El alcalde de Santiago de Compostela, Gerardo Conde Roa, ha dado un salto cualitativo en su cruzada para hacer llegar el AVE al aeropuerto de Lavacolla.
Aprovechando que estábamos en carnaval, se ha disfrazado de Kennedy y ha comparado su reto de un apeadero en el aeropuerto compostelano con el sueño del malogrado JFK sobre la llegada del hombre a la luna. Probablemente se ha venido arriba tras recibir la bendición papal de Feijóo.
Pero convendría recordarle que al aeropuerto Sa Carneiro de Oporto, que va como una moto, ni llega el AVE, ni se le espera. Si no fuera porque en Galicia es conocido el seny del señor alcalde, los gallegos se habrían levantado esta mañana consternados ante la posibilidad de que sus paisanos compostelanos estuviesen a merced de un lunático.
La obsesión de los políticos gallegos locales y provinciales con los aeropuertos, los vuelos bajo coste y las cifras de pasajeros, mantiene secuestradas las primeras páginas de los periódicos gallegos. Un día si y otro también, el alcalde de alguna ciudad aeroportuaria convierte esa cuestión en la prioridad de sus respectivos ciudadanos.
Y no se detecta el mínimo rubor en los medios de comunicación locales, en los colectivos vecinales, en empresarios, en sindicalistas, en la gente corriente, a la hora de entrar todos a una a ése trapo. Es como si a Vigo, Coruña y Santiago les fuese la vida en ello.
Como si el presente y el futuro de esas tres ciudades gallegas dependiese exclusivamente del número de pasajeros que descendiesen o subiesen a un avión en cada uno de sus tres aeropuertos.
A la misma hora en que el acalde compostelano proponía a los gallegos que alcanzásemos la luna subidos en el AVE, el alcalde de Vigo, Abel Caballero, volvía a exigir a la Xunta de Galicia subvenciones para vuelos de bajo coste.
Vacías ya de contenido demagógico las extintas cajas de ahorros, la decoración de calles y el «low cost» se han convertido en las propuestas estelares de la acción de gobierno en Vigo. Caballero está obsesionado con volar mientras la ciudad se precipita al vacío en caída libre.
Qué parte no han entendido estos señores de que Galicia padece 271 mil parados; que durante ésta crisis de nunca acabar han cerrado cerca de siete mil empresas, la mayoría de ellas pymes; que el número de hogares gallegos por debajo del umbral de la pobreza produce escalofríos; que las cifras de jóvenes que tienen que irse con sus conocimientos y sus sueños a otra parte, son dramáticas; que la poca inversión autonómica que permiten los presupuestos de la Xunta, no se puede dedicar a frívolas rivalidades localistas, sino a la salvación o nacimiento de empresas y al mantenimiento o creación de puestos de trabajo.
Entre alcaldes lunáticos y alcaldes voladores, Galicia está pidiendo a gritos alcaldes con los pies en la tierra.