Alberto Núñez Feijóo sacó pecho este jueves 1 de marzo de 2012 durante su comparecencia tras el Consello de la Xunta.
El Presidente gallego apostó por las cuentas y no cayó en la permanente tentación política de los cuentos, y fue desgranando, cifra a cifra, porcentaje a porcentaje, la radiografía de una Galicia que está jugando un papel decisivo como parte de la solución de un Estado anémico, en contraste con la mayoría de las Comunidades Autónomas, cuyo ingrato papel, en ésta España que gasta más de lo que ingresa, es formar parte del problema.
Galicia conforma con Madrid un reducido y selecto club de administraciones autonómicas que se han aplicado en el control del gasto público y la contención del déficit. Ambas son las comunidades más solventes y saneadas de España.
Y sus respectivos horizontes aparecen más despejados que el resto de comunidades autónomas y que el propio Estado, ante las implacables agencias de valoración y los recelosos mercados financieros. En los tiempos que corren, guardar en la manga un as que te permita más margen para emisión de deuda, es el sueño de gobernantes de muchas autonomías españolas que se han quedado sin márgenes financieros de maniobra o expuestas a intereses insostenibles.
Si al césar había que darle lo que era del césar, a Feijóo hay que darle ahora lo que es de Feijóo: ha conseguido reducir el déficit en 300 millones de euros, dirige una comunidad con menos de la mitad de la media del déficit de la Europa comunitaria y despide su tercer año de mandato con un déficit gallego cinco veces menor al del Estado (8,51%)
La oposición política gallega, en su legítimo derecho, podrá hacer las interpretaciones que estime oportunas para descafeinar el paisaje económico de Galicia.
Pero el control del gasto público y del déficit, que a buen seguro se ha cobrado víctimas, permite ahora afrontar la fase e sostenibilidad de los servicios públicos y las ínfulas de crecimiento económico y de creación de empleo, con perspectivas algo más halagüeñas.
Un balance equilibrado entre gastos e ingresos, invita a vislumbrar un porvenir en el que sea posible acudir a la deuda para socorrer al estado de bienestar, promover medidas para los emprendedores y desarrollar un marco de trazabilidad en políticas eficaces de creación de empleo.
La Galicia de Feijóo ha hecho parte de sus deberes, con luces y con sombras. Pero todavía no puede lanzar las campanas al vuelo hasta que, aquel lema electoral que ha quedado grabado en el estandarte del presidente, cuando atravesó como triunfador el umbral de Monte Pío: «MÁS CON MENOS», no empiece a ser perceptible para la opinión pública gallega.
Tras la comparecencia del presidente al acabar el último Consello de la Xunta, la conclusión más generosa a la que se puede llegar es que la Xunta ha hecho «CASI LO MISMO CON MENOS»
Puede parecer poco, como sugieren escenas de indignados por las calles gallegas. Pero es bastante en el contexto de un paisaje socioeconómico español en el que, por los cuatro puntos cardinales, con contadas excepciones, sólo se puede extraer una de esdtás dos dramáticas conclusiones: o que no se ha hecho nada con menos, o incluso que se ha deshecho el presente y una gran parte del futuro.