La Ciudad de la Cultura se quedó este 11 de marzo de 2012 como Dios la trajo al mundo ante miles de espectadores que permanecían atentos a la pantalla. En una nueva edición de «Salvados», Jordi Évole, el célebre «Follonero», consiguió dejar a muchos espectadores de todo el Estado y, especialmente a los gallegos, con la mosca de laSexta detrás de la oreja. —Los ‘padres’ de la Ciudad de la Cultura defienden su despilfarro—
¿Cómo es posible que los gallegos hayan permitido hacer esto? ¿Quiénes, cuántos, cómo y por qué han sido cómplices, por acción u omisión, de un disparate de esas dimensiones, donde el vasto continente no justifica el contenido ni del presente ni del futuro? ¿Por qué la inmensa mayoría de la sociedad gallega ha mirado para otro lado, mientras se enterraban centenares de millones de euros que han dejado hipotecada la dinamización de la cultura de varias generaciones? —La Voz’ critica la inauguración de la Ciudad de la Cultura—
El desnudo integral lo inició el «Follonero» en la recién estrenada Avenida de Manuel Fraga Iribarne, inaugurada poco antes de que el viejo león de Vilalba le anunciase a San Pedro, cuando salió a darle la definitiva bienvenida: ¡el cielo es mío!.
La avenida da a un todo relleno de nada, un conjunto monumental que creíamos que estaba diseñado para mayor gloria de Don Manuel, cuando en realidad ha sido diseñado para mayor gloria de Peter Eisenman, el arquitecto que aún debe estar riéndose de esta y las próximas generaciones de gallegos.
Una ciudad fantasma, con cuatro edificios que rodean un ágora futurista que pretende emular a la plaza del Obradoiro milenaria, recibe a unas cámaras que parpadean de incredulidad ante lo que ven sus objetivos y lo que permiten ver a los ojos de los telespectadores.
Un desolador paisaje sin apenas figuras: un despistado ciclista aficionado; un emigrante que a ha vuelto de paso a su tierra y regresará las Américas alucinado, dos personas haciendo bulto en una biblioteca desierta, descomunal, con unos miles de libros dispersos en estantería con capacidad para un millón de volúmenes.
¡Es una locura! Parece un sueño de Don Ramón María del Valle Inclán la noche antes de ponerse a escribir un esperpento. Ha sido la pesadilla heredada por el gobierno bipartito de Touriño-Quintana, sin el valor imprescindible para dar marcha atrás y sin la decisión necesaria para impedir seguir hacia adelante, aunque lo hiciese al ralentí y haciéndose de tripas el corazón y los presupuestos.
Y ahora es un marrón para Alberto Núñez Feijóo, en plena plaga de vacas flacas, incapaz de encontrar argumentos para que el mundo, España, Galicia, puedan digerir el capricho del fundador de su partido que ha hipotecado para décadas la economía gallega.
La silueta de la Ciudad de la Cultura en el monte Gaiás, es un monumento al complejo de nuevos ricos que ha afectado a la clase dirigente española y gallega en las últimas dos décadas. Pero parece que deben venir señores de fuera para hacer reflexionar a los gallegos de dentro.
Jordi Évole, entre chascarrillos, ironías y perplejidades, ha conseguido en media hora lo que la prensa gallega no había logrado en diez años: pintarnos la Ciudad de la Cultura desnuda. Baldosas a 800 euros la unidad, bancos a 2.800 euros, piedra importada de Brasil, tras haber agotado las existencias de cuarcita gallega. Y 300 millones de euros ya enterrados en cuatro edificios.
Y otros 180 que faltarían para terminar las dos construcciones que todavía están prácticamente en barbecho, por las que suspira el tal Eisenman para alcanzar su vanidoso pedacito de inmortalidad en competencia absurda y desleal con la catedral de Compostela.
Alguien, entre el jurado internacional que evaluó el proyecto del ególatra arquitecto neoyorquino, avisó de que estas cosas se sabe como empiezan y nunca como terminan. Apuntó que se iba a disparar en precio, respecto al presupuesto inicial de 108 millones de euros. Sabía que los genios, con dinero ajeno, con pólvora del rey, no se andan con miramientos cuando se trata de dejar su huella en la historia. Y vaya si la ha dejado. Los gallegos se acuerdan cada día que pasa de la madre del señor arquitecto, que seguramente sería una santa.
Pero no le hicieron ni caso. Tiraron para adelante, los más avispados pusieron el cazo a espaldas de Fraga, se dispararon las inversiones hasta límites insospechados y Galicia ha llegado a ésta encrucijada sobre la Ciudad de la Cultura que sólo se puede describir con la letra de una copla: «ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio»
A Salvados, que este pasado domingo se interesó por la «burbuja cultural», le faltó iniciativa para dejar al desnudo a las personas que, en el anonimato y con la complicidad de colaboradores que siguen practicando la ley del silencio, siguen disfrutando del botín que se ha quedado en el camino, en el largo trecho que va de los planos a la silueta que ahora se divisa en el horizonte del Gaiás. ¿Se van a ir de rositas?