracioso de todo esto, a mis escasas luces, es que el genuino Rajoy, en realidad, es menos previsible que la evolución de la deuda grieg
La leyenda sobre la previsibilidad de Mariano Rajoy recorre la geografía de papel periódico de España. Un presidente, un gobierno, una calle Génova y una Moncloa previsibles, produce un placentero «efecto placebo» en las instancias más contradictorias. Europa, está encantada. Los egos competitivos de los columnistas nacionales de referencia, sosegados. Los dichosos mercados internacionales, apuntando hacia blancos más sugestivos. Rubalcaba, confiado, preparando una oposición previsible para desgastar una acción de gobierno prevista.
Todo en España se ha convertido en previsible en algo menos de dos meses: la evolución de la tasa de paro, una voluntarista agitación sindical, la recesión económica, la decadencia de las clases medias, el diluvio de enmiendas a la totalidad del PSOE, la irresistible ascensión de Soraya al reino de los cielos mediáticos, la pasión y muerte de algunos grupos de comunicación, el lento desvanecimiento en la historia de Esperanza Aguirre, la resurrección de Carma Chacón, en un proceso inversamente proporcional a la decadencia del «núcleo duro» de Ferraz, la plaga de resignación cristiana para los económicamente débiles, los días de vino y rosas para los económicamente fuertes.
¿Quién ha sido el genio que se ha inventado a un Rajoy previsible? ¿Quién le ha diseñado esa sofisticada máscara de carnaval veneciano? Lo deben estar buscando, como locos, los asesores de campaña de Obama y de Sarkozy.
Incluso Ángela Merkel, mientras digiere la irreparable pérdida de Christian Wulff, intenta localizar su teléfono para preguntarle: ¿cómo puedo fabricar un nuevo presidente alemán previsible? Porque, no nos engañemos, la previsibilidad genuinamente española, ese invento que han patentado en los laboratorios de Génova, 13, se ha convertido en el oscuro objeto del deseo de una Europa imprevisible.
Bueno, pues éramos pocos, y se ha puesto a dar a luz el PP su Congreso Nacional más previsible a largo de su convulsa historia. Lejos de mí la funesta manía de hacer odiosas comparaciones, oye. Pero hacía más de cuatro décadas que los españoles no vislumbrábamos algo tan atado y bien atado como el Congreso de Sevilla. Sólo falta que suene una voz, como aquellas del NO-DO en las inauguraciones de los pantanos, ¿recuerdas?, gritando entre la muchedumbre: ¡contigo hasta la muerte!
Lo gracioso de todo esto, a mis escasas luces, es que el genuino Rajoy, en realidad, es menos previsible que la evolución de la deuda griega. Dudo mucho, digan lo que digan, que durante el Congreso haya dicho alguna vez si, alguna vez no, alguna vez todo lo contrario, a medida que le hayan ido proponiendo alineaciones titulares para su comité ejecutivo.
Por eso María Dolores Cospedal se pasea por el foro con cara de susto, González Pons como un pulpo en un garaje, Ana Mato deshojando margaritas o Soraya muriendo porque no muere, de tan alta vida como espera en el partido.
No es que los barones y las baronesas se hayan disfrazado dejándose llevar por la inercia del Carnaval. Es que, con Rajoy, tan previsible en apariencia, nunca sabe uno a qué atenerse cuando muestra su rostro impenetrable.